Día 16/24
Es viernes y noto la sensación de libertad que da tener dos días y casi medio por delante sin trabajar. Estoy en el patio, oyendo caer el agua en el mini estanque que ya tiene bomba y filtro y empiezo a leer “Crimen y castigo” —en la edición de Alianza— con esa mezcla de ilusión y estupor que tengo cuando me enfrento a uno de los Monumentos de la Literatura. Fantaseo con que voy a sacar tiempo para ver los dos programas de TVE sobre la Eurocopa de los dos días que no he logrado ver: martes y miércoles. Cuatro partidos enteros perdidos. Ocho equipos. Nada. Cero. La vida.
No logro sacar tiempo, obviamente. Milan está en mis pies y la bomba del estanque-bañera suena en demasía, como si el rotor rozara o se hubiera torcido. El sonido del agua es agradable; el ruido de la bomba, no. Entra un chaval en la librería hablando por los earphones. Su mundo es su medio metro. La tienda está silenciosa, es primera hora de la mañana y todavía no he puesto música. Ni siquiera el disco del año pasado de Glen Hansard que estoy empezando a oír obsesivamente. Pasea y la conversación lo envuelve. Un par de mujeres jóvenes al fondo y yo lo miramos con disimulo de vez en cuando, queriendo no oír su conversación. Al poco, vuelve a esta dimensión, me pide consejo sobre qué comprar y se lleva a Petterson y a Mankell y es amable y simpático.
Pongo el Francia – Polonia en la librería, en el tercer escritorio del Windows. Lo oigo de fondo mientras trabajo pero hay gente y tengo el volumen flojito para que no sea molesto y no me entero de nada. Mbappé juega con la nariz rota. No sé qué pensar, no sé. Un chaval me pregunta como va y compra “El largo adiós”. Hay más goles en el otro partido y pienso que me he equivocado al poner Francia como si lo estuviera viendo. Veo, ahora, domingo, el resumen de Francia. El 433 mola si tienes a Modric y Kroos o a Xavi e Iniesta. Pero tres mediocentros defensivos, cuando tienes la mejor plantilla de la Eurocopa en talento y físico, parece demasiado cicatero incluso para un tipo tan triste como Deschamps. Kante conduce una contra —en el resumen— y no ve a Mbappé que está solo. Su trabajo no es ver. Mbappé tiene una y otra oportunidad y siempre le falta algo. Polonia empata. Deschamps se va de un grupo con equipos de clase media con dos empates y una victoria. Los cruces son otra cosa y ellos no pierden, pero ofrecen tan poco para lo que tienen que ojalá los eliminen lo antes posible. Así no hay quién pueda ser afrancesado.
Veo —también— el resumen del Holanda – Austria. La defensa holandesa tira mal el fuera de juego en dos de los goles. Koeman, cuando lo oyes hablar, parece buen entrenador pero luego ves esto y piensas en Albelda y lo que hizo en Valencia, lo que hizo en Barcelona e igual no le llega para ser seleccionador de Holanda. Nosotros tenemos a De la Fuente, ampliamente halagado por la prensa de la M-30, qué vamos a decir. Austria parece un buen equipo todo el rato; lástima que Alaba no haya llegado (y qué arte irse en el cuerpo técnico, el fútbol no es sólo un negocio, no). ¿Sabitzer? ¿El del Borussia?
Llego a casa a tiempo de ver a Inglaterra contra Eslovenia. Le hago poco caso al partido porque estamos cenando y hablamos y esas cosas. Estoy muy cansado. Inglaterra juega con poco espíritu y parece demasiado equipo para su entrenador. La Champions —que es cáncer y maravilla del fútbol moderno— nos ha acostumbrado a un tipo de entrenador sabio que no comete errores normalmente y que siempre es bastante avanzado. En la Liga o en la Premier sucede igual: el que pone al Cacique Medina lo paga rápido y cruelmente. En el fútbol de selecciones caben tipos simpáticos, educados, que no molestan a la prensa ni al presidente de turno y que —como ganar es tan complicado— siempre arman una buena excusa. Recuerdo que hace años —quizás todavía en el local de Buensuceso— tenía una pegatina en la puerta que ponía prohibido móviles. Era demasiada pose. Pero hay algo que agrede a mi pudor cuando veo, y oigo, a la gente ensimismada en otra conversación. Me llega el tomo de Naipaul de los tres viajes a India en inglés y es fantástico. Empiezo el prólogo de Theroux y lo entiendo bastante bien. Ahora sólo me falta comprarme los cientos de horas necesarias para leerlo. Empate a cero, con Kane, Foden, Bellingham y todos los demás. Con los ingleses nunca se sabe si son un fraude por el entrenador, porque son un fraude como vemos casi cada año en las competiciones de clubes y, también, cómo lograron sostener un imperio y no logran un 442 medio decente. En el resumen reafirmo lo que pensé el otro día: me gusta Rice.
Es miércoles y la vida —la vida normal, la de todos los días, la que no recuerdas la semana que viene— está dispuesta a atropellarme. Tengo día de jornada continua hasta las cinco de la tarde en la librería pero vienen M. y el Pequeño a recogerme y salgo una media hora antes. Vamos a comprar a Centro Reto. Encuentro una taza inglesa chulísima. Parece que sí saben hacer tazas. Compramos cosas variadas entre las que está una botella de cristal de las que tienen un grifito abajo para servir el líquido. Planeamos quitarlo y usarla de segunda etapa del filtro del estanque. Cuando llegamos a casa lo quita el Pequeño, la llena de piedrecitas porosas y metemos la goma por la boca de la botella. Funciona. Hay que buscar una goma bonita y regular el caudal de agua pero ya tenemos filtro para el estanque y ruido de agua en el patio. Está jugando el grupo E y ni siquiera lo pongo. Intento descansar un rato pero no lo logro. Leo a Naipaul, que estoy acabando “India, tras un millón de motines” y necesita tiempo y cariño para disfrutar las últimas páginas. Me da pena acabarlo, a pesar de todo el tiempo que me ha costado leerlo y de las ganas que tengo de que se acabe. Rumanía y Eslovaquia empatan, como estaba previsto. Veo el resumen y parece un partido normal, pero en los resúmenes todos los partidos son el mismo: llegadas al área, tiros a meta, caras de intensidad. Si en la literatura existieran los resúmenes de mejores jugadas, Cercas sería como Tolstói.
Ucrania empata a cero con Bélgica y está fuera.
Finalmente, me llama J.M.R. porque tiene mi entrada para la “Missa solemnis” de Beethoven en el Palacio de Carlos V. No podré ver ni Portugal, ni a los checos, ni a Güler, que sigo sin saber si es tan bueno. Gracias, RTVE, por poner siempre los mismos anuncios en los partidos y los resúmenes: he visto la estupidez del anillo un millón de veces y casi las mismas el del peso del país. Los pobres, con lo que pesa un país. Turquía nos elimina —a los checos— en el último minuto del descuento. Como a los croatas Italia. Güler no sale en el resumen nada más que pidiendo el balón y sin que se lo den. Portugal pierde con Georgia y es que parece claro que son un candidato al título, por talento, por jugadores, tanto como que son uno de los equipos más ridículos por carácter, por cómo ganan y cómo pierden. Tienen a Pepe y a Cristiano, todavía, a Joao Félix con sus aires de conde ruso en el París de entreguerras. No, no. Dejad jugar a Vitinha y sed serios, por favor.
El Palacio de Carlos V es un marco imponente. La Orquesta Nacional de España es una gran orquesta y la Missa es mi obra favorita de Beethoven. Cuando voy a conciertos de clásica me siento muy impostor: me gustaría saber más para entender mejor. Conocer el lenguaje musical para disfrutar más. Sin saber, la Missa me lleva a un viaje por la muerte y la vida, por la tristeza más profunda y por el infierno más tenebroso; también es un canto a dios y a la totalidad. Ojalá me hubieran dicho, de niño, que ser católico era creer en esta misa. A mi lado se sienta un señor con pinta de saber cosas y de ser de Madrid. Al día siguiente leo la crítica que hace en Scherzo, que pienso que escribió en la pequeña Moleskine que llevaba en el concierto. No se puede ser más corta rollos ni más pejigueras. Me quedo con mi no saber y con mi fantástica impresión del concierto. No pude ver la última jornada de grupos pero estuve cerca de dios casi un par de horas.