Diario de un patio andaluz: 14, Eurocopa

Javier Ruiz Barquín

Día 5/24

Ayer no me dio tiempo a escribir sobre el Inglaterra-Serbia. Mi único problema con la Eurocopa es que los días no tienen cuarenta horas. Es domingo por la tarde, la tristeza sobrevuela la casa y estoy un rato en el patio entre partido y partido. Ajusto el riego del huerto lo mejor que puedo y pienso en cómo cambiarlo. El riego es siempre el problema principal en cualquier patio andaluz o, al menos, en los que yo he cuidado. Dependiendo de cómo lo pongas podrás tener unas u otras cosas y te sobrevivirán a las olas de calor. Tener un huerto hace treinta o cuarenta años, antes de que el clima cambiara, tenía que ser mucho más fácil y agradable. Hago gazpacho mientras empieza el partido. Oigo el gol y me da tiempo a ver la repetición: Bellingham coge un balón en el centro del campo, lo pasa al lateral y tira un desmarque de cuarenta metros en el que va pidiendo el balón la mayor parte del tiempo. Llega al área antes que los defensas y con más decisión. Golazo. Hay veces en las que es Zidane y es Raúl. Me gusta Rice, el del Arsenal y me sorprende que Tripier esté todavía de titular. Kane aparece tan poco como Foden. En el segundo tiempo, Serbia se va a por el partido y con pocos recursos pero inteligencia y fiereza a partes iguales está a punto de empatar. En el último minuto el árbitro, el del VAR, Ceferin y el espíritu de los tiempos, le tangan un penalti de Tripier sobre Mitrovic. Lo busco en el resumen de RTVE y no aparece. Los serbios son pobres, que no se quejen tanto.

Pongo el Rumania-Ucrania pensando en Lunin y los del Girona y van cayendo goles de Rumanía. Me duermo y me despiertan los anuncios de Teledeporte con tres o cuatro puntos más de volumen que el partido; sobresaltado, creo que alguien ha quitado el fútbol, el Pequeño me tranquiliza y me hago un café. Veo un poco el segundo tiempo hasta que me voy a trabajar. Más Rumanía e igual de poco de Ucrania. No conozco a casi ningún jugador.

En la librería, no me acuerdo de poner el partido hasta que no lleva diez minutos. Lo pongo en el tercer escritorio virtual del Windows, el que solemos usar para la música. Lukaku falla goles. Es un gran jugador pero siempre le pasa algo, siempre falla en el momento decisivo, siempre elige mal el equipo al que tiene que ir. Tantos errores siendo una estrella lo convierten en alguien entrañable. Juega De Bruyne y pienso que es otro que se merece más por lo bueno que es. Busco libros, atiendo gente, hablo por Whatsapp y estoy en Twitter; el fútbol de fondo, con el volumen bajo. La tarde pasa volando mientras trabajo, comento capturas de Mark Fisher y espero a que Bélgica empate. Vendo “George”, el libro de la hija de Sylvia Plath, y pienso que debería leerlo yo también. No sé quién es el seleccionador de Bélgica. ¿Dónde juega Carrasco ahora? Lukaku engancha una bien y fuera de juego. El fuera de juego semiautomático sí que es un avance. Engancha otra y el árbitro del VAR descubre un impresionante roce del balón en una pérfida mano del atacante que da el pase previo. Una de las pocas cosas por las que siento nostalgia es de cuando las manos eran voluntarias e involuntarias. Si es involuntaria, y no puede evitarla y no la ves sin cámara lenta, no es mano. Estos tiempos, mejores en tantísimas cosas, también tienen sus estupideces. Una patada por detrás a un delantero serbio no es penalti y un roce en una mano medio minuto antes del gol sirve para anularlo. El consuelo, un poco estúpido, es que los árbitros en Europa son igual de imbéciles que en España. No todos, pero sí muchos.

Llego a casa, me sirvo un vaso de refresco de limón y pongo la TV. Juega Francia. Siempre he ido con Francia pero no puedo con Deschamps. No puedes bancar a alguien que prefiere a Giroud a Benzema. Bien Mbappé pidiendo el voto para frenar a la ultraderecha. Tan bien como Unai no queriendo pronunciarse. El derecho a la privacidad en el voto, a no tener que dar cuentas de la ideología propia, fue una conquista, como tantísimas, de las izquierdas. Los jugadores no tienen que ser como queramos cada uno de nosotros que sean entre otras cosas porque es imposible. Tampoco tienen que ser nazis. Pero no me vale como “ser nazi” el que un día se hagan una foto con una bufanda de un grupo ultra; para acusar a alguien de algo tan sumamente grave, tiene que haber pruebas nivel Zozulia por lo menos. Veo a Francia mientras hablo con les niñes que han vuelto y empiezan turno en casa. Miro la TV y hay gente sangrando y dándose golpes accidentales en un partido que es limpio. Alaba está en el banquillo y pienso en lo bien que me cae ese señor. Francia juega con una idea similar al Getafe de Bordalás pero sin causar heridos. Hay muchas maneras de ganar y de jugar al fútbol y todas me parecen bien cuando se hacen bien. Pero la Francia de Deschamps es extremadamente rácana con la vida, con la belleza, con el juego. Tienen potencial para salir a por los partidos y dominarlos de mil maneras diferentes y se conforman con sobrevivir y ver si va cayendo algo. Griezmann sangra y luego se dobla la rodilla y el tobillo de una forma que da un poco de susto. Sigue. Mbappé remata un balón y se destroza la nariz contra el hombro de un defensa. Mientras, ha caído un gol en un rebote. A Austria no le llega el orden y las ganas para empatar. Sale Camavinga y tampoco es el de las noches brillantes en las que se parece a Redondo. Aparece Giroud y falla una. El partido acaba y gana Francia y Mbappé se va al hospital y, durante el insomnio, en radio Marca hablan una y otra vez sobre si esa nariz está o no rota.

No me da tiempo a corregir este texto pero sí he logrado acabarlo. Me voy a trabajar.

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