Antonio Machado y la poesía contemporánea, de Francisco Morales Lomas

El 21 de abril de 2017 a las 20:15 h., en el Salón Rojo del I.E.S. Antonio Machado de Soria –donde Antonio Machado impartía su docencia-, con motivo de la reunión del jurado del Premio de la Crítica al que fui invitado, tuve ocasión de participar en una mesa redonda titulada “Antonio Machado y la poesía contemporánea”. En aquella ocasión estuve muy bien acompañado por tres buenos colegas y amigos: la catedrática de la universidad de Oviedo, Araceli Iravedra; el catedrático de la universidad de Alicante, Ángel Luis Prieto de Paula y el presidente de la Asociación Colegial de Escritores de España, Manuel Rico, que hizo las veces de moderador de aquel emblemático centro que rezumaba todavía el espíritu de Antonio Machado. Ante un público que llenaba el salón de actos, fue entonces cuando tuve ocasión de pronunciar este discurso que ahora el lector puede leer y que hasta ahora había permanecido inédito.
Hay fundamentalmente dos poetas que marcan a las generaciones que van progresivamente surgiendo durante el siglo XX: Juan Ramón Jiménez y Antonio Machado. El primero en el primer tercio de siglo; y el segundo a partir de la República y hasta el momento en que escribimos, pues no en vano en estos momentos se puede considerar un guía para Humanismo Solidario, un movimiento literario y artístico (existe también una arquitectura humanista –Shigeru Ban-, una fotografía humanista –Sebastiao Salgado-, una pintura humanista…) que tiene en Machado uno de sus grandes precursores.
Se trataría, entiendo, de un caso único en la historia de la literatura española el de un escritor que sucesivamente haya tenido tanta aceptación en las generaciones siguientes, a excepción del grupo Novísimo, al que podemos considerar un paréntesis –aunque con matices- en esta exaltación machadiana.
Pero si tan importante es la duración de ese éxito, en torno al siglo, también lo son las razones literarias o extraliterarias en que se fundamenta ese beneplácito urbi et orbe. Porque está claro que la profundidad poética de Antonio Machado es tanto como su compromiso con la palabra y el ser humano y, en función de las épocas históricas en que ha sido reclamado, podemos encontrar un Machado u otro, y siempre un Machado diverso, plural y lleno de perspectivas y matices, cuya razón de ser tuviera tanto que ver con sus heterónimos.
En mi libro Poética machadiana en tiempos convulsos. Antonio Machado durante la República y la guerra civil (2017, Editorial Comares) analizo, entre otras cuestiones relevantes, la poética machadiana desarrollada en su obra completa y fundamentalmente en Juan de Mairena y la relación con algunos de los escritores de la época, sobre todo los más jóvenes, en aras de situar el grado de influencia ya entonces de la obra de Machado, que desde luego fue escasa, por no decir imperceptible en los autores del 27, salvo casos muy precisos, para lo que me remito a mi libro citado. En él digo que Abel Martín y Juan de Mairena básicamente (aunque habría que citar también a Meneses y al nasciturus Pedro de Zúñiga) conforman el dúo en el que Machado quiso anclar una visión particular de la creación poética y del pensamiento con intención de recuperar un pasado. Obviamente, en esa reflexión está muy presente su crítica y apatía a esa lírica de corte lógico, sentida como el desfase de un barroco amortiguador y descreíble, más atenta a las veleidades metafóricas y al culto de la imagen, tan alejada de lo intuitivo y de la expresión de conceptos únicos que se residencian en la palabra o en significación humana. Machado rechaza tanto el simbolismo decimonónico como lo que sobrevendría con sus inundaciones de imágenes y apatía humana. Y, en consecuencia, como no podía ser de otro modo, existe una relación total entre el arte poética de Mairena y el discurso de ingreso en la RAE que escribía por entonces. Y en el texto que Machado envía a Gerardo Diego con motivo de la Antología que este prepara en 1932 habla de los dos grandes problemas que se le plantean al poeta contemporáneo: la esencialidad y la temporalidad, sobre la que insistiremos más adelante y anticipan ese pensamiento poético de raíz filosófico:
El pensamiento lógico que se adueña de las ideas es una actividad destemporalizadora. Pensar lógicamente es abolir el tiempo, suponer que no existe, crear un movimiento ajeno al cambio, discurrir entre razones inmutables. El principio de identidad -nada hay que no sea igual a sí mismo- nos permite anclar en el río de Heráclito, de ningún modo aprisionar su onda fugitiva. Pero al poeta no le es dado pensar fuera del tiempo, porque piensa su propia vida que no es, fuera del tiempo, absolutamente nada (Machado, 1989: 1802).
Al principio, hablar del filósofo-poeta Machado-Mairena parecía una herejía, como recuerda Abellán (1979: 77), pero después de los estudios de Serrano Poncela, Sánchez Barbudo, Frutos, Mariano Quintanilla, González Ruiz o el propio Abellán, la situación cambió radicalmente, y esta dimensión filosófica es inherente a su lírica:
El pensar machadiano solo es comprensible si se acepta hermenéuticamente la labor que realiza el quehacer filosófico y poético. En torno a esta se articula toda la obra machadiana como creación poética y como re-creación filosófica (Carrillo Burgos, 2008: 20).
Mairena se llama a sí mismo “poeta del tiempo” y en una de las definiciones más conocidas que propugna Machado en Juan de Mairena define la poesía como “diálogo del hombre, de un hombre con su tiempo. Eso es lo que pretende eternizar, sacándolo fuera del tiempo” (Machado, 1999: 137), en una acepción de fusión tiempo-poesía también muy querida para su inventor, el propio Machado, que determina como un concepto axiológico toda la teoría poética de Mairena. Machado en su Discurso a la Academia (1989: 1777-1792) trata de realizar una aproximación a una definición de poesía, aunque es evidente que rehúye enfrentarse a una definición precisa.
Pero, a pesar de las dificultades para su definición, Machado (tras la reflexión sobre la aparición de la subjetividad en el XI y una vez rota la antinomia objeto-sujeto kantiana) ofrece una definición de poesía en los siguientes términos: “Es la lírica expresión en palabras de lo subjetivo individual, actividad en el tiempo psíquico, no en el estadio impersonal de la lógica, pensamiento heraclidio más que eleático” (Machado, 1989: 1782). En esta primera aproximación encontramos por tanto que lírica es:
- Lo subjetivo-individual expresado en palabras.
- Una actividad realizada en un tiempo psíquico, por tanto, un tiempo personal que solo corresponde dirimirlo al propio poeta.
- Algo completamente ajeno al tiempo impersonal de la lógica. Todo aquello que no conlleve un tiempo propio y una situación particular no cabrá dentro de la lírica. Asunto que, como veremos, echa en cara al barroco.
- Su expresión temporal es heraclitiana por cuanto existe una evolución, un proceso histórico al que el poeta no es ajeno frente a los eleáticos que sostenían su inmutabilidad. El tiempo del poeta cambia constantemente, la naturaleza también, y, por supuesto, el lenguaje que expresa ese devenir. Todo ese flujo se encuentra en un cambio permanente y, aun cuando se pueda individualizar la percepción o tener referentes objetivos, habrá un momento determinado que permuta.
El fallecimiento que él imputa a la lírica se debe a que se ha producido un empobrecimiento interior en “la intimidad de la conciencia individual”. Pero esto no significaría seguir los dictados del romántico cuya lírica tuvo –según Machado- su “reducción al absurdo en su propia exaltación” (en sus epígonos). Aunque también es cierto que no celebra con ninguna alegría, desde luego, el advenimiento de las vanguardias (término que no emplea nunca para la nueva poesía o el nuevo arte) cuando afirma que estas supusieron “una guerra a la razón y al sentimiento, es decir, a las dos formas de comunión humana”.
Y el concepto de poesía pura que defienden esos poetas es un “empleo de las imágenes como mero juego del intelecto”. No la poesía pura en el sentido que él la defiende y Juan de Mairena, que tras reflexionar sobre las frases de D’ Alembert (“Es solo bueno en verso lo que sería excelente en prosa”), M. Jourdain (“Tout ce qui n’est point vers est prose”) y Mallarmé (“Solo es bueno en poesía lo que de ningún modo puede ser algo en prosa”), concluye que “Poesía pura es lo que resta después de quitar a la poesía todas sus impurezas”. Y Machado reitera, prácticamente en los mismos términos, en su Discurso de la Academia: «Si eliminamos de cuanto pretende ser poesía todo lo que, en realidad, no lo es, obtendremos como residuo una poesía limpia de toda impureza, la poesía pura que buscamos” (Machado, 1989: 1779).
José Olivio Jiménez y Carlos Javier Morales en su volumen Antonio Machado en la poesía española. La evolución interna de la poesía española 1939–2000 (Jiménez, Morales, 2002: 123–127) determinan que la influencia que ejerce la producción de Antonio Machado sobre la poesía posterior puede sistematizarse a partir de tres vías.
- Poemas que se escribieron como homenaje a Antonio Machado en efemérides (veinte años de la muerte del poeta sevillano (1959), el centenario de su nacimiento (1975)…
- El empleo de versos de Machado como lemas.
- La crítica literaria que los poetas posteriores han ejercido sobre Antonio Machado mostrando no sólo aspectos poéticos de la obra de Machado sino también la construcción de una imagen determinada.
Es evidente que en esa trayectoria, como decíamos, está impregnada también la propia evolución de Machado con sus «complementarios», y el avance desde un rebasado idealismo romántico hasta una abierta estética de la objetividad y la fraternidad que creció palmariamente. Así, con Abel Martín se hallaba el subjetivismo de su tiempo, pero Meneses andaba ya en la estética de la comunión «con otro, con otros… ¿por qué no con todos?» al mismo tiempo que esperaba la llegada de «los nuevos poetas, los cantores de una nueva sentimentalidad».
Todo este excurso me permite adentrarme en la verdadera dimensión del seguimiento o no de Machado ya desde la República, en una etapa en la que la aparición de la poesía impura, radicalmente opuesta a la poesía pura en el sentido juanramoniano, va marcando una época. Así como el profundo rechazo de la poesía de los jóvenes poetas de la generación del 27 de los que salvó Machado a muy pocos: García Lorca, Moreno Villa, Gerardo Diego, y poco más.
Rechaza una poesía intelectual, destemporalizadora, falta de afectividad, deshumanizada y conceptual que estaba muy lejos de su visión poética. A pesar de que años después, Jorge Guillén (recogido por Cano, 1974: 208) dijera que durante aquellos años admiraba a Machado y se “leía y admiraba al Machado total, al de las Soledades, tanto o más que al de Campos de Castilla (…) La poesía de Antonio Machado nos gustaba mucho”.
La generación del 36 miró y leyó con mucha insistencia a Antonio Machado a partir de esta época y adentradas las décadas siguientes como veremos, pero no solo a Machado sino también a Miguel de Unamuno, los referentes más inmediatos.
- Dos miradas sobre la poesía de Antonio Machado en la primera generación de la posguerra: garcilasismo y Escorial / poetas sociales.
No solo los poetas que permanecieron en la península sino los poetas de la España peregrina continuaron la admiración de Machado como nos recuerda Aurora de Albornoz en Poesía de la España peregrina (1977: 32). Escritores como Francisco Giner de los Ríos o el cordobés Juan Rejano son muy significativos. Sobre esta aceptación por los poetas del exilio decían Olivio Jiménez y Morales (2002: 134) que existían tres motivos fundamentales: la comunión ideológica (los ideales republicanos defendidos por Machado), la preocupación españolista en lo que podría tener de identidad y destino; y la función activa e incluso la tematización de la memoria. Y ponen como ejemplo la poesía de Juan Rejano en libros como El Genil y los olivos, Fulgor violento o en el ensayo La repuesta. En memoria de Antonio Machado “donde Rejano revive la dialéctica machadiana entre la España muerta, ahora literalmente destruida en muchos aspectos, y la España redimida” (Olivio Jiménez y Morales, 2002: 137).
Por tanto, ya en los años 30 y 40, cuando surge una primera generación de posguerra, poetas “desarraigados”, en los que la poesía se sustancia sobre temas existenciales y la exploración de la intimidad personal y la profunda conciencia del paso del tiempo que angustia al hombre, tan presente en Machado.
En la edición de Cuadernos Hispanoamericanos en los números 11-12 de septiembre-diciembre de 1949 se homenajea al poeta sevillano con colaboraciones de Laín Entralgo, Julián Marías, Aranguren, Rosales, Vivanco, Cano…, muchos de ellos miembros de esta generación realizarán un seguimiento y una influencia determinante en su obra. Y unos años antes, en 1945, es significativo el estudio de Laín Entralgo titulado La generación del 98,
Donde Antonio Machado era presentado como precursor de la misión integradora de Falange y, nada menos, de «una posible misión de España en la tarea de españolizar, de recrear a la española las creaciones del hombre moderno». En una carta de ese año a Ridruejo que habría de servir de prólogo al libro, aunque fue suprimida de las ediciones posteriores, Laín reconocía la deuda de los falangistas con los mayores de fin de siglo, una deuda estilística, estética y patriótica, porque desde su crítica de la retórica folklorista y castiza el 98 había iniciado «esa tan esperada síntesis de España» que culminaba en la Falange (como si entre medias no hubiera habido nada). (Muñoz Soro y García Hernández, 2010: 144).
Caso de Rejano, Leopoldo Panero, Luis Rosales, Luis Felipe Vivanco, Ildefonso-Manuel Gil, Germán Bleiberg, José Luis Cano y Dionisio Ridruejo (uno de los que más influencia tuvo) que había prologado en 1941 la quinta edición de las Poesía completas de Antonio Machado bajo el título del “Poeta rescatado” y sobre el que dijo Tovar, citado por Olivio Jiménez y Morales (2002: 154), que “en ningún momento le abandonó la guía espiritual y la lección de poesía y entereza humana de Machado, el «ídolo de Dionisio»”. Pero también el poeta alcoyano Juan Gil-Albert para el que el concepto de otredad en Machado fue uno de los elementos que lo impulsó a seguir su obra. Algo que no se ha puesto nunca suficientemente en valor por la crítica literarias y sobre el que nosotros profundizamos en nuestro ensayo Poética machadiana en tiempos convulsos y en estudios posteriores.
También es significativo en los años 40, en concreto el 47, la presencia de un poeta cordobés del Grupo Cántico, Ricardo Molina –del que se cumplió en 2017 el centenario- que incluirá en su libro Homenaje un “Fragmento-Homenaje a Antonio Machado”.
En el simposio celebrado en la universidad de Syracusse (Nueva York) en el otoño de 1967 sobre la generación española del 36, uno de los integrantes de esta generación, Ildefonso-Manuel Gil, decía que durante estos años tuvieron que mirar a Unamuno, Antonio Machado y Ortega, pero también cita a otros como Miguel Hernández y Lorca, sobre los que dicen que lograron hacerlos emerger del fondo de la condenación oficial (Gil, 1968: 110).
Otro escritor bastante desconocido que siguió durante toda su vida a Machado fue el linarense afincado en Cataluña, José Jurado Morales, premio José de Vasconcelos en México, y creador junto a Max Aub del Cuaderno literario Azor, uno de los grandes defensores y adalides de Machado.
Pero desde luego el discípulo más extraordinario podría ser José María Valverde con su mirada existencial y temporal tan cercana al sevillano, la experiencia vital y cotidiana, y una presencia extraordinaria de Cristo.
No podemos olvidar a la escritora Ángela Figuera Aymerich en su libro Soria pura (1949). Por supuesto Gabriel Celaya, donde resuenan sobre todo los poemas cívicos de Antonio Machado que dirá:
La poesía social hizo de Antonio Machado una bandera. Porque también nosotros luchábamos contra la «pérdida de la familiaridad comunicativa» (H. Hiedrich), contra el egocentrismo y el hermetismo, contra la poesía como magia más que como expresión, contra el neutralismo y la frialdad de la poesía pura, contra la falta de contacto con el hombre en la calle… (Celaya 1975: 3).
Blas de Otero es otro de los escritores que siguen a Antonio Machado. Y sobre todo yo destacaría la concepción de la otredad, tan presente en los poetas de Humanismo Solidario en la actualidad que ancla también su raíz en Blas de Otero que tenía muy presentes aquellos versos de Machado de “Poned atención:/un corazón solitario/ no es un corazón”.
Son muchas las referencias a Machado a lo largo de su vida donde se percibe del poeta sevillano su patriotismo, sus ideales sociales y cívicos, pero sobre todo su humanidad. Otra condición relevante para el Humanismo Solidario. Al respecto dirá Joaquín Marco sobre esos conceptos tan machadianos como otredad, humanidad, solidaridad, que giran sobre todo en torno a la fundamentación en la teoría machadiana del significado del yo, concepto teórico por antonomasia en toda la teoría kantiana y desde luego en pensadores actuales como Foucault en La hermenéutica del sujeto y que en estas palabras de Mairena adquieren toda su relevancia:
«El yo, por su configuración, deviene en hoyo, en vacío, al extrañarse del tú y quedar desterrado del nosotros. Es lo que quería decir con un poco más de sencillez». El fragmento revela bien a las claras que la temática de Blas de Otero debe no poco a las reflexiones que Antonio Machado nos legara en sus textos sobre el futuro de la lírica y el problema general de la poesía en la sociedad contemporánea. (Marco, 1972: 191)
Desde luego que a todos estos habría que añadir Leopoldo de Luis, Victoriano Crémer, Ramón de Garciasol y Eugenio de Nora. Solo por citar algún dato significativo del primero encontraríamos el libro Antonio Machado, ejemplo y lección (1976) del que volverá a señalar su condición ética y sus valores humanos.
2. La recuperación de Machado por la Generación del Medio siglo: ¿Qué Machado reivindican? Machado versus Juan Ramón. Los homenajes en Collioure y Baeza.
Los años 50 escriben una poesía social y vuelven los ojos al Machado de Campos de Castilla, el hombre que en los últimos años de su vida se caracterizó por su conciencia social. Se difundió la imagen de un poeta bueno que defendió como nadie principios como solidaridad y alteridad, como recordaba António Apolinário Lourenço en Identidad y alteridad en Fernando Pessoa y Antonio Machado (1997).
Y en estos años la influencia machadiana se produce mirando hacia esa evolución de Machado –a la que aludíamos anteriormente- hacia otro tipo de poesía que incide en el paso del simbolismo hacia el objetivismo realista que incardina, como dirá Castellet, citado por Olivio Jiménez (1975-1976: 872), “con la revalorización del contenido y del lenguaje coloquial, abre Machado las puertas de la futura poesía española”. Y es muy curioso que, a la altura de mediados de los años cincuenta, un poeta como Cernuda reivindique la obra de Machado cuando la había rechazado con no poca crueldad cuando dejó dicho: “Estaba Machado en situación desfavorable con respecto a los poetas más jóvenes porque nadie puede pretender interesar a los demás si él primeramente no siente interés hacia sí mismo” (Cernuda, 1987: 340). Esa visión cambió, y ahora Cernuda lee a Machado de otro modo:
En 1957, o al menos en un libro suyo publicado en ese año, escribía Cernuda: «Hoy, cuando cualquier poeta trata de expresar su admiración por un poeta anterior, lo usual es que mencione el nombre de Antonio Machado (…). Y es que los jóvenes, y aun los que ya han dejado de serlo, encuentran ahora en la obra de Machado un eco de las preocupaciones del mundo que viven…» (5). Cernuda sabía muy bien que aquél no sólo recogió e! «eco» de esas preocupaciones sino que cantó también el misterio de sus inquietudes más íntimas y menos transferibles; pero al sostener lo arriba transcripto respecto a Machado, pudo tener aquí presente una de sus primeras y conocidas definiciones de la poesía: la que, fechada en 1917, compuso para la segunda edición de Soledades, galerías y otros poemas: «(poesía es) lo que pone el alma, si es que algo pone, o lo que dice, si es que algo dice, con voz propia, en respuesta animada al contacto del mundo» [47]. Y en ese equilibrio entre alma y mundo, por más que con harta frecuencia se haya querido retacearlo, inventando y añadiéndole «falsos» apócrifos, está la única imagen cabal de Antonio Machado (6). (Olivio Jiménez 1975-1976: 871-872).
Es cierto que también la figura de Machado durante estos años fue instrumentalizada política y literariamente (el encuentro celebrado en Colliure del 21 al 23 de febrero de 1959 puede ser síntoma de lo que decimos) y son muchos los críticos que han señalado la instrumentalización política y literaria de este homenaje[1].
Este encuentro en Colliure serviría también para conformar una nómina oficialista de poetas del cincuenta con autores que desde diversos ámbitos seguirán la estela machadiana (unos más que otros) como Ángel González, Jaime Gil de Biedma, José Agustín Goytisolo o Carlos Barral, y, en menor medida, José Manuel Caballero Bonald o José Ángel Valente.
Pero también en Sevilla se realizaron actos de homenaje al escritor con poetas jóvenes, por ejemplo en las «Charlas de Café», una tertulia literaria que organizaba Marino Viguera todos los sábados en el bar Giralda de la calle Mateos Gago, donde una de las discusiones habituales se centraba en el tema de las relaciones entre literatura, pensamiento, creación artística y compromiso literario, tal como recuerda De la Rosa (2005). En este sentido, el sábado siguiente a los actos celebrados en Colliure, el 28 de febrero de 1959, la tertulia «Charlas de Café» se dedicó a homenajear a Antonio Machado con la participación de Manuel Mantero, María de los Reyes Fuentes, Julia Uceda… A este siguieron otros actos como la Fiesta de la Poesía, en la facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Sevilla; y algunos otros actos más.
En consonancia con la trayectoria de la poesía que se cultivaba por estos años, la poesía que se acertará a destacar de Machado es aquella que interrelaciona el poeta cívico y el hombre comprometido creándose una visión amplia del Machado anterior (Olivio Jiménez, 2002).
Uno de los autores que más trabajará a Machado a partir de entonces y a lo largo de toda la época es Ángel González, que dedicará varias obras a Machado como una Antología poética (Ediciones Júcar, 1979), Aproximaciones a Antonio Machado (1982) y Antonio Machado (1999), del que dirá sintéticamente lo siguiente:
«Yo había leído mal a Antonio Machado», confiesa Ángel González. «Como mucha gente de mi generación, hablaba mucho de él sin sentir gran entusiasmo por su poesía. Las novedades estilísticas de Juan Ramón Jiménez nos impresionaban más, pero utilizábamos a Machado como figura por su significación.»
«Hace unos ocho años, me replanteé la lectura de Machado y quedé asombrado del descubrimiento. Para mí es el único escritor que crece en lecturas sucesivas. Creo que es el más importante del siglo XX, un clásico comparable a los del Siglo de Oro, cuya prosa es superior, en mi opinión, a la de Ortega o Unamuno.» (Carrasco 1979: s.p.).
Considero que González se aleja de cierto snobismo machadiano interesado y profundiza en la raíz de su verdadera influencia analizando en esas obras citadas la poética de Machado que, evidentemente, va evolucionando desde esa “afirmación del yo” (galerías del alma, retablo de los sueños…), la negación del yo (afirmación de “los otros” y la Historia), y, finalmente, la síntesis de ese yo y los otros en la primera persona del plural: nosotros, es decir, Antonio Machado, Juan de Mairena, Abel Martín… En lo que iría desde esa concepción de la subjetividad de raíz kantiana a otra más propia del siglo XX donde la alteridad y la otredad toman su escenario, pero sin olvidar la subjetividad remozada. Algo que ya hemos defendido para el Humanismo Solidario.
No podemos olvidar la influencia machadiana en escritores como Aurora de Albornoz, Gloria Fuertes, Fernando Quiñones, Francisco Brines, Carlos Sahagún, Eladio Cabañero, Manuel Mantero, Mariano Roldán, Aquilino Duque…
3. Los años 60. Desde la reivindicación de Machado a la desaparición como poeta referencial en el bosque culturalista de los novísimos.
Los poetas del 60 tuvieron un seguimiento dispar de la obra de Antonio Machado. Distinguiría dos periodos diferenciados entre aquellos que comienzan a escribir su obra a comienzos de los sesenta y los que se han dado en llamar Novísimos. Los primeros, a los que hemos dedicado un amplio estudio en Poetas del 60 (Una promoción entre paréntesis) (El Toro Celeste, 2015) donde se incluirían autores como Francisca Aguirre, Félix Grande, Hilario Tundidor, Antonio Hernández, Diego Jesús Jiménez, Benito de Lucas… ; y los segundos, que comienzan a publicar fundamentalmente a partir de 1966 con Arde el mar de Pere Gimferrer.
En los primeros la figura de Antonio Machado sigue teniendo una gran trascendencia:
En un ensayo de José Luis Esparcia, Dos poetas del corazón[2], dedicado a Carlos Álvarez y Antonio Hernández, se afirma que los une una poética comprometida y añade: “Su poesía es fácil de entender pero tiene la altura lírica de los maestros que dominan el lenguaje. Y además son expresiones con un mensaje ético muy importante”. Cualidades que los acercan a poetas como Antonio Machado, Miguel Hernández, Lorca y Juan Ramón Jiménez. Poetas, sin duda, al servicio del ideal humano. Lo que permite esa unión entre dos poetas como Álvarez y Hernández que inicialmente no aparecían en muchos de los estudios iniciales sobre la promoción citada. (Morales Lomas y Torés, 2015: 55)
Y la razón fundamental entendemos que se debe a ese ámbito rehumanizador que ofrece la literatura de estos escritores que vendrá de la poesía impura de los años 30.
Héctor Carrión en su obra Poesía del 60. Cinco poetas preferentes (1990) hablaba de la influencia que sobre estos autores ejercía Antonio Machado, además de César Vallejo, Hölderling, Dylan Thomas, Rimbaud, Claudio Rodríguez, Blas de Otero… Félix Grande, por ejemplo, dirige sus influencias hacia Dostoievski, Antonio Machado, Lorca, César Vallejo, Miguel Hernández, Pablo Neruda, Pavese, Sartre, Luis Rosales, Onetti, y Cortázar.
De Machado toman su concepto de poesía como «palabra en el tiempo» o como «honda palpitación del espíritu». No solo el intimismo machadiano, también presente en Grande, sino también los referentes históricos. Francisca Aguirre no es ajena a su amigo Luis Rosales y a Antonio Machado, herederos del tiempo, de esa existencia que poco a poco nos viste y desnuda jugando con nosotros en un círculo terrenal e infernal.
Carlos Álvarez desde su primer libro inicial, Skrevet pa murene (Escrito en las paredes) (1963), que se publicó en danés inicialmente, en la ciudad de Copenhague, tiene uno de los referentes de su poesía en Antonio Machado y el concepto de poesía en el tiempo.
En Benito de Lucas la importancia de Machado como poeta es fundamental como se aprecia en los estudios sobre el autor.
El tema del desarraigo, constante también en Diego Jesús Jiménez y en Antonio Hernández les llega directamente de escritores como Machado. En Hilario Tundidor la visión del poeta cercado y doliente, que se expresa desde la cercanía cálida de la tierra, la rotura vital y se pregunta si mereció la pena vivir tiene una clara influencia de Antonio Machado que preside el espíritu que se adentra en ese mundo que sufre y calla, se derrumba o se edifica…
A comienzos de esta década de los 60, su figura pues permanecerá completamente viva y se harán continuos homenajes como el promovido en 1964, con motivo del 25 aniversario de su muerte, en Moscú, París y Roma, organizado por el Partido Comunista.
En 1966 se tenía previsto hacer un acto en Baeza para inaugurar un busto del poeta pero fue prohibido por el gobierno. Un año después Manuel Tuñón de Lara publica Antonio Machado, poeta del pueblo:
La interpretación marxista más elaborada e influyente de quien «pasó de ser el intelectual republicano pequeñoburgués a ser el poeta y el escritor, ideológicamente hablando, de los que ganan su pan con el trabajo diario», un «ejemplo de la palabra en el tiempo», cuya «poesía y gran parte de su obra son, pues, dialécticas». Pero Machado no era patrimonio exclusivo de republicanos y comunistas: el anarquista José Martínez asoció también a su prestigioso nombre la aventura editorial de Ruedo Ibérico, instituyendo un «Premio Antonio Machado» de novela y poesía un año después de su fundación, en 1962. El acto de presentación, celebrado en el cementerio de Collioure el 22 de febrero, aniversario de la muerte del poeta, contó con una nutrida asistencia de exiliados, escritores (…) Para entonces, sin embargo, la estela literaria de Machado había empezado a languidecer, paralelamente al agotamiento de la literatura social como estética y arma de combate contra el franquismo. Araceli Iravedra habla de «menguado vigor de los eventos conmemorativos» y de «paulatina desaparición de menciones poéticas y guiños intertextuales», tan frecuentes hasta esos años, y lo achaca al desencanto de la oposición al régimen (Muñoz Soro y García Hernández, 2010: 156).
Sin embargo, los Novísimos muestran una mirada de recelo y de indiferencia hacia su obra, si acaso salvarían ese Machado simbolista de la primera época:
Y el 1966 puede señalarse como el del principio de una reacción a la cual no hay otro medio de calificar que de antimachadiana (aunque no, desde luego, general, como se habrá de precisar) (…) Y esa promoción emerge empeñada en una ruptura radical con la tradición fuertemente ética del pasado inmediato, y en la empresa de ensayar una escritura innovadora que pudiera hacer entroncar de nuevo la poesía española con los cauces de una modernidad que sentían de mucho tiempo atrás abandonada. En ambos designios. Machado, con sus profundas preocupaciones humanistas y sus modos poéticos externos (ciertamente más bien tradicionales), era un obstáculo. Con el objeto de denostar el moralismo de las generaciones anteriores (estéticamente inoperantes a su juicio), los jóvenes no vacilaron, en algún momento de más aguda rebeldía, en calificar ese moralismo de «posmachadiano» y aun de «poscernudiano». Tampoco es este el momento de valorar aquí cuánto pudo haber, cuánto hay, de apresuramiento (la prisa, aun en el juicio: ese mal endémico del siglo) en estas postulaciones; pero el hecho, exteriormente al menos, es por hoy incontrovertible (Olivio Jiménez, 1975-1976: 874).
A mayor abundamiento precisaba José Infante (1993: 251) que cuando en los años 70 alguien nombraba a Antonio Machado “la indiferencia, si no el desprecio y el exabrupto, tomaban carta de naturaleza. A quien aquellos poetas bisoños y rebeldes reverenciaban era a su hermano, a don Manuel Machado, cuyo poema «Adelfos» era el nuevo credo poético”.
Tampoco autores como Luis Antonio de Villena o Jaime Siles sintieron un especial afecto por la poesía de Machado y siguen reconociendo que es un poeta que no les entusiasma (Olivio Jiménez y Morales, 2002), si bien se observa cierta evolución desde un profundo rechazo inicial hacia una cierta aceptación, acaso como consecuencia quizá de su también evolución poética.
Uno de los más firmes defensores de Antonio Machado en este colectivo poético de los 70 fue Antonio Colinas, que reconocía la validez universal de Machado y rechazaba el calificativo de provinciano y prosaico con que le tildaban algunos jóvenes poetas de los 60.
A pesar de ese rechazo y la pérdida progresiva de esa fuerza que tuvo durante la posguerra y los años 50, se suceden los homenajes a Machado, como el celebrado con motivo del centenario de su nacimiento en 1975. En la última semana de marzo de 1975, el Spanish Cultural Institute de Dublín dependiente de la Embajada de España e Irlanda organizó un ciclo de conferencias sobre Antonio Machado. Julia Uceda participó en este homenaje con la conferencia «Las Andalucías de Antonio Machado». El texto de esta intervención se publicó en la revista Cuadernos Hispanoamericanos en su número cuádruple 304–307 (Uceda, 1975/1976) dedicado a Antonio Machado. Este artículo de Julia Uceda será referido más adelante cuando analicemos la contribución crítica de la autora.
Muchos de los que nos iniciábamos en la escritura de la poesía a finales de los 70 llegamos a Antonio Machado a través del disco de Joan Manuel Serrat dedicado al poeta sevillano. Por lo que podemos hablar de un «Machado de la Transición», por ejemplo, en relación con el Homenaje a Manuel y Antonio Machado que publicó en octubre de 1975 la revista Cuadernos Hispanoamericanos, dirigida por José Antonio Maravall.
4. La nueva mirada de los jóvenes poetas en los años 80: Su recuperación al calor de la rehumanización de un discurso poético.
A finales de los 70 y principios de los 80 se puede hablar de nuevo de un restablecimiento de la figura de Machado, al hilo del nacimiento de una poesía más coloquial e intimista y el surgimiento de la Otra sentimentalidad, llamada también poesía de la experiencia: “En estas últimas décadas vamos a encontrar un nuevo y justo replanteamiento de la significación poética de Antonio Machado, cuyos ecos serán hondos y frecuentes en la obra de estos jóvenes autores” (Olivio Jiménez y Morales 2002: 283).
La teoría de la nueva sentimentalidad o el realismo sentimental sería así explicitado también teóricamente por Luis García Montero con una gran fortaleza y con esta nueva teorización pretendió “reivindicar la intimidad como un territorio histórico, recuperar la mirada individual para la izquierda, sacar al realismo socialista de su irrealidad, poner en evidencia las contradicciones de la razón burguesa sin caer en el irracionalismo”. A partir de su obra la intimidad es un hecho en sí mismo, construible desde presupuestos de izquierda. En los ochenta se urbaniza la historia del sentimiento y se declara como un principio humano. Lejos de las vanguardias y lejos del realismo social o del sucio (al que García Montero llama «épica existencialista de los retretes») se propone, desde la normalidad de un «chico de provincias», construir uno de los grandes acontecimientos de finales de siglo: el realismo sentimental.
Este hecho produce, a mi modo de entender, un nuevo humanismo, en el que el ser humano alcanza la razón de ser desde el principio y en cuanto tal la sociedad.
Sin reivindicar al ser humano previamente es muy difícil poder reivindicar lo social. Y esta mentira en la que había caído lo kantiano, con la ruptura entre la esfera subjetiva y la objetiva (su binarismo apriorístico), se resuelve de golpe: el nudo gordiano se deshace mostrando su quimera. No se trataría de un neorromanticismo aunque la componente romántica existe, ni tampoco de un realismo tradicional sino algo inexplorado y diferente. Y para ello se debe acabar con la «cultura del yo contra el sistema» y rescatar el pensamiento poético de Antonio Machado, Cernuda…
Pero no olvidemos, además, que se produce una línea de continuidad ya reclamada por Antonio Machado en su Juan de Mairena para la poesía futura en esa sacralización del yo, pero desde una perspectiva ahora completamente novedosa. La apuesta de Antonio Machado a través de Juan de Mairena es por una “nueva sentimentalidad”.
En el diálogo entre Meneses y Mairena afirma aquel que hay una crisis sentimental que afecta a la lírica. Y el poeta se canta a sí mismo porque no encuentra tema de “comunión cordial, de verdadero sentimiento”. Al caer la ideología romántica esa visión del sentimiento se viene abajo. Y por eso Meneses le dice:
Una nueva poesía supone una nueva sentimentalidad, y ésta , a su vez, nuevos valores. Un himno patriótico nos conmueve a condición de que la patria sea para nosotros algo valioso; en caso contrario, ese himno nos parecerá vacío, falso, trivial o ramplón.
Decía Machado que “cambian los sentimientos, no la sensibilidad. Y cambian aquellos por la quiebra de valores viejos y nacimiento de nuevos”. Pero el Machado que pervive ahora no es el de los 50. Sus motivaciones son diferentes a las del momento histórico que vivió don Antonio y a las posteriores, y lo entendemos más como un escritor que marca con su actitud vital y su poesía sentimental un momento histórico que permitirá la cercanía de ese sentimiento del yo poético al otro y una expresividad cercana aunque sin llegar a los resortes intelectuales o filosóficos, incluso metafísicos del escritor sevillano, pero sí es una poesía donde se abandona el solipsismo individualista de ese yo burgués.
5. Machado hoy: la mirada de los poetas últimos. La poesía crítica más reciente y Machado.
Evidentemente durante la década de este siglo XXI se siguen promoviendo actos y publicando obras donde se reivindica la figura de Antonio Machado. Ya hacíamos referencia a mi libro Poética machadiana en tiempos convulsos. Machado durante la República y la Guerra Civil (2017) pero también continúan las conmemoraciones y el recordatorio de Machado durante las últimas décadas de este siglo.
Podemos citar el Congreso Internacional sobre Antonio Machado celebrado en Segovia en 2002. Otro significativo es el celebrado en Soria: «Congreso Internacional. Antonio Machado. Soñando Caminos», que se celebró del 19 al 22 de septiembre del 2007. En 2012, con motivo del centenario de la llegada de Machado a Baeza en 1912 se celebró en la sede de la Unia un congreso conmemorativo…
En la poesía actual la lírica de Antonio Machado sigue ocupando, por tanto, un escenario propicio, al menos en dos discursos poéticos de las últimas décadas: el HUMANISMO SOLIDARIO y la POESÍA ANTE LA INCERTIDUMBRE.
El Humanismo solidario parte de algunas ideas que han hecho de la poesía de Antonio Machado un engarce perfecto para lo que se avecina en el siglo XXI en torno a conceptos como alteridad y otredad, la hermenéutica del sujeto y el solipsismo, la interpretación de la recepción de la obra poética, el nuevo modelo de ética y compromiso en la obra literaria, las relaciones entre el objeto literario y el sujeto… Toda una serie de dinámicas expresivas y de interpretación que condicionan la obra contemporánea. En este sentido los seguidores del Humanismo Solidario (recientemente en la Universidad de Granada, en el mes de diciembre de 2016, se celebró un congreso donde se analizaba esta situación) decían, entre otras cosas que parece que cada vez existen menos dudas de que el comienzo del siglo XXI debe ser una buena época para retomar la esencia de lo humano en el discurso literario y analizar en profundidad nuestra realidad para tratar de transformarla y, si no es posible, evitar que nos impongan un modelo de inexistencia que nace para la destrucción de esa humanidad.
Esta supuesta visión apocalíptica nace de muchas advertencias que incluso habían sido esbozadas a mediados de la pasada centuria por pensadores y filósofos reconocidos desde diversos ámbitos. En algunas ocasiones como constatación de las tragedias vividas durante las dos grandes guerras mundiales pero, sobre todo, ante la exaltación de “lo científico” como única estructura de pensamiento, con la enajenación de todo el discurso humano, y de la instauración de poderes económicos en el ámbito mundial como “estructuras” que aspiran al dominio, el poder por el poder (la tautología despótica), y a instaurar el pensamiento único que les facilite su dominio absoluto.
Existe una amenaza para la supervivencia del concepto humano que hemos ido construyendo desde la noche de los tiempos. Y el paso del ser humano del “estar ahí” (dasein, en sentido heideggeriano), al no ser ni estar. Se percibe que los valores que nacieron hace siglos no tienen ya vigencia y la deserción de la ética y la moral se extienden como un cáncer que va corroyendo la sociedad. Se han eliminado los valores humanísticos, sus referentes emocionales, y se está construyendo un nuevo concepto de la existencia donde el discurso humanista ya no tiene vigencia. La ausencia de capacidad de reflexión crítica sobre esa realidad en la que estamos inmersos se toma como una novedad en ese camino hacia un atroz nihilismo en el que, como decía Lyotard (1986: 86), “el Estado y/o la empresa abandona el relato de legitimación idealista o humanista para legitimar el nuevo objetivo: en la discusión de los socios capitalistas de hoy en día, el único objetivo es el poder”.
En muchas ocasiones los filósofos de mediados de siglo advertían sobre las consecuencias de este modelo que veía en el desarrollo científico descontrolado como un peligro inminente. Heidegger fue uno de los que primero lo advirtió, pero también Habermas (1986) cuando diagnosticaba sobre la conversión de la ciencia y la tecnología en una «ideología» y su penetración en las instituciones, creando así países gobernados por principios estrictamente racionales o científicos que rechazan los valores humanísticos o morales porque estos no son constatables o demostrables científicamente. Lo que nos lleva a hablar de un “sujeto atrofiado” que nace para el pensamiento único y la alienación racionalista, adoctrinado en lo unidimensional, nacido a partir de los fenómenos globalizadores.
Y ante esta situación la poesía, como palabra, como pensamiento, como estructura organizada del lenguaje que aspira a observar esa realidad y a ser un sujeto único y personal con ella, no puede permanecer ajena.
Durante esta centuria hay escritores que han abordado esta soledad del ser humano ante el medio hostil y ofrecen respuestas que permiten crear instrumentos para la comunicación y el conocimiento (nunca términos excluyentes) de la misma de modo que el camino resulte más llevadero. Nos referimos, claro está, a los seguidores de HUMANISMO SOLIDARIO.
Juan Mairena, uno de los alter ego de Antonio Machado, defendía el sentimiento aplicado a la lírica, y ya desde una fecha tan temprana como 1917, lo definía no como una elaboración propia del sujeto individual, de ese yo en contacto con el mundo externo, sino que existía siempre en él una elaboración del TÚ, es decir, de otros sujetos históricos.
La fórmula que postula Machado es mucho más compleja que lo que habitualmente supone el común de los mortales. No existe esa simplificación de considerar el sentimiento como «mi corazón frente al paisaje» y el uso del lenguaje para comunicar a mi prójimo esa sensación sino que hay mucho más, nada más y nada menos que los otros, «esos» que no habían contado ab initio en su elaboración y desde la teoría de la recepción adquirirá una presencia. Dice Machado (1989: 1310):
Mi corazón, enfrente, del paisaje, apenas sería capaz de sentir el terror cósmico, porque aun este sentimiento elemental -necesita, para producirse, la congoja de otros corazones enteleridos en medio de la naturaleza no comprendida. Mi sentimiento ante el mundo ‘exterior, -que aquí llamo paisaje, no surge sin una atmósfera cordial. Mi sentimiento no es, en suma, exclusivamente mío, sino más bien NUESTRO. Es una visión del sentimiento de raíz cívica, fraternal y empática que nos permite hablar ya en Machado de un profundo humanismo solidario en su lírica, por cuanto el objeto sentimiento, que habitualmente el poeta lo entiende como algo personal e intransferible, en la lírica de Machado adquiere un valor «colegiado, ecuménico», se amplifica y pierde su dimensión individual. El sentimiento del poeta no es un estado de ánimo personal sino colectivo. El placer o el dolor que posee ante su visión del mundo y la realidad que hay en su entorno el poeta lo posee tanto en cuanto forma parte de una comunidad, de una sociedad, de una humanidad: es un sentimiento NUESTRO.
[1] Véase Barral, Carlos (1982). Los años sin excusa, Memorias II. Madrid: Alianza; Iravedra, Araceli (2009). “Los poetas de Colliure bajo el signo de Colliure”, en Campo de Agramante. Revista de Literatura, 11, 7–22; Iravedra, Araceli (2009). “Cuando de aquello también hacía veinte años”. Ínsula, 745–746, 2–6; Riera, Carmen (1988). La Escuela de Barcelona. Barcelona: Anagrama; Valente, José Ángel (1971). Las palabras de la tribu. Madrid: Siglo XXI de España, 102–108).
[2] Esparcia, José Luis: Dos poetas del corazón. Carlos Álvarez y Antonio Hernández, Editorial Adeshoras, Madrid, 2013.