Las prácticas de sí y la autorregulación
Entonces ¿cómo enfocar el “cuidado de sí” liberador mediante las prácticas libres?, ¿cómo dotarse de “reglas para producir verdad” que permitan el libre juego de las relaciones de poder? ¿Cómo crear las condiciones para un libre juego con el semejante, responsable y dinámico, de modo que unas veces sea uno quien ejerce influencia y otras, otro y, en cualquier momento, cambien las tornas en juego libre y sin efectos permanentes como en la dominación? Foucault afirma que “la liberación da acceso a nuevas relaciones de poder” y que éstas, “han de ser controladas por las prácticas de la libertad”.
Para Foucault, ese control de las prácticas de la libertad es un control de la sustancia y amplitud de “práctica de sí”. Naturalmente toda práctica se basa en un saber, que oscila en torno a una verdad. Y, al igual que sucedía en la antigüedad, el objetivo de esa “práctica de sí”, de esa ascética, sigue siendo conseguir un cierto “modo de ser”, en este caso, más libre. Ahora bien, esto supone una salida ¿ascética o política?
Foucault afirma la tesis clásica de que la libertad es condición ontológica de la ética. Considerando la ética como forma deliberada asumida por la libertad” O dicho de otro modo, supone que el campo político de las prácticas de libertad, el perímetro de libertad política, es condición de lo que nos planteamos como deber, en un horizonte libremente asumido. De modo que no existiría una ética subyacente sino la derivada del marco de prácticas libres, en continua transformación, creación y cambio. Por tanto, ¡fuera sustancialidad de la ética!
Sin embargo, las prácticas que amplían ese marco de libertad no se afirman sin una resistencia. Y frente a esa resistencia es necesaria una política. Es aquí dónde Foucault se separa de la salida individualista del ascesis, para entrar en lo comunitario.
El problema es que la organicidad necesaria para afrontar tal resistencia (partidos, organizaciones sociales, etc.), fácilmente se convierte en una organización de dominio; por ejemplo, en un partido que exige adhesión y no sólo conjunción de sujetos con prácticas libres. Esta es la paradoja.
Hoy, sumidos en una globalización cada vez más interdependiente, pero a la vez, más atravesada por los flujos de interés privado, y nosotros, un tanto alejados de las antiguas críticas al Estado represor, quizá sea más apropiado plantearse cómo mantener con vida instituciones que ayudan a proteger y ejercer derechos, y permiten prácticas libres como la libertad de expresión, etc.
El juego político de partidos y la lucha por defender los derechos conquistados es básica. Sin embargo, la globalización exige más. Las supuestas prácticas de libertad deben asentarse en instituciones permeables a la libertad, pero también en un marco normativo que regule esas prácticas e impida cualquier tipo de dominación. El sueño kantiano de dotarse de las propias normas racionalmente, o en diálogo y en relación con los otros como lo reformula Habermas, encuentra el obstáculo que ya señalaba Foucault “cierta resistencia”, una resistencia que no proviene del argumento racional, sino del interés. Y éste, a su vez, se teje en centros de poder cada vez más concentrados y eficientes. Centros que determinan, de manera dinámica y lábil, el desarrollo de las sociedades y también su disolución o destrucción. Por tanto, no se trata sólo de ascetismo, de contrarrestar la configuración del micropoder, y de las prácticas libres del tête à tête, sino de algo más difícil: de crear, o al menos de preservar, instituciones y organizaciones democráticas con capacidad transformadora.