Olvidos de Granada nº 13

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Palabras y silencios de Carlos Sahagún

Ignacio López de Aberasturi

En diciembre de 1985, cuando Carlos Sahagún participó en el Encuentro con los poetas del 50 que aquí rememoramos, hacía ya seis años que el autor alicantino había publicado el último de los cuatro libros que configuran el núcleo de su obra poética. Sin embargo, all the rest is not silence. Poco antes de fallecer en 2015, Sahagún incluyó en sus Poesías completas 1957-2000 (2015, Sevilla, Renacimiento) un conjunto de 28 poemas que, inéditos en libro y compuestos entre 1978 y 2000, han sido tasados por la crítica a un nivel parejo al de Primer y último oficio (1979), su último y, tal vez, su mejor poemario. Poemas estos que, anticipando ya su repliegue hacia el silencio, decidió dejar sin el título (El lugar de los pájaros) con el que venía nombrándolos, optando por un genérico (y simbólico) Últimos poemas. Por tanto, el artículo “La poesía de Carlos Sahagún” que J. L. García Martín le dedicó en aquel número de Olvidos (y que, llamativamente, obvia Balmaseda Maestu en su visión de conjunto del poeta) junto al que incluyó ese mismo año 1986 en su libro La segunda generación poética de posguerra, Badajoz, Diputación, conformaban prácticamente una crítica “de compendio” por parte de García Martín.

Sin duda, ha de resultar sencilla a los aficionados al método generacional la tarea de rastrear marcas “de grupo” entre los elementos más exteriores de la biografía y de la construcción de Sahagún como poeta: he ahí el exilio interior con que se represalía a su familia (“Visión en Almería”, en Estar contigo, 1973), he ahí una (otra) infancia arrasada en la posguerra, ese niño geminado en adulto irreparablemente dañado y que daría lugar a su inseparable cliché de poeta evocador de la niñez, o el reconocido magisterio de Machado, Vallejo, Otero…; ahí está su temprana inclusión en antologías del 50, como Poesía última, 1963, de Francisco Ribes (donde solo figuran cinco poetas), o la nómina tan “generacional” de los premios por él obtenidos (Adonais, Boscán, Juan Ramón Jiménez), o su “autocomprensión social”, plasmada en tardes dedicadas durante años a alfabetizar en el Pozo del Tío Raimundo del padre Llanos o en la ubicación societal que él asignaba a la figura del poeta, más próxima a la del artesano (Primer y último oficio) que a la del médium visionario e indescifrable.

Y, sin embargo, todo ello no deja de aunarse en Sahagún con los personales vericuetos de una trayectoria poética personalísima, que se inicia con el propio año de nacimiento (1938), que le convierte en el benjamín del grupo (“Y os juro que la vida se hallaba con nosotros”) a la vez que en extrañamente próximo a otra remesa de autores (Vázquez Montalbán y Martínez Sarrión son del 39) que, desengañados con el nulo poder de cambio de la poesía social y embriagados con la eclosión de la cultura pop, el venecianismo y el sándalo, recibieron como algo ya desfasado el tono casi revolucionario (Guevara, Vietnam) de Estar contigo, su penúltimo libro. Asimismo, su peculiar decisión ética y estética de optar por un escéptico silencio (en 2000 comunicó su abdicación de la escritura) contrasta con el mayor interés que en los años noventa le comenzaba a prestar la crítica (Balmaseda Maestu, 1996; Navarro Pastor, 1993…). Respecto de ese deseo de borrarse, son proverbiales sus reiteradas negativas a reediciones y antologías de su obra y, sin embargo, también podemos intuir el detenido rigor con que preparó sus Poesías completas, añadiendo aquellos poemas inéditos arriba mencionados que suenan ya tan límpidos y conclusivos como un testamento lírico: “Logra el instante al fin su eternidad desnuda / y, desplegada en el espacio incierto, / el pasado al futuro, sombra a sombra, // la soledad ocupa el lugar de los pájaros”; o cercenándo(se) sin reparos una plaquette de poemas escritos y publicados allá por 1955 en su Alicante natal (Hombre naciente): “Si estuviera en mis manos / yo nada salvaría de este incendio”, había escrito. Adelantándose a ese silencio definitivo, su esquinada presencia en aquel Encuentro celebrado en Granada ya tomaba forma en la misma foto generacional del Palacio de los Condes de Gabia: situado en un extremo del grupo, alza la mirada hacia el futuro desde el que nosotros contemplamos la escena. Y de la actitud más que distante que mantuvo en aquellas charlas y mesas redondas transcritas en ese número de Olvidos se podría decir lo mismo que observaría A. L. Prieto de Paula acerca de su asistencia en 1987 al Encuentro con el grupo de los 50 que tuvo lugar en Oviedo, “donde hizo profesión de mutismo” (“Carlos Sahagún: una recapitulación”, Ínsula, junio 2017).

No cabe duda de que tras ese mantenido posicionamiento en una órbita más alejada de los eventos líricos y de los cenáculos literarios (no asistió a las Conversaciones poéticas de Formentor en 1959) se halla un temperamento retraído que renunció a los diarios codazos por hacerse notar y “estar” a toda costa (ya Angelina Gatell protestó ante su clamorosa ausencia entre los antologados en Veinte años de poesía española (1939-1959) que publicó Castellet en 1960; y aún debió soportar los apresurados calificativos que Lechner dedicara en 1975 a su dos primeros libros), recluyéndose en su labores de inspector de enseñanza media y en su primorosa colección de películas y DVDs.

Pero lo de decidirse por el silencio escriturario es distinto. En un intento explicativo, Prieto de Paula habló de sus ya largas intermitencias como poeta, de sus “huecos sin publicar”, especialmente el que va de 1961 a 1973. Pero la distancia temporal y la contemplación total de su trayectoria invitan a entender el caso de Sahagún como el de un río de magma oculto e ininterrumpido que solo aflora en las distantes fumarolas de la edición: tras un librito publicado ya en el 55, escribe con 19 años Profecías del agua, que aparece al año siguiente, en 1958; como si hubiera muerto un niño es de 1961 pero escrito en 1958-1959; del mismo modo, Estar contigo (1973) se comenzó a elaborar en 1961, al que le siguen Primer y último oficio (1979) y los poemas de El lugar de los pájaros (de entre 1978-2000), por no hablar de Espai i exili, libro en catalán inédito y terminado en 1983…

Esto es, es la suya una silenciada labor sin cortes ni calvas y mantenida durante casi medio siglo. Una callada tarea para después callar. Y callar para no volver a repetirse. En esa decisión por “dejar de hablar” que algunos de los poetas sociales adoptan (Poemas póstumos es un título de uno de ellos) está también, seguramente, el modo generacional de entender la poesía, algo así como alguien a quien le apremia algo que decir y, poniéndose en pie en medio del ágora, pide la palabra (Otero) y la toma, y habla, y dice, y ya luego en silencio se sienta. Y también es, ¿por qué no?, el epílogo de su legado poético, del mismo modo que los silencios son notas de la partitura. Notas calladas que el buen intérprete siempre ha de respetar.

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