La memoria terrestre
Álex Chico
Probablemente, el poema sucede mucho antes de que nos decidamos a convertirlo en lenguaje. Está ahí, esperándonos, alojado en una parte de nosotros, a la espera del momento oportuno para asomarse. Escribimos desde la memoria. El presente no es más que un tiempo que convoca nuestros recuerdos. Lo demuestra perfectamente Gil de Biedma con su magnífico poema “Pandémica y celeste”, del que sabía su número de versos antes de escribirlo. Lo sabía también otro autor enorme, Edmond Jabès.
Una experiencia se nos queda grabada y resurge días, años más tarde. Adopta la forma de un cuento o de un poema que viene a recuperar una historia que no se nos va de nuestro lado. Por eso la vida de la escritura no es más que la narración de un encuentro pospuesto. Lo es, de igual modo, la vida de la lectura. Parecemos destinados a llegar a ciertos textos, porque en ellos se esconde una parte de nuestra memoria que otros han sabido verbalizarla mucho antes que nosotros. Eso me sucede con los poemas del citado Gil de Biedma. Y me ocurre con Gabriel Ferrater, un poeta al que había regresado antes incluso de conocer su nombre.
Ferrater llegó a mí como suele suceder en estos casos: a través de otros autores. De Álvaro Valverde, concretamente, que empleó el título de uno de los poemas de Ferrater para nombrar su noveno libro publicado. Ese es, casi con toda seguridad, mi poema preferido del autor catalán: “Mecànica terrestre”.
Igual que ocurre con la escritura, ya había leído ese poema de Ferrater antes de que llegara por primera vez a Les dones i els dies. Lo había leído en todos los autores españoles en los que había influido la lectura de Ferrater. Había vuelto a su ritmo pausado en donde aparentemente no sucede nada y, sin embargo, se están convocando todos los sonidos del mundo, como un aleph. Había llegado a él porque esa era mi idea de lo que debía ser un poema. El modelo a seguir. El ejemplo perfecto de lo que yo trataba de hacer cuando decidí que mi vida debía pasar por la literatura.
Escribir es traducir el universo. Una parte, al menos. En “Mecànica terrestre” lo sabemos desde el inicio: «Veus, és així que tot pot començar». Después, nos dice, llega lo más profundo. Una voz poética que observa desde algún punto cómo desfila la extraña mecánica que mueve el mundo, sus mensajes solapados, lo evidente y lo que ya no podrá ser dicho. Como una caverna platónica, humilde y sencilla, las figuras dan pie a sus sombras, a sus contrastes: acuerdos y desacuerdos, idas y venidas, gestos desmesurados o mínimos. Ferrater, o el sujeto poético, o la ficción del personaje literario que se detiene y observa, permanece en un lugar sin nombre, en una plaza rodeada de casas a medio hacer, como granadas que trasforman el espacio en un juego de luces. El paisaje urbano se llena de viejos y de jóvenes que salen embriagados de un cine y lanzan cigarros al suelo. O de cafés con hombres de mediana edad que no saben si intervenir en su entorno y dudan, mientras el juego de la vida sucede a su alrededor.
Ese escenario es solo un fragmento. Un fragmento mínimo. Un universo minúsculo, pero un universo al fin y al cabo. Ferrater lo resume así: «Un instant d´un capvespre», un momento cualquiera en el que somos testigos de los cuerpos y la distancia que media entre ellos. Una escena que es también un espectáculo. “Mecànica terrestre” es, por eso, una metonimia: una parte del mundo, aparentemente insignificante, que es capaz de albergar todo un universo. Como hizo el gran Georges Perec en su libro Tentativa de agotamiento de un lugar parisino, cuando observaba la ciudad desde una mesa de la plaza Saint-Sulpice y consignaba por escrito lo que pasaba frente a la terraza del café en el que estaba sentado. Ambos, Perec y Ferrater, pueden resumirse en uno de los versos de “Mecànica terrestre”: «Ja ho veus. Un món». Cinco palabras que, casi de forma autónoma, pueden conformar una poética. Cinco palabras que condensan, también, el universo literario de Gabriel Ferrater.
Esa es la actitud. Qué es la poesía si no una forma de afrontar la vida, de traducir una escena que sucede, en silencio, a nuestro alrededor. No creo haber tenido mejor maestro que Ferrater para comprender esta lección cuando escribo. Con él, y con este poema, empecé a entender que todo cuenta porque todo nos cuenta. Todo, al fin y al cabo, es susceptible de convertirse en literatura, en ficción. Solo debemos afinar la mirada y buscar las palabras justas para estar a la altura de lo que vemos. Y de lo que no vemos. De lo que sucede a simple vista y de lo que permanece oculto, como el poema que tenemos escrito mucho antes de que hayamos verbalizado su primer verso.
Por eso, tanto tiempo después, sigo pensando que Gabriel Ferrater es uno de los mejores poetas del cincuenta: porque nos enseña a mirar. Su lectura nos ayuda a leer el mundo.
Gabriel Ferrater
Mecánica terrestre

Veus, és així que tot pot començar.
Després, el més profund. Ara projecta
les figures senzilles, els acords
i els contrasts, les anades cauteloses
i les vingudes ràpides, els gestos
que no s'amaguen a ningú. Jo ho veus,
ara tan bé com qualsevol moment.
Ets a una plaça amb cases a mig fer,
com magranes badades, que deslliuren
granets de cel envidreït. Els vells
recullen llum com ningú, a les mans
de cera que no es fon, plàcida. Els joves
surten embriagats del cine heroic
i llencen cigarrets a terra, durs
com la pedra que vol clavar un ocell.
Al cafè no del tot luxós, un home
que va pels cinquanta anys i és moll però
vehement, com un drap de barberia,
no sap si prefereix d'oferir foc
ell mateix, a la noia que ho espera,
o d'enviar-hi, humiliant-lo, el mosso
sorneguer, que li espia l'avidesa.
Un aneguet femení, amb una ratlla
de mercromina al turmell dolç on no