50 euros
Miguel Ciges: Trabajos de amor perdidos
Nunca pensó que volvería a vivir en aquel modesto apartamento junto al mar. El dormitorio seguía igual, la cama en la que se acostaba cuando era niña, los viejos muebles de los veranos. Había aprendido a mirarlos con indiferencia, bloqueando los recuerdos. Y se enorgullecía secretamente de ello. Por las mañanas, antes de que su padre se despertara, paseaba por la playa en compañía de dos perros vagabundos. Después subía a la casa y desayunaban: era la hora de los medicamentos: varias pastillas para él, una para ella: sertralina. No llevaba la cuenta de los años que habían pasado, en realidad lo que más temía era el día en que todo acabase. ¿Cómo se sentiría? Daba por hechas la pena y el dolor. Pero le inquietaban otras emociones: la soledad abriéndose como un gran horizonte, el miedo a permanecer allí, paralizada por la costumbre, como un preso que no desea abandonar su celda. Por eso soñaba con hacer un viaje. A Italia o tal vez, a Grecia. Había empezado a trabajar dando clases particulares, por ahora todo su dinero era un billete de 50€ guardado en un cajón. Las jornadas dedicadas al cuidado de su padre enfermo transcurrían tan monótonas como el sonido del mar. El mejor momento era la noche, cuando encendía su ordenador para charlar con hombres que había conocido y le parecían interesantes o atractivos. Era selectiva y no le resultaba fácil encontrarlos. Y menos, contarles cómo era su vida. Llegó a enamorarse de un chico. Conversaban a menudo e hicieron planes para verse. Se aferró a esa esperanza durante un tiempo. Pero el chico nunca fue a visitarla, tal vez se desanimó porque dejó de escribirle. No volvió a saber de él. Era consciente de que le volvería a ocurrir, de que sus amores serían solo ilusiones fugaces. Aquello le hizo acordarse de una obra de Shakespeare que había leído cuando estudiaba en la universidad: “Trabajos de amor perdidos”. Era una obra oscura que ya no se representa. Pero ella encontraba el titulo bello, triste y muy actual.