Benet, Siglo XXI
Javier Lorenzo Candel
Por encima de los tiempos que nos ha tocado vivir, pegados a un proceso de evolución en lo literario (al lector medio, me refiero) que ha optado por el entretenimiento frente a la reflexión, por el protagonismo de la ficción, o de la ‘autoficción’, frente a la masa madre del ensayo, es necesario detenerse en aquellos autores que siguen frecuentando el territorio de la duda como elemento fundamental de su literatura. Y cuando hablo de la duda quiero decir también del compromiso con la sociedad, con la inteligencia como arma en la batalla, el compromiso con los resortes del ser humano, los mismos que activan textos de análisis que van más allá de lo que llamé entretenimiento.
La crítica actual ha volcado su interés en la demanda del lector como sedimento necesario para elaborar la nueva literatura. Ya la idea no está en el escritor y sus textos, ya no se parte de esa singularidad, sino que se amplifica a la necesidad de la masa (por decirlo de algún modo), a las nuevas demandas de las nuevas sociedades. Ellas son las que participan, algoritmos mediante, en las selecciones de textos más vendidos o, incluso, en la creación desde los primeros resortes en la mente del escritor.
Venimos estando condicionados por la demanda en una sociedad de ofertas constantes en las que, las mejores, las más asequibles, las más dominables, se harán, no solo con el lector sino también con la nueva crítica, sujeta a estas nuevas características del mercado.
Adherirse a estos ritmos de la sociedad lectora puede traer consigo, incluso, una nueva interpretación de los textos canónicos, los más consolidados en el panorama de la literatura universal, para derivarlos a un espacio donde se muestren asequibles, no dañinos, admitidos por las sociedades en la medida en que sus normas permiten esta admisión.
Pero no nos engañemos. Todavía saltan a las mesas de novedades algunos elementos que proyectan su capacidad sobre otros, algunos libros que buscan ese espacio necesario de activación de las inteligencias.
La literatura de Juan Benet transporta toda esta reflexión al territorio de la duda, la ofrece todavía (veremos por cuánto tiempo más) para describirnos espacios de consolidación de las inteligencias que formaron su juicio crítico en el siglo pasado.
La duda sería si esa literatura ‘benetiana’ tiene espacio en la segunda década del siglo XXI, si su siembra intelectual puede proyectarse sobre la inquietud y la demanda de los nuevos lectores.
Durante la década de los 60, 70 y 80 del pasado siglo, ya la literatura de Benet estaba trazada desde un plano de contestación a las dinámicas creativas de su tiempo. La crítica no acertaba a ver más allá, no argumentaba favorablemente porque sentía que el suelo sobre el que andaba su literatura era, cuando menos, quebradizo, inseguro para el caudal argumentativo de los críticos. Todo lo que no podemos contener en nuestras manos nos resulta hostil, todo lo que no podemos tener a la vista, peligroso.
La literatura de Benet se anticipaba así a la lucha de los tiempos, a la densidad del juicio analítico frente a la liviandad (si se me permite) de la novela social o de la literatura surgida en manos de la generación del 50, mucho más comunicativa y comunicable. Aunque él afirmaba la necesidad de un lector lego frente al experto literario, lo cierto es que la actitud para abordar la obra de Benet debe partir de un conocimiento preparado para la acción comunicativa que propone.
La crítica vinculada a estos tiempos recibía la contestación del escritor desde términos muy precisos: “El crítico moderno ha perdido la humildad de sentirse sujeto a las leyes de la constitución literaria y, provisto de unas armas que él mismo ha forjado, no trata sino de dar el golpe de Estado para hacerse, en los medios de opinión y difusión, en universidades y congresos, en las instituciones culturales, incluso en las playas, con el poder de las letras”. Nótese de qué manera la capacidad del crítico literario estaba sujeta a consolidar el mayor poder posible, poder que le permitiera argumentar, no desde su opinión directa, sino desde la de las instituciones que le dieran cabida, con libertad para establecer juicios válidos diseñados por los poderes que ostentaban.
La crítica literaria trataba de pervertir la acción lectora condicionando el gusto de la sociedad, adueñándose de los espacios que, mandatados por las instituciones culturales, pretendían ser monopolizables, formas de condición necesaria, sujetas a la mano definidora de los poderosos intelectuales.
La estrategia de Benet consistía en remar a la contra. Desde Volverás a Región no deja de edificar un sustrato intelectual que camina paralelo, que se construye desde esa duda a la que aludíamos y que, además, proyecta una capacidad de análisis que da al traste con los espacios generados por la crítica de la época que le tocó vivir.
Benet necesitaba a un lector implicado en el conocimiento, un lector activo que desenredara su pensamiento y lo hiciera suyo, que acometiera la difícil tarea de comprender el mundo o, al menos, intentar acercarse un poco más a él. En definitiva, un lector comprometido con el espacio cultural en el que vivía además de receptivo, sin aprioris que ensucien su viaje al conocimiento. Y, al igual que él, alguien que caminara sin complejos por la incertidumbre.
La duda ya la dejamos pendiente más arriba: ¿De qué manera la literatura de Benet llega a nuestros días? ¿Qué recepción hace el nuevo lector de la obra ‘benetiana’?
Si tenemos en cuenta la dimensión de la obra de Benet y la extrapolamos a los instantes en los que vivimos, apreciaremos, a poco que observemos, la dificultad que entraña la prosa de nuestro escritor en la actitud lectora del lector medio. Su compromiso, el de este último, con la literatura, ya lo hemos dicho, se edifica en torno a la idea de entretenimiento. Los ritmos de las sociedades han amortizado la necesidad de saber porque ya todo se proyecta desde la necesidad de desear en este espacio de la oferta y la demanda, desde los tiempos del consumismo y, si se me permite, de cierta frivolidad social. La prisa como alimento principal.

Hemos consolidado sociedades que apagan la llama de las sociedades pasadas, que ignoran, quizá por la propia supervivencia de la especie en estos momentos de su evolución, los procesos que han venido estructurando la historia más reciente. Estamos delante de mentes acomodadas en su propia estrategia de sobrevivir. Y la literatura heredada no podía ser menos. Ese espacio de incertidumbre que Benet nos propone, sobre el que caminar a tientas, no es aplicable al individuo de 2019, porque este intenta construir su mundo a la medida de la seguridad. Los recursos de nuestro tiempo son, en definitiva, hijos de la certidumbre. Nadie es capaz de levantarse una mañana con la pesada carga de la incertidumbre en una ciudad repleta de escaparates que nos brindan certezas al alcance del bolsillo. No estamos programados para dudar. Y, lo también preocupante, ha desaparecido esa crítica nacida para dirigir los flujos lectores. Son los recursos de las nuevas tecnologías los que han ocupado el espacio del crítico literario.
En la sociedad de la prisa no cabe la poesía. Los más combativos lugares de conocimiento en la obra de Benet no tienen un espacio amplio de desarrollo en nuestras sociedades, no están vigentes.
En definitiva, el lector por el que apostaban estos escritores no existe ya para la comunicación literaria. Y el lector medio actual, no lo olvidemos, es el que marca los procesos de oferta de las mesas de novedades de nuestras librerías. El algoritmo no elegiría nunca Volverás a Región o Saúl ante Samuel, por mucho que nos pese.