Día 6/24
Hablo con Juan P. en la librería: escribir sobre fútbol es tan complicado como hacer una tortilla francesa. La tortilla francesa hay que liarla, no cuajarla. No puedes llegar y echarla en una sartén a fuego fuerte y hacer una desgraciada tortita de huevo. No. Tienes que batir los huevos en su punto, con sal y pimienta, y echarla con cariño en una sartén a fuego medio y batirla mientras se hace y luego envolverla sobre sí misma para que quede esponjosa y gordita y tenga el punto de humedad que tiene que tener y no parezca unos huevos fritos explotados y al comerla sea como el abrazo de una madre en un puto lunes de enero. Mi madre las hacía así. Sergio las hace así en “Escuela de cocina”. No hay autoridades superiores en este tema. Escribir de fútbol es complicado porque es complicado tener interés, porque siempre estás al borde del precipicio que supone el tópico o contar lo que ya todos sabemos. Cuando he escrito en el blog una temporada larga sobre el Granada lo he dejado porque llegaba un momento en el que era inevitable repetir las mismas ideas, la misma actitud. Porque llegaba un momento en el que veía como la tortilla se cuajaba por no poder mantener la tensión necesaria.
Pongo el Turquía – Georgia en la librería, en el tercer escritorio del Windows. No ha habido nadie en toda la tarde y tengo que catalogar, así que podré ver bastante partido. Busco un par de pedidos y me voy a sentar y llega una clienta, ha vuelto de Italia y al libro que le vendí de Moravia le faltan más de veinte páginas. Esto es más común de lo que parece y es un error indetectable al catalogar: el libro parece normal y en buen estado, es un error de fabricación y no se nota al manipularlo. Tengo otro ejemplar, en Orbis, creo que está en el almacén. Desde el almacén oigo ¡gol! y luego ¡gol!. No está el libro en el almacén. Lo busco en Uniliber, en la misma edición y se lo traigo. Una semana más o menos. Ya van uno a uno y no me he enterado de nada. En algún libro leí que Georgia era un sitio espectacular en el que veraneaban los jefazos durante el estalinismo. Entra más gente. Güler marca un golazo mientras busco otro libro y lo veo en la repetición. Es un niño y debería caerme bien pero tiene ese aire de ego imponente que tenía Cristiano. No sé si a Kroos le habrá dado tiempo de hacer su trabajo. El gol es fantástico, el clásico golpeo con el interior de rosca al palo largo que parece sencillísimo cuando lo hacen los superdotados y una estupidez que se pierde por el córner cuando lo hacen los mortales. Me piden mi opinión sobre “El junco infinito” y no sé si soy pedante o simplemente un poco imbécil. Hay matices en algunas situaciones que te llevan a situaciones imposibles, en las que siempre quedas mal. Pero mi amiga al final se lleva “La luz difícil” de Tomás González y merece la pena. Le gusto Faciolince, tengo que leerlo.
Hay una fina pátina de polvo sobre los muebles. Huele a darro; el váter se ha quedado sin agua y ha subido el olor de las tuberías. Abrimos las ventanas y entra la luz del atardecer. Sobre la mesa está un libro de Matilde Asensi con una señal a la mitad. En la mesita, junto a la lámpara, el último de Ken Follet. No sé si le dio tiempo a acabarlo. Me concentro en no pensar y buscar las contribuciones, las escrituras, que necesitamos. En las paredes hay retratos de mis hijas, pintados por mi otra hermana, tan distintas a las mujeres que son ahora. En la nevera sólo quedan cervezas y un bote de espárragos. Todo el piso está ordenado, congelado en el tiempo, como si hubieran salido a tomar la caña de al mediodía. Ya he vivido esto otra vez. Nunca te acostumbras. Las gafas están en la mesa del salón, abiertas, esperando que alguien vuelva a usarlas. No encontramos lo que necesitamos. Miro en la habitación que era de mi madre y parece una celda de un monasterio en su sobriedad: la cama, el armario, la pequeña televisión. Apenas hay adornos. Las orquídeas que le compramos el Pequeño y yo están secas. Una muy seca, me la llevo porque me la tengo que llevar y la otra está todavía verde, flácida, pero tengo esperanzas. También hay un pascuelo, con la red de plástico que soportaba las hojas todavía puesta, muy seco. Me lo llevo, por si acaso. Encuentro un papel con información que me puede valer. Cerramos las ventanas. Tiramos varias veces de la cadena del váter. Apagamos las luces.
Llego tarde al Portugal – Chequia. Voy con los checos. Cenamos pizza que han preparado les niñes. El Pequeño va con el Bicho. Me sorprendo cuando me lo dice. Portugal juega con el 532 que se ha extendido como una plaga, como el neoliberalismo, por todo el planeta fútbol. Tres centrales contra Chequia. Esperaba más de ti, Roberto Martínez. Juegan Leao y Vitinha que son los que tengo ganas de ver. Marca Chequia. Luego Portugal empuja y empuja y al final marca un tipo del Oporto que seguro que dentro de poco valdrá cien millones de euros como todos los jugadores del Oporto y del Benfica. Veo el partido sin verlo bien. Llego a la cama y me obligo a leer algo: Naipaul me cuenta cosas del siglo XIX indio.