Zaidín: 25 años sin Javier Egea

El poeta renace de sus cenizas, por Eduardo Castro

Presentar a un poeta puede ser (sin duda, lo es muchas veces) un ejercicio insano, cuando no grotesco, casi de espectáculo de varietés –con todos mis respetos para los espectáculos de varietés.
Juan Carlos Rodríguez: “Como si os contara una historia”[1]

En la primavera de 1980, Francisco Javier Egea se marchó al Cabo de Gata y se instaló en una fonda junto al mar en la Isleta del Moro con una selección de libros de su propia colección poética y el primer volumen de Teoría e Historia de la producción ideológica de Juan Carlos Rodríguez tomado en préstamo de mi biblioteca. Su intención era la de dar a su escritura un giro radical (copernicano, diría alguien más sofisticado) en busca de una nueva poética que, siguiendo la enseñanza teórica de nuestro común compañero de la Agrupación Antonio Gramsci del PCE, dotara a sus versos de la carga ideológica y materialista de la que antes carecían. Llevaba además en la cabeza la idea de eliminar de su firma literaria el primer nombre propio y dejarla así reducida ya para siempre a la más corta y artística de Javier Egea con que desde entonces lo conoceríamos.

El resultado de aquel retiro voluntario del mundanal y ruidoso ambiente literario de la Granada recién salida de la dictadura y todavía algo reticente a los nuevos aires políticos de la democracia fue, en palabras de quien no en vano está considerado como inspirador teórico del movimiento La otra sentimentalidad, el profesor Rodríguez, «no un poeta más maduro, no un poeta más evolucionado, sino una cosa completa, radicalmente distinta. No Evolución sino Ruptura. Un poeta situado en un horizonte materialista, un poeta “otro”». Es decir, en otoño no sólo volvió Egea con nueva firma y nuevo libro, sino convertido también en un nuevo poeta, un poeta que no se movía ya «en la ideología de la palabra poética», como señaló Juan Carlos en la presentación de la primera lectura pública de Troppo mare, sino «en la consciencia de que la palabra no es nunca inocente, que la poesía es siempre ideológica, que la ideología es siempre inconsciente y que el inconsciente no hace otra cosa que trabajarnos y producirnos como explotación y como muerte». 

Era la tarde del 28 de noviembre de 1980 y estábamos en la sala de Caballeros XXIV del Palacio de la Madraza, poco tiempo después del regreso a Granada de nuestro entrañable amigo y antiguo compañero de agrupación, convertido ya en el nuevo Javier Egea, al que nosotros seguíamos cariñosamente llamando Quisquete en la intimidad. Tras varios años de silencio poético, quería él dar a conocer algunos poemas de su más reciente producción en el marco del Aula de Poesía de la Universidad, entonces dirigida por Álvaro Salvador, y tuvo a bien elegirnos para su presentación a Juan Carlos y a mí. Acordamos que Juan Carlos se encargara del análisis de la obra, desde un punto de vista teórico-literario, mientras yo circunscribiría mi intervención al autor como persona, desde el punto de vista de la amistad y la camaradería. No debe por ello extrañar que el presentador crítico terminara su turno proclamando sin rodeos que Javier había regresado de Almería «convertido en el poeta que siempre quiso ser, habiendo roto al fin con la cárcel del rito y el mito de la palabra poética, para dar el salto a la poesía como práctica ideológica», cuando el presentador periodista que yo era había concluido el suyo (mío) cantando y tamborileando sobre la noble mesa de la antigua madraza, sin asomo de vergüenza y al ritmo de una vieja copla que aprendí de mi madre y que no tuve reparo en intercalar por dos veces en una semblanza pseudo-biográfica escrita especialmente para la ocasión, versificada en romance y con pretensiones de divertir.

Ahora, 43 años después[2], y cuando soy el único de los participantes en aquella presentación y lectura del «renacimiento poético sin vuelta atrás» de Javier Egea[3] que puede dar aún testimonio de lo allí acontecido, me atrevo a rescatar aquel poemilla para darle acomodo en este Cajón de sastre que la Academia ha tenido a bien reglarme y que aquí expongo al fin al juicio de sus posibles lectores.

Romancillo para la lectura de Javier Egea 

Con mi respeto al maestro,
a quien mi acuerdo he de dar,
quitarle hierro al asunto
tócame a mí lo intentar.

Hay en Graná un poeta
de escritura tan genial
que entre cientos de colegas
tengo yo a bien destacar.

Egea por parte de padre,
Javier por lo bautismal,
mas ni aquello ni estotro
se le acostumbra llamar.

Cachondo entre los cachondos,
y serio a marcha cabal,
que seriedad y cachondeo
sabe bien compaginar.

Medio achavetao, piripi,
de gorra y barba total,
chulapón y más pinchete
que el gato de la posá.

(Cantando y tamborileando en la mesa:)
“Dicen que tienes pica-pica,
como el gato de la posá,
retírate de mi vera,
me lo vayas a pegar.
Marineritooo,
que vas por los mares
y en todos los puertos
tienes un amor,
pon-pon-pon-pón”.

Artista entre los artistas
y militante cabal,
que militancia y poesía
sabe bien compaginar.

Comprometido hace años,
ve la clandestinidad
no del todo superada
pa desdicha personal.

Mas no se arredra por ello
y pa’lante siempre va,
pinturero como nadie
y con cara de ganar.

(Cantando y con tamborileo:)
«Estudiantillooo,
que vas por los bares
y en todas las tascas
tienes un follón,
pon-pon-pon-pón.»

Egea por parte de padre,
Javier por lo bautismal,
mas ni aquello ni estotro
se le acostumbra nombrar.

Y ya no sigo, señores,
que aquí me mandan callar,
pues con tanta pista dada
quién no lo puede acertar. 
                                       
Naturalmente les hablo
del Quisquete universal,
poeta de pluma en ristre
que bien lejos llegará
y que con gusto mayúsculo
hoy tengo a bien presentar.

(Granada, 28 de noviembre de 1980)


[1] Texto “dicho” en el Palacio de la Madraza a propósito de una lectura poética de Javier Egea e incluido en Dichos y escritos (Sobre “La otra sentimentalidad” y otros textos fechados de poética), Madrid, Hiperión, 1999.

[2] 44 ya en el momento de esta lectura

[3] Así lo califica Jairo García Jaramillo en el prólogo al volumen II de la Poesía completa de Javier Egea (Madrid, Bartleby Editores, 2012, p. 12).

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