Día 22/31
Hay un desierto justo antes de los cuartos. Dos días sin fútbol. La consciencia de que sólo quedan siete partidos, de que llegará la final y luego el páramo del verano y las noches a treinta grados y se mantendrá la estupidez perenne en la prensa española deportiva (y en la otra, pero igual algo menos) y el Granada no se venderá y no volverá a ser un club decente y los voceros de Florentino seguirán haciéndole un masaje perpetuo. No me gusta nada que España juegue el primer partido de cuartos porque eso ya condiciona todo: no ves emocionalmente igual los demás partidos si ya eres neutral pero estás jodido que si eres parte y buscas lo mejor para tu equipo.
España sale con los titulares. Creo que fue en 2008 cuando jugamos casi todos los partidos con los mismos once y la prensa decía que Luis estaba destrozándolos y que no iban a aguantar. El partido empieza con España torturando a Georgia. No creo que seamos favoritos —tampoco contra Alemania— pero es cierto que ningún otro equipo tortura así a los rivales y se lo hemos hecho a ratos a todos, hasta a Albania con los suplentes. Pero Georgia tiene un plan y un trabajo previo de scouting impresionantes y la respuesta es muy eficaz: gran contra por banda y desastre de Le Normand que marca —como todo el mundo— en propia meta. Desde el minuto dieciocho al treinta y nueve salen todas las dudas y todas las carencias del equipo. Los georgianos siguen con su plan y nos sacan los colores en cada contra. Tremendo el trabajo de Willy Sagnol, una de las figuras del torneo. Pero Rodrigo engancha una y luego Lamine le pone un regalito a Fabián y qué dos mediocentros tenemos y se acabó el partido. Porque no le podemos pedir a Georgia que tenga un plan para remontarnos porque tienen un jugador fantástico, pero sólo uno: Kvaratskhelia.
Viene el bisnieto de un conocido intelectual granadino a la librería con un señor inglés, mayor. Buscan un libro de su antepasado, pero parecería que sólo quieren ver cómo está valorado, si sigue siendo conocido. Sí, sigue siendo conocido y leído. Su madre también escribió un libro. Está disponible todavía pero no lo quieren. El inglés está leyendo un libro de un viajero romántico por Andalucía, en una antigua edición inglesa, que ha reeditado ahora Renacimiento. Pienso en Somerset Maugham llamando “animalito” a su amante sevillana. Busco el libro que querían en la red, lo encuentro, pero no lo quieren. Van cambiando del inglés al español en su conversación. Se sorprenden en algún momento —con disimulo— de que conozca éste o aquel libro. Siento una pizca de odio de clase.
Todo lo hecho hasta ahora es parte de la rutina: ya hemos cumplido, ya no es un fracaso el torneo. Pero ahora empieza el torneo de verdad, Luis Enrique nos llevó, con todavía menos mimbres, hasta las semis. No somos favoritos ante Alemania, pero tampoco somos una banda. Supongo que el partido dependerá del acierto frente al gol y de quién domina el centro del campo y quién se queda con el balón. Qué decepcionante la columna de hoy de Galder Reguera alardeando de no saber. A mí me encantaría saber de fútbol e interpretar mejor los partidos tácticamente. Hay una tendencia a favor de la estupidez en la prensa que personifican Roberto Gómez (una garantía al nivel de Felipe González: siempre en el bando contrario) y los que usan “panenkita” como insulto para denominar a los pocos periodistas —como Quintana— que piensan que sus oyentes, sus lectores, no son imbéciles, no dan voces ni insultan y, además, intentan comprender y explicar el juego.
Después del partido viene la ansiedad a verme. No quiero verla y apago la luz, dejo a Dosto y pongo la radio: me duermo y se va.