Olvidos de Granada nº 13

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Marsé desde su plenitud

Alfonso Salazar

En 1985 la formidable obra de Juan Marsé había alcanzado la mitad de sus dimensiones actuales. Ya habían sido publicadas obras mayores como Últimas tardes con Teresa (1966), Si te dicen que caí (1973) y Un día volveré (1982), marcando en cada década una muesca en ese mundo que sucede en algún barrio de Barcelona, en algún momento de la posguerra. Marsé entonces se había convertido en un referente de la novela española, una voz potente creadora de uno de los iconos de la narrativa española, el Pijoaparte, pero además, era una voz que estaba al pie de la realidad, con constante presencia de opinión en los medios de comunicación (como atestiguan Señoras y señores de 1975 o Confidencias de un chorizo de 1977). Los años 90, que serían los de su consagración definitiva, estaban a la vuelta de la década. El Juan Marsé que vemos fotografiado en Granada, -en aquel encuentro de los 50 organizado por la Diputación Provincial de Granada, en un formato y alcance de propuesta que sonroja a la programación actual de las instituciones culturales-, es un autor que aún no ha escrito El amante bilingüe (1990) ni El embrujo de Shanghai (1993). Faltaban muchos años para que fuese reconocido con el Premio Cervantes, para que dimitiese como jurado del Premio Planeta, y aún no había mostrado totalmente otras muchas habilidades, como su vasto conocimiento e ingenio en esos juegos sorprendentes que fueron sus “paseos por las estrellas” que entrelazaban a dos estrellas del cine por caminos y recovecos de relaciones en los tiempos en que no existía la Internet Movie Data Base. Al Juan Marsé de 1985 le quedaba un larguísimo recorrido por delante (en ese camino persiste) donde la ironía y el desencanto se entrelazan para contar la historia de los vencidos. Es decir, en 1985, Juan Marsé era el novelista en plenitud creativa.

En la entrevista publicada por Olvidos de Granada Marsé comenta que está trabajando en una larga novela y en una colección de cuentos. Intuimos, a toro pasado, que los cuentos deben ser los que conforman el volumen publicado en 1987, donde disfrutamos de ese patético Teniente Bravo, vencido por un potro de gimnasia, y del fantasma del Roxy, historia que trascendería la literatura y serviría a Joan Manuel Serrat para crear una divertida canción, aquel mismo año, en su disco Bienaventurados.
La larga novela que anunciaba en la entrevista que ofreció a Lorenzo Aguilar debe ser El amante bilingüe – quizá resultó menos larga de lo esperado- donde presenta a Juan Marés y Faneca, los alter ego del Juan Marsé conocido; un desdoblamiento inspirado en el espíritu bifronte de la catalanidad y la españolidad que resume Cataluña, y Barcelona, donde el concepto “bilingüe” en el título –y han pasado casi treinta años-sigue con vigencia inusitada, jaleada por la torpe política y el fanático nacionalismo que sigue alimentando ese bifrontismo xarnego-catalanufo. La ironía, casi chufla, derruye la mitología social en la que se funda la burguesía catalana: un enfrentamiento de clases, al fin y al cabo. Esta novela fue Premio Ateneo de Sevilla que, tras el Premio Planeta, venían a aumentar la nómina de reconocimientos que empezaban a hacer justicia con la obra marsiana.

Si no era El amante bilingüe la larga novela anunciada debió ser El embrujo de Shanghai (1993), ese retorno al territorio de las aventis, de los proscritos, de los vencidos, de los mentirosos y los esperanzados, ese territorio que transita el Capitán Blay. Tal y como “El embrujo” volvió a ese mundo y consiguió quizá la obra cumbre de Marsé, la breve novela Los misterios de colores (1993) se encaminó al mundo que habita la prima Montse. En los años posteriores el novelista vuelve a ese mundo de niños de posguerra y lo hace con Rabos de Lagartija (2003) y Caligrafía de los sueños (2011), donde corona el ‘territorio Marsé’. Esa puta tan distinguida, de 2016, es quizá su concesión más negra.

En el nuevo siglo también ha explorado nuevos terrenos como sucede en Canciones de amor en Lolita’s Club (2005), pero es solo, y por el momento, un escape hacia otras décadas y mundos. Marsé recupera también en el siglo XXI su libro memorialístico, La gran desilusión, escrito en los años 60, pero revisado en 2004, año de su publicación, donde queda fijadas las fuentes de su universo: el universo marsiano establecido geográficamente entre los barrios del Carmelo y Guinardó, cerca de la Plaza Lesseps, entre el cine Roxy y el Selecto, frontera entre Horta y Gràcia y sentimentalmente entre el piojo verde, una copla y Rita Hayworth.
En 1985, cuando Juan Marsé visita Granada, se ha estrenado un año antes la versión cinematográfica de Últimas tardes con Teresa, dirigida por Gonzalo Herralde (director de filmografía reducida), una película que no dejó huella en la historia fílmica española –aunque ha superado muy decentemente sus treinta y pico años de vida-. Estas “Últimas tardes” de Herralde difieren del libro tanto como ignoran la ironía de Marsé, como convierten al Pijoaparte en un buen muchacho. Tampoco entraron en la historia del cine las anteriores adaptaciones hechas hasta la fecha: La oscura historia de la prima Montse (1977), con Ana Belén y Ovidi Montllor y dirigida por Jordi Cadena (un director poco conocido fuera de Cataluña) y La muchacha de las bragas de oro, con Victoria Abril en 1980, primera colaboración con Vicente Aranda.

Aranda será quien a partir de 1980 se encargue de interpretar para el cine el mundo de Marsé. Con mayor o menor fortuna lo hizo en más de una ocasión. Destacó en Si te dicen que caí (1989), de nuevo con Victoria Abril y con Jorge Sanz, pareja habitual en filmes del director barcelonés (con ellos hizo Amantes en 1991, que tanto arrastra de la escenografía Marsé, como una extensión marsiana al Madrid de posguerra). Si te dicen que caí era quizá uno de los retos más complejos en cuanto a la estructura literaria, compleja y densa, que había levantado Marsé. Aranda estuvo acertado, y creó un artefacto visual y narrativo que no desmerece a la novela. Aranda repitió con El amante bilingüe en 1992, con Imanol Arias y Ornella Muti –esta elección de casting nada afinada- donde la interesante multipersonalidad Marsé/Marés/Faneca –ese primo del Pijoaparte, con su misma suerte- presente en el libro, se diluye. Era esperable. Aranda volvió a su autor de cabecera con Canciones de amor en el Lolita´s Club (2007), con Eduardo Noriega en doble papel: una película que podemos olvidar a pesar de los dos gigantes que firmaban el guion.
La obra de Marsé también conoció la televisión, en la versión de seis capítulos que Francesc Bertriu realiza de Un día volveré en 1994 para TVE, cuando la televisión pública se nutría de textos de alto valor literario. Vista ahora, es una serie lenta, pero muy digna, donde destacan Charo López y un joven Achero Mañas.
La mejor adaptación, un premio para un autor tan vinculado al cine (como demostró en el antedicho Un paseo por las estrellas de 2001 y cuyo origen es un ejemplo del anecdotario Marsé) llegó con El embrujo de Shaghai que dirigiese Fernando Trueba en 2002 con Eduard Fernández, Ariadna Gil y Fernán Gómez como Blay. Quizá el premio debió ser mayor pues el proyecto estaba reservado a Víctor Erice, conocido por la publicación en 2001 de La promesa de Shaghai, el ilusionante guion que entusiasmó a Marsé; pero las desavenencias con el productor frustraron que el director de El sur hubiese transitado el universo marsiano, un fenómeno artístico que quedará para siempre en lo que pudo ser y no fue.

Pasados los años, desde aquella entrevista de 1985 que concede Marsé en Olvidos de Granada, cabe afirmar que el autor ha hecho justicia al empeño que le empujó a escribir en los años 60: mostrar la realidad que el régimen escondía (”frente a una imagen del país que no correspondía a la realidad, ofrecer o intentar ofrecer una imagen real por parcelada que fuese, por limitada que fuese”, diría en un coloquio que en aquellas jornadas se dedicó a la novela). El más rudo de su generación es el perpetuo. Su mundo se enmarca en fechas concretas pero trasciende años y territorios: la Barcelona de entonces es la que explicaría las barcelonas de hoy, las barcelonas de Juan Marsé.

ENTREVISTA A JUAN MARSÉ, TVE A LA CARTA:

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