La Otra Sentimentalidad

Antonio Jiménez Millán

To the happy few


Quizá sólo veían en mí un exagerado sentimental
Stendhal

A Mariano Maresca

Algunos acordes de Mozart o de Rossini
vienen a la memoria. Apenas si recuerdo
los gestos galantes, esa estrategia
torpe de los hombres de mundo,
tantas conversaciones de salón:
yo prefería el frío de las madrugadas,
las hogueras dispersas en cuarteles de invierno,
el brillo de las armas,
cuando la inmortalidad era un lujo
al alcance de cualquier hombre;
no este paisaje negro de hábitos
y mercaderes asustados
después de las cenizas de la guerra.
De lo demás, qué podría decir.
Una rígida familia triste,
el orgullo que se arriesga en los lances
de amor —ya escribí mucho sobre el tema,
y nunca se plegó a mis deseos—,
mis veleidades con la ciencia
o la pasión, jamás cumplida,
por la música.
Sin embargo,
nada empañaría la luz de sus ojos
en las calles de Siena,
si no es mi sensación de haber llegado tarde,
demasiado viejo, acaso escéptico
para creer en la inocencia
de aquellas almas nobles a quienes rendí culto
en mis fábulas. Todo
era más inhóspito entonces, todo
envuelto en los fracasos de la historia,
como un corcel derribado
o un ejército en fuga.
A esos que llaman seres sensibles,
la feliz minoría,
quisiera entregar estas páginas
inciertas, mis años últimos:
ya sé que he pagado tributo
a mi excesiva ambición de gloria.
Sólo ellos podrán juzgarlas,
antes que sean condenadas
a las llamas del tiempo y del olvido.


De Ventanas sobre el bosque, Visor, 1987

Sobre los tangos


Malena dijo su último tango
en la madrugada,
cuando dormían todas las preguntas.
Fue en una habitación estrecha,
de las que suelen elegir
los viajeros nocturnos y el deseo.
Y su canción no trajo
el frío de los últimos encuentros.

De Ventanas sobre el bosque

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