La Otra Sentimentalidad

Inmaculada Mengíbar

Supón que ahora te digo que te quiero,
que te he querido siempre, aunque tal vez
se trate de esta música,
de cómo huyen los árboles, la avenida y el tiempo
en el retrovisor. Se van, se quedan,
como tu voz, tus ojos, cuando ya no estás tú,
las palabras hermosas que rescato cuando hablas
o esos paisajes tristes que una vez vimos juntos.
Quizá sea la música, no sé, pero se llena
el corazón de pronto de lunas que se quiebran,
de farolas y adioses,
de ojos verdes, lejanos,
de boleros prestados para decir te amo.
Supón que ahora te digo que te quiero.
Y qué importa, las noches
son tan descaradamente mentirosas.

Quizás es que la luna se olvidó de nosotros,
de venir a buscarnos en medio de estas ruinas.
O quizá sea mi forma de estar sola contigo,
este paisaje aún
teñido de violeta
o los escombros malva de la tarde cayendo
sobre mi corazón: puedo morirme
sólo con que te acerques a ofrecerme
fuego. Y tú me hablas.
Mientras andamos me hablas
en todos los idiomas,
descifras jeroglíficos
extraños para mí,
me ayudas a bajar
escaleras de tiempo
y me tratas de usted cuando los pasadizos,
cuando el jardín un poco melancólico, cuando
el mirador, el puente desvencijado, el miedo,
y a mí me entran ganas
de tirarme a tu cuello,
unas ganas tremendas de coger y abrazarte
y luego asesinarte sin que nadie se entere.
Quizás es que la luna se olvidó de nosotros.
Estas calles aún
teñidas de violeta
o los escombros malva de la tarde cayendo
sobre mi corazón. Lo cierto ahora
es que podría morirme silenciosa en tus labios
hasta el anochecer, hasta ese día
en el que al fin consiga pasarme de las rayas
de tu camisa, ver
ese paisaje tuyo, tan secreto,
y alguna vez me pierdas
el respeto y me lleves
a la calleja azul de lo prohibido.

Los poemas seleccionados pertenecen al libro Los días laborables, finalista del Premio de Poesía Hiperión, 1988.

Comparte

Deja un comentario