13, Rue de Olvidos
Javier Benítez
Recuerde Granada a Olvidos,
reviva el tiempo y empiece
evocando
cómo estuvieron unidos
quienes el número trece
fueron dando,
pues los muertos y los vivos
merecen mil homenajes
sin pudor;
que no hacen falta motivos
para brindar sin ambages
en su honor.
Voy a comenzar comentando el título de este artículo y el poema que lo introduce. Este año se cumple el 35 aniversario del primer número de Olvidos de Granada, editado por la Diputación Provincial. En ese primer número ya se advertían varios asuntos: que Olvidos nacía como revista integradora, que todo lo que representara a la cultura de la ciudad tenía cabida en ella, siempre que se hiciera desde “unas mínimas condiciones de seriedad”, afirmando así mismo que “En OLVIDOS no pueden escribir solamente aquellas personas que no quieren escribir en OLVIDOS, para que resulte fácil autoexcluirse y culpar luego a otros de la exclusión.”. En ese primer número UNO de la revista se explicaba que, en realidad, aquella suponía la segunda salida de Olvidos. Así es. Igual que en la segunda salida de don Quijote al caballero ya lo acompaña Sancho Panza, en este segundo intento Olvidos ya no viajaba sola sino con el auspicio de la Diputación Provincial de Granada, no como revista subvencionada sino como producto cultural asumido por la institución. En ese número había un artículo de José Carlos Rosales y otro de Rafael Goicoechea sobre los tebeos. Y de aquí viene 13, Rue de Olvidos.
La primera salida de la revista, como en el caso de la obra cervantina, dura pocos capítulos, y si don Quijote es armado caballero en una venta que se imaginó castillo, estas dos entregas de Olvidos nacen al amparo de las noches en el local cultural de moda de la ciudad, La Tertulia, que se soñó editorial. Pero esos dos efímeros números se hacen eco de los más importantes acontecimientos culturales de la movida granadina, y dan ya noticia del disco-libro Rimado de ciudad, con música de TNT y letras de Luis García Montero, que sería editado por la Diputación Provincial de Granada en 1983. Los poemas del libro están escritos en coplas de pie quebrado, y el título es el manriqueño Coplas a la muerte de su colega. Y ese es el porqué del poema introductor, un brindis por el grupo de personas que hicieron posible Olvidos, y una referencia literaria.
Y ahora pasaré a narrar cómo descubrí la poesía de Jaime Gil de Biedma. En la primavera tardía de 1988 mi padre se recorrió todas las librerías del Campo de Gibraltar buscando un libro que yo quería leer: El jardín extranjero, de Luis García Montero. Mi interés por ese libro se remontaba a pocos meses antes, cuando me había hecho con otro del mismo autor. Recuerdo perfectamente el día que lo compré. Era una tarde-noche de principios de noviembre de 1987, mi primer año de facultad. Yo volvía de clase y comenzó a llover de tal manera que me refugié en Galerías Preciados. Me puse a deambular por los anaqueles de la librería de los grandes almacenes y de repente, sobresaliendo en tamaño y en color de los otros libros, di con un ejemplar de Diario cómplice del cual me llamó la atención -aparte del impactante color rojo de su cubierta- que tuviese un prólogo de Rafael Alberti. Allí, mientras escampaba, me leí el prólogo y un par de poemas y decidí comprármelo. Ya en casa continué leyéndolo, y en una segunda lectura del prólogo se me quedó grabado el nombre de otro poeta que parecía ir en la misma línea y podría gustarme también, ya que Alberti lo ponía “hombro con hombro” con Luis García Montero; se trataba del “arrebatado poeta Javier Egea”. Enseguida me puse a preguntar por las librerías de la ciudad por algún título de Egea -que no hallé por entonces- y por ese otro libro que en Granada no logré encontrar y cuya búsqueda había confiado a mi padre, quien por aquel entonces tuvo que ir a trabajar a Algeciras todas las semanas durante un par de meses. Recuerdo que cada viernes, cuando mi padre llegaba para pasar con la familia el fin de semana, lo primero que hacía era preguntarle si lo había encontrado. Viernes tras viernes me explicaba lo mismo, que había preguntado en todas las librerías de Algeciras y que en todas le decían que estaba agotado. Ya había perdido toda esperanza cuando apareció mi padre con un ejemplar de El jardín extranjero, justo el último viernes de sus dos meses de trabajo. Me dijo que lo había comprado en una librería muy pequeña de San Roque, y yo sabía que me había traído una joyita, el número 402 de la colección Adonais, de ediciones Rialp, un ejemplar intonso cuyas páginas había que separar con mucho cuidado. El jardín extranjero comienza con dos páginas de citas: en la primera, Federico García Lorca y Rafael Alberti; en la segunda, Álvaro Salvador (y recorro las calles / como un actor en paro), Javier Egea (Todas las plazas tienen olor a espera), Juan Carlos Rodríguez (La literatura no ha existido siempre) y Jaime Gil de Biedma:
Oh noches en hoteles de una noche,
definitivas noches en pensiones sórdidas,
en cuartos recién fríos,
noches que devolvéis a vuestros huéspedes
un olvidado sabor a sí mismos.

Y solo fui capaz de leer el primer poema del libro de Luis, porque me había impactado tanto la cita de Gil de Biedma que me fui directo a la biblioteca de la facultad de Letras a buscar referencias del poeta. Descubrí que tenía recogida en un libro, Las personas del verbo, toda su obra. Lo saqué prestado de la biblioteca y a los pocos días fui a devolverlo porque enseguida me dije que aquel era un libro que tenía que tener. Y me lo compré. Me aprendí de memoria “Pandémica y celeste”, disfruté con el entretejer de su sextina “Apología y petición”, sentí el mismo estremecimiento que a veces sentimos cuando alguien -un amigo o amante- olvida su brazo sobre el nuestro y comprendí el dolor del tiempo con “Amistad a lo largo”, supe de la derrota que suponen ciertos amaneceres con “Albada”, pero sobre todo fui consciente de lo importante del diálogo con la tradición y el juego de la intertextualidad a la hora de escribir poemas. El curso siguiente tuve como profesor a Luis García Montero, quien a la hora de hablar sobre Gil de Biedma afirmaba que para el poeta “escribir poemas es casi sinónimo de haberlos leído”, autocita sacada de su artículo “El juego de leer versos”, publicado en el número 13 de esta revista, el mismo que estoy revisando y motivo de estas páginas que aquí doy por concluidas.
Aunque no quisiera terminar sin desear que la tercera salida de Olvidos -que vino con su reconversión a formato digital, un proyecto diseñado a conciencia por su director Mariano Maresca- nos lleve a la cordura mediante una reflexión conjunta, serena y seria sobre la situación cultural, social y política de esta Granada, y por ello, de esta España de todos los demonios, que diría Gil de Biedma.