De la Guerra Fría al Cambio Climático
¿Qué tendrá que ver la toxicidad del tabaco con la Guerra Fría, la lluvia ácida o el agujero de ozono y el cambio climático? Comenzaré por el final. El informe de febrero de 2007 del Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC por sus siglas en inglés), un organismo dependiente de la ONU, concluyó que el calentamiento observado durante los últimos 50 años está provocado por actividades humanas y la necesidad de un esfuerzo internacional para abordar este problema. El IPCC, junto con el exvicepresidente Al Gore, recibió el premio Nobel de la Paz en 2007. El consenso científico sobre el informe del IPCC se basa en que los seres humanos han cambiado la química de la atmósfera, aumentando en casi un 40% la concentración de dióxido de carbono, CO2, desde comienzos de la Revolución Industrial, aumento que procede fundamentalmente de la quema de combustibles fósiles (carbón, petróleo y gas natural) y del que, junto con otros gases de efecto invernadero, es de esperar un cambio climático de la Tierra. La física teórica predice que el consiguiente calentamiento global será primero evidente en la fusión de hielo y nieve en el Ártico, la llamada amplificación polar, con una serie de consecuencias que ya se vienen observando.
Por hacer historia, todo esto fue ya adelantado hace más de un siglo por algunos eminentes científicos, como es el caso del sueco Svante Arrhenius (premio Nobel de Química en 1903 y uno de los padres de la Química Física), quien en 1896 publicó ya un artículo en el que, en base a los datos que entonces disponía y elaborados cálculos, proponía empíricamente que un aumento en progresión geométrica de la proporción de CO2 en la atmósfera implicaría un aumento en progresión aritmética de la temperatura media del planeta, algo no tan alejado de los sofisticados cálculos actuales, con el efecto que ello conllevaría para la vida de animales y plantas.
En resumen, tanto la teoría como la evidencia muestran que el calentamiento global antropogénico es una realidad, es decir, no se trata solo de una predicción sino de una observación. Sin embargo, el cambio climático es un tema muy polarizado y politizado. Aunque el origen de la confrontación se atribuye al presidente George W. Bush, que encontraba insuficientes las razones científicas del cambio climático como para tomar medidas, favoreciendo así la incertidumbre sobre aquellas, el tema de la polarización política tiene un origen anterior, relacionado, entre otros, con el Instituto George C. Marshall. Este Instituto, uno de los primeros think tanks conservadores opuestos al consenso científico sobre el cambio climático, fue creado en 1984 y centrado en políticas de seguridad nacional, contrario a cualquier regulación que fuera en contra del libre mercado y que recibía financiación de compañías petrolíferas (por ejemplo, 715.000 $ de ExxonMobil). Convencidos de la importancia de los medios, sus miembros escribieron multitud de informes negando las pruebas de que existiera un cambio climático real y, de serlo, que lo fuera de origen antropogénico, sin necesidad por tanto de acción reguladora alguna, todo ello en radio, televisión, posteriormente en páginas web de internet, y en revistas populares conservadoras tales como Wall Street Journal, Forbes, Fortune, etc, carentes de revisión por pares a diferencia de las usadas por los científicos conscientes de la existencia y origen de dicho cambio, como Nature o Science.
El fundador del Instituto, Robert Jastrow, se había adherido previamente a la defensa de la Iniciativa de Defensa Estratégica (SDI por sus siglas inglesas), propuesta por Ronald Reagan en 1983 (la llamada entonces guerra de las galaxias), que pronto encontró la oposición rotunda de la ciencia académica por ser poco realista e ir en contra de la destrucción mutua asegurada en la Guerra Fría en prevención del invierno nuclear posterior a una guerra nuclear estratégica. Ante esta oposición, Jastrow, junto a Frederick Seitz, ambos físicos jubilados y expertos en seguridad nacional, centraron sus esfuerzos en los medios afines con informes y comunicados y creando talleres y programas para contrarrestar los argumentos contra la SDI, todo ello con la intención de crear el debate, la polémica y el equilibrio entre las partes, y con ello la duda e incertidumbre, es decir, la ignorancia programada sobre el fondo del asunto. Sin embargo, en 1989 se produce la caída del muro de Berlín y posterior colapso de la URSS, con lo que, en principio, la Guerra Fría había terminado y con ello la aparente necesidad de la SDI. No es coincidencia que en ese mismo año el Instituto Marshall abordara el calentamiento global con una estrategia análoga a la seguida con la SDI, en este caso negando la evidencia científica como una “perversión del proceso científico”. ¿Cómo se centra en el cambio climático una organización dedicada a la defensa de la SDI y qué relación tiene todo ello con la producción cultural y social de ignorancia? Prosigamos nuestra historia.
Seitz, presidente emérito del Instituto Marshall, había sido antes asesor principal de la compañía tabaquera R.J. Reynolds, que durante finales de los 70 y primeros 80 financió con 45 millones de dólares un programa de investigación médica dirigido por Seitz y cuyo objetivo último era encontrar pruebas contrarias a la relación entre el tabaco y sus efectos nocivos para la salud. Actividades que luego se prolongarían, financiadas por el Instituto del Tabaco, al humo ajeno, tema que se ha comentado en el apartado anterior. Volviendo a 1989, Seitz junto con otro físico jubilado, Fred Singer, emprenden la citada campaña contra el cambio climático en colaboración con el Instituto Independiente, otro think tank conservador vinculado a la Institución Hoover, uno de cuyos asesores manifestaba que en un mercado verdaderamente libre (donde la intervención gubernamental sería contraproducente) la tecnología puede resolver cualquier problema ambiental o social. Afirmación que no necesita comentario alguno. Siempre en su afán de favorecer a la industria, Seitz y Singer se embarcaron también en la negativa de que los compuestos clorofluorocarbonados (CFC) fueran la causa del agujero de ozono o de que la lluvia ácida fuera debida a los combustibles fósiles. Sin entrar en la historia, recordemos que en ambos casos los negacionistas perdieron finalmente la batalla, aunque otra cosa es que se siguieran tajantemente las recomendaciones científicas. No parece sino que los revisionistas siguieran la conocida frase de George Orwell en su obra distópica 1984 de que quien controla el presente, controla el pasado y quien controla el pasado, controlará el futuro.
En realidad, en los varios temas abordados que culminan con el problema acuciante del actual cambio climático global, los objetivos de los negacionistas del conocimiento científico, aunque con un pretendido velo de falso cientifismo, han sido la defensa a ultranza de intereses económicos de la gran empresa y un cada vez más libre mercado, así como motivaciones políticas e ideológicas neoconservadoras opuestas a cualquier tipo de regulación del Estado por cualquier medio y sin importar la justificación. El Partido Republicano también utilizó la creación de incertidumbre para sus fines partidistas, lo que en conjunto ha originado que la ciudadanía estadounidense esté más desinformada sobre dicho cambio climático que la de otros países; no en vano los EE.UU. han rechazado los acuerdos de Kioto para la reducción de gases de efecto invernadero. Yendo más allá, e invirtiendo los papeles, los negacionistas han acusado a la comunidad científica de motivaciones políticas, tales como que el fin ecologista está en derribar el capitalismo y reemplazarlo por el socialismo o sugiriendo que el objetivo de la comunidad científica era la redistribución de la riqueza y creación de un nuevo orden mundial; de hecho, a ecologistas y activistas se les consideraba como “rojos vestidos de verde”. El intento de confusión total estaba servido. Por citar un ejemplo, el conocido escritor Michael Crichton publicó en 2004 la novela State of Fear (Estado de Miedo, traducida al castellano en 2006), una obra de ficción en la que plantea que el calentamiento global es un bulo anticapitalista de la ciencia y la ecología, afirmación que justifica en un apéndice final basado en los informes del Instituto Marshall; no sorprendentemente, Crichton fue invitado en 2005 por el presidente Bush a la Casa Blanca. Por otra parte, el multimillonario George Soros, no sospechoso de veleidades socialistas, se refería a las actividades de personajes y grupos negacionistas como “fundamentalismo de mercado”, es decir, gentes que sostienen una creencia dogmática en un neocapitalismo de mercado sin restricción alguna a las multinacionales, un fin que justificaría cualesquiera medios.
Un artículo muy interesante sobre un tema no tan conocido como debiera ser. Nos ayuda a plantearnos situaciones de total actualidad, aunque el agnosticismo ya tiene un largo camino andado.
Muy acertado e ilustrativo de los mecanismos del poder en la sociedad de la información. Los recientes resultados de las europeas son fiel reflejo del buen resultado que dan los métodos de manipulación política basados en el generación de ignorancia.