Sobre el teatro de Francisco Nieva
Gracia Morales
Transgresora, grotesca, ambiciosa, onírica, desatada…: estos adjetivos identifican la fructífera producción dramática de Francisco Nieva (Valdepeñas, Ciudad Real, 1924 – Madrid, 2016). Su expresión artística es compleja y poliédrica: escribe pequeñas piezas teatrales desde muy niño, aunque decide formarse primero como pintor y dibujante; luego se integra profesionalmente en el teatro, ejerciendo como director, figurinista y escenógrafo además de dramaturgo; por último, publicará varias novelas y libros de relatos.
Si nos fijamos en su trayectoria como escritor teatral, es posible descubrir una interna coherencia, aunque él mismo dividiera sus creaciones en diferentes fases y estilos: teatro furioso, teatro de farsa y calamidad, teatro de crónica y estampa y teatro breve. La cohesión de su voz creadora tiene que ver con la experimentación, con el riesgo, con su visión del teatro que él mismo definió así en su “Breve poética teatral”: “el lugar privilegiado y maldito de la orgía en donde […] vamos a conocer otro mundo y otra vida que los cotidianos.” Y continúa: “Este más allá, atractivo y fatal, es como un compuesto superior de placer, dolor, sabiduría y muerte. Aunque paradójicamente esperanzado y anheloso de una revelación. Revelación de una totalidad”.
Vinculado con el postismo y con los movimientos de vanguardia europeos (entre 1948 y 1964 vivió en París y Venecia, y se evidencia en su teatro la influencia de Antonin Artaud, Breton o Ionesco), yo destacaría cómo su obra consigue conjugar esta voluntad iconoclasta y renovadora con una tendencia de raigambre popular que lo liga a una tradición española, de la que formarían parte Quevedo, Goya y, sobre todo, Valle-Inclán. Partiendo de un agudizado sentido de lo ritual y de lo burlesco, su teatro asoma a lo más hondo y misterioso del ser humano: erotismo, culpa, religiosidad, delito, deseo de poder o de libertad…
Es inevitable afirmar que Francisco Nieva es uno de los autores teatrales más importantes de la segunda mitad del siglo XX, desde que consigue entrar en el mundo de la escena madrileña al estrenar, en 1976, sus obras La carroza de plomo candente y El combate de Ópalos y Tasia, dirigidas ambas por José Luis Alonso en el Teatro Fígaro. Durante la década de los 80 y parte de los 90, su teatro sube a la escena asiduamente, sobre todo en espacios de Madrid y en festivales nacionales e internacionales. Entre su extensa producción cabe destacar Coronada y el toro estrenada en el teatro María Guerrero de Madrid, por la que obtiene el Premio de la Crítica en 1983; El manuscrito encontrado en Zaragoza, con el que recibe el Premio Nacional de Literatura Dramática (1992); Los españoles bajo tierra, estrenada en el Teatro Arriaga de Bilbao en 1992 y representada durante la Exposición Universal de ese año en Sevilla; Pelo de tormenta, una obra que empezó a escribir en 1962, que había sufrido la censura franquista y que pone en escena finalmente Juan Carlos Pérez de la Fuente en 1997 o Tórtolas, crepúsculo y…telón, escrita al comienzo de su carrera, pero estrenada en 2010 en el Centro Dramático Nacional, dirigida por el mismo Nieva.
El reconocimiento que ha conseguido su obra se evidencia también en el número y la importancia de los premios y distinciones que ha cosechado. Además de los ya citados, fue galardonado con el Premio Nacional de Teatro (1979), con el Príncipe de Asturias de las Letras (1992) y con el Valle-Inclán de Teatro (2011). También ejerció como miembro de la Real Academia de la Lengua Española, desde 1986.
A pesar de todo lo expuesto, considero que la obra dramática de Francisco Nieva no ha dejado una huella clara en la dramaturgia posterior, por varias razones.
Por una parte, su dramaturgia es tan personal que resulta francamente inimitable. Creo que su humor, su uso de lo grotesco, su libertad expresiva, pueden ser asumidos enriquecedoramente por otros dramaturgos posteriores, aunque la raíz de su universo sea radicalmente original y, de algún modo, intransferible.
Percibo también que la línea principal que la dramaturgia de los últimos veinte años ha desarrollado se inclina por una cierta contención, una cierta economía de medios (motivada seguramente por las condiciones de precariedad en las que sobrevive el teatro contemporáneo), lo cual casa mal con las propuestas desmesuradas de Nieva.
Finalmente, habría que añadir que, si bien casi toda su obra ha sido estrenada, lo ha hecho limitada sobre todo a la capital madrileña o con una presencia fugaz en festivales. Esto fue, sin duda, posible gracias a las condiciones de producción que se generaron en los años 80 del siglo XX (sobre todo con la llegada del PSOE al poder). Ahora bien, el teatro de Francisco Nieva se ha quedado casi siempre limitado a “hacer temporada” en teatros importantes de Madrid, sin conseguir entrar en redes de distribución que le hubieran dado una mayor visibilidad por el ámbito nacional. En esto influye las propias condiciones que requiere su dramaturgia: escenografías muy complejas, difíciles de trasladar, y elencos numerosos. La paupérrima situación de los presupuestos públicos destinados a teatro ha imposibilitado que este tipo de espectáculos tengan la difusión que sería deseable.

Por su parte, tampoco las compañías privadas realizan apuestas tan exigentes y arriesgadas como las que propone el mejor teatro de Nieva. Él mismo fue consciente de esto y decidió crear su propia empresa, la denominada Compañía de Teatro Francisco Nieva, S. A. con la que estrenó algunas de sus piezas.
La mejor forma, pues, de acercarse hoy día a su teatro, es a través de las cuidadas publicaciones que han merecido sus textos: su obra completa salió a la luz en 2007, en Espasa, con un grupo de materiales muy interesantes, y algunos títulos están accesibles en editorial de amplia distribución como Cátedra, en su colección Letras Hispánicas.
La lectura de estas piezas dramáticas implica dejarse llevar por una voz que nos reta, nos seduce, nos hace gozar o nos hiere, al insertarnos en un mundo siempre sorprendente, apasionado y lúcido.