Olvidos de Granada nº 13

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Noviembre miserable

Juan Carlos Friebe

Yo no estoy solo aunque me llame Carlos
(Carlos Edmundo De Ory)

Otra vez la miseria, otra vez
hurgando en los bolsillos
de cada pantalón, del abrigo raído,
revolviendo el armario, revolcado
en el canasto de la ropa sucia,
volteando cajones como un loco
con la única esperanza de juntar
unas cuantas monedas, suficientes
para comprar tabaco en el estanco
porque no puedo permitirme el lujo
de adquirirlo a cualquier precio. No es sólo
pobreza material, estoy seguro:
es pobreza de espíritu también.
Ese metal indigno de mi mano
experta, no en caricias
sino en su pérdida, pero en ternura
tan sabia, no debiera derrotarme
pero me vence el ánimo.
Me viene a la memoria aquel prólogo
de aquella extraordinaria antología
que encontré, descuidada y olvidada,
en el aterrador territorio enemigo
de unos almacenes caídos en desgracia.
Carlos Edmundo de Ory, en su diario, anota:
No tengo dinero para té ni tabaco y sin estos
estimulantes no puedo escribir.
Creo que fueron éstas sus palabras exactas,
quizá en París escritas, no lo sé…
Consultar aquel libro es hoy imposible;
lo vendí hace tiempo, en otro de los muchos
momentos de miseria de mi vida,
para satisfacer mis pequeños caprichos
que tanto se asemejan a los suyos:
un poco de tabaco, algún café,
algún vaso de whisky y madrugada.
Desde luego no fue
el único en correr tan triste suerte:
Borges, Cirlot, Éluard, Guillén, Cavafis,
a todos malvendí por una cuarta parte
de su precio, por una miserable
parte de su valor; como los discos
que tanto me costara hallar entonces
-ingenuo adolescente de rarísimo gusto-
y tanto extraño en estas horas
graves de soledad sin fondo, pues tal vez
bastara una canción –tan sólo una-
para salvarme y recobrar el pulso
de este día traidor y pordiosero.
Me quedan pocos libros, los amados,
aquellos que forjaron en mi pecho
un corazón sin miedo a la verdad.
Me quedan pocos libros, los amados,
y la orgullosa certeza de que
-pase lo que me pase- ya me muera de dolor,
de hambre o de pena, nunca,
nunca me faltará Claudio Rodríguez
aunque él tampoco sepa
-como aquella muchacha de “Un suceso”-
que en este verso se me fue un sollozo.
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