Ascendentes y diferencias
Para discriminar la diferencia y radicalidad de la propuesta surrealista creo importante la comparación con el movimiento dadaísta, en tanto éste apunta a un modo de creación de menor alcance por abusar y agotarse en el acto y la performance. Mientras que la libre asociación produce efectos más íntimos y suscita imágenes más potentes en el artista.
Existen, al menos yo lo creo así, unos antecedentes de la escritura automática que, no siendo sólo escritura, dejan patente la incidencia de las revoluciones antes mencionadas, necesarias para entender este horizonte imaginario abierto por las vanguardias, en especial por el surrealismo.
Por una parte, el surrealismo de Bretón, recibe la influencia de Lautréamont y del simbolismo de Rimbaud, Baudelaire y Mallarmé. Desengaño, nihilismo, búsqueda de paraísos artificiales, sueños, narcóticos, imágenes gozadas; en definitiva, horizontes dados a la experiencia humana y a una escritura desenfrenada al margen del orden establecido. En esta tradición no suele haber alardes de excentricidad, tampoco irrupción en el discurso corriente vía asalto a lo público o actuaciones excéntricas a lo Tzara o Hugo Ball, Johannes Baarder u otros dadaístas repartidos por Europa. Aquí, en esta tradición hay más bien nihilismo, testimonio y pérdida.
Otros ascendentes coetáneos más cercanos al acto, ambos igualmente sin suelo, dejan cierta huella por su audacia y actitudes disruptivas en lo público, que acaban cristalizando en el surrealismo de Bretón, es decir, en una cierta interioridad creativa. Las disrupciones dadaístas, las performances, los montajes son inmersiones en un campo pulsional relajado de normas, que lógicamente abierta la espita, al escapar de la palabra, se dirigen al acto.
Las causas de esta laxitud en la norma son numerosas y difíciles de precisar, pero ciertamente se produce una tolerancia en las actitudes que facilitan el funcionamiento pulsional en tales movimientos artísticos: fauvismo, ultraísmo, dadaísmo y surrealismo. Quizá entre ellas se deba contar:
– El desorden europeo tras la época colonial, que extrajo lo exótico y primitivo como objeto fetiche del destrozo real.
– El desmoronamiento del orden social tras la Primera Guerra Mundial que, aparte de dar licencia para matar, dejó sobre el tapete la fragilidad e hipocresía del orden burgués, y como consecuencia del desastre y de la desnudez del amo, se abrió la espita del dolor, de lo macabro y se suspendió la fe en la familia, en Dios, patria, ejército, y orden burgués.
– La revolución rusa y, sobre todo, la espartaquista en Alemania, supuestamente en lucha contra esos valores, que alimentó cierta ilusión y abrió la puerta al comunismo como salida a esa sociedad. (Aragon, Paul Eluard, el propio Breton, etc.).
– Y precisamente, por incidir esa laxitud normativa en los ambientes literarios y artísticos de las vanguardias, y tratarse de escritores y artistas, esos valores los encarnaba ante todo el arte y la literatura, o mejor, según Breton, la actitud de los literatos y artistas: Apollinaire, Valery, Gide, Cocteau, Barrès, France, Claudel, entre otros.
Bretón, por ejemplo, no critica tanto a sus obras, cuanto a su actitud literaria y vital. Se quedaron en la capa literaria, viviendo sólo entre las letras. La puesta en cuestión literaria de estos autores acabó bloqueada y anulada por su actitud literaria y vital. Por ejemplo, el chovinismo de Apollinaire se sumó al patetismo mostrado en la conferencia dada en el Théâtre de la vieux Colombie sobre L´Esprit nouveau et les poètes en 1918, en la que resaltaba como espíritu nuevo, en poesía y arte, lo que ya era antigualla. Maurice Barrès, para decirlo todo, pasó de la exaltación del individualismo romántico a popularizar la palabra «nacionalismo» en francés. Claudel con su religiosidad mutiló y desfiguró a Rimbaud, y creó “una reacción en cadena de fervor militar”, adorando palabras deleznables como “honor”, “servicio”, “orgullo patrio”, etc. Y si la adherencia de Valery a las instituciones desengañó al círculo surrealista, la “profesionalidad” de Gide lo hizo aún más. Su preocupación por el prestigio y divulgación de su obra lo retrataban. Jean Cocteau tampoco era bien visto, su trato con la alta sociedad, su cercanía a los mecenas ofrecía sólo frivolidad. Según Éluard, (los surrealistas) “lo abatirían como una bestia maloliente”. Otro surrealista Benjamin Péret, posteriormente comprometido en la Guerra civil española -luchó en el POUM antiestalinista y luego en la Columna Durruti-, llamó a la madre del poeta para decirle que había muerto. Una broma de mal gusto que fue superada por un acto más psicopático como el de Desnos, quién pretendió llevar un cuchillo a un banquete para atacar a Cocteau. Como se ve, actos que van más allá de la escritura y de la performance. Y que se asumían con cierta tolerancia por el grupo dadaísta, cuyos miembros eran tan cercanos a Bretón que constituyeron la base del nuevo movimiento surrealista.
Y cuando en 1924 -el año del Manifiesto- murió Anatole France y toda Francia honró su memoria, los surrealistas opinaron y divulgaron que el pensamiento tipo France debía inhumarse como su autor. Nada de patriotismo, nada de investidura en la Academia, nada de Nobel ni de bestsellers. De modo que el grupo ya nutrido de surrealistas rompió con el sentir popular y se ganó un mal cartel dentro y fuera de la Academia.
Hay una serie de acontecimientos que marcaron de algún modo la trayectoria de Bretón, y quizá del surrealismo. Aunque algunos ofrecen elementos novedosos en el arte, incluso revolucionarios, como las propuestas de Duchamp, casi todos se inclinan más a la acción que a la elaboración creativa:
– En 1913 Duchamp cuelga su Desnudo bajando una escalera, que reproducía por primera vez la idea futurista del cuerpo humano como una máquina en movimiento, en la Armory Show, nombre que se le dio a la exposición que tuvo lugar entre el 17 de febrero y el 15 de marzo de 1913 en la International Exhibition of Modern Art (Exposición Internacional de Arte Moderno). Esta exposición se convirtió en un punto de inflexión para el denominado “arte moderno” frente al academicismo. Fue organizado por la Association of American Painters and Sculptors (Walter Pach, Arthur Bowen Davies y Walt Kuhn) y mostró alrededor de 1.250 pinturas, esculturas y obras decorativas de más de 300 artistas. Ideada al principio como selección de obras de artistas estadounidenses, acabó abriéndose al panorama actual de los movimiento artísticos europeos, gracias al enfoque moderno de Arthur B. Davies, presidente de la institución organizadora. Del viejo continente llegaron desde Francisco de Goya hasta Marcel Duchamp y Vasily Kandinsky, con obras representativas del impresionismo, el simbolismo, el postimpresionismo, el cubismo y el fauvismo.
En 1914 Duchamp crea los ready mades, objetos cotidianos separados de su entorno habitual y presentados por el artista como obras de arte. Lo coyuntural, lo superficial, lo fugaz entran en el arte. El glamour francés, su dandismo baudelairiano, su indiferencia ante el mundo, su actitud distante como sabio escéptico y su anarquismo risueño y provocador causaron sensación, también en Bretón. En 1917 cuando Duchamp llega a NY es reconocido como genio, y allí displicente declara que Europa no merece ser exportada porque sólo tiene tradiciones moribundas. Se trata del primer acontecimiento dada en Nueva York, la exposición en la Great Central Gallery en 1917 a la que Duchamp envió su Fuente, un urinario firmado con el seudónimo “R. Mutt, de Filadelfia”. El comité, del que él mismo formaba parte, rechazó la obra y por ahí vino el escándalo y la mayor genialidad. Poco después, en abril de 1921 creó junto a Man Ray la revista Dada de New York.[1]
Duchamp se jactaba de no asistir a las soirées dadaístas de París, -que parecían más batallas- porque no dejaban lugar a la risa. … Él no era nihilista como Tzara, mucho menos comunista o trotskista como Breton, era un escéptico capaz de sublevarse incluso consigo mismo. Para mayor escándalo se disfrazaba de mujer, adoptando una doble personalidad haciéndose llamar también Rrose Sélavy.[2]
– En 1916 Hugo Ball funda junto a Marcel Janco, Tristan Tzara, Sophie Taeuber-Arp y Jean Arp Cabaret Voltaire en Zurich. Durante seis meses se representaron en ese local obras, performances y exhibiciones, en las que se burlaban de los espectáculos que se representaban en el teatro de abajo, pues era el mismo edificio. Por ejemplo, Ball vestido con traje cubista recitaba sus poemas con palabras inventadas sin sentido (pero plenas de vínculo) tales como: “Gadji beri bimba/ glandridi lauli lonni cadori/ gadjama bim beri glassala”. Sus seguidores, fascinados, lloraban y gritaban como niños, bebían la leche de los pechos de las mujeres, y pregonaban que había que liberar los sueños. Ball, entre un cielo religioso y un suelo de anarquismo apolítico, iba tras la pureza medieval y aceptaba un principio original de obediencia filial a Dios. Los artistas parecían iluminados y se habían convertido en sacerdotes de paraísos que curaban los vicios de la civilización. Se trata de la ilusión de creer que los actos fuera de todo orden abren horizontes a la libertad; el sujeto sin suelo actúa y desquicia el marco. Lo imaginario sale de la escritura literaria y se torna acto insumiso.
– En 1918 aparece el Manifiesto Dada. En él, Tzara decía que el hombre no debía hacer más que bailar al compás de propio y personal bumbum, echaba pestes de la humanidad y afirmaba que más allá de sí mismo no hay nada. Y que si alguien comprende esto podrá elevarse por encima de esta atrocidad que es la humanidad. “Hay una gran tarea destructiva por hacer” decía. Y Breton se fascina con esta actitud frente al arte.
Ese año, Raoul Hausmann comienza con los fotomontajes, que luego usará contra los nazis. Por su parte el dadaísta berlinés Johannes Baader arrojó su delirio sobre la recién creada Asamblea de la República de Weimar. Se trataba de un panfleto Cadáver verde. Declaraba a Berlín ciudad Dada y, poco después, él mismo se hacía nombrar Presidente del Globo Terrestre y formaba un Consejo Central Dadaísta de la Revolución Mundial. No conforme con eso, el 17 de noviembre de 1918, ocho días después de la proclamación de la República, entró en la catedral de Berlín e increpó al sacerdote y a los asistentes. Y según G. Hugnet[3]13, ante los escandalizados exclamó: “¡Vosotros sois los que os burlais de Cristo, os importa un carajo!”. Ese mismo año, Baader escribió su tratado Die acht Weltsätze (Ocho tesis del mundo) y poco después proclamó su resurrección en Oberdadá, convertido ya en Presidente del espacio.Como se ve, los actos -una vez abierta la veda pulsional- van más allá de una performance.
– En enero de 1919, la revolución de noviembre concluyó con el aplastamiento de la revuelta espartaquista en Alemania. Una revolución que bien podría ser una promesa. ¿Era posible erradicar el mal social? El discurso imperativo comunista casaba con el surrealismo. La muerte de Liebknecht y Rosa de Luxemburg ese enero -eran los únicos que estaban contra la guerra frente a los “socialchovinistas” (apelativo que los surrealistas daban a los socialdemócratas)- complicó la situación de los dadaístas berlineses y el movimiento se hizo imposible. El vacío se hacía notar en la vanguardia, por más que viviera la inquietud frente a los siervos de la gran burguesía. De hecho, Raoul Hausmann usó sus fotomontajes, al igual que luego hizo frente a los nazis.
– En la primavera de ese año de 1919, Louis Aragon, André Breton y Philippe Soupault fundan la revista Littérature. Siguen a Isidore Ducasse, Conde de Lautréamont, a Arthur Rimbaud, a Baudelaire y Mallarmé, sus ancestros simbolistas. Pero Bretón ha conocido ya a Duchamp, a Tzara, a Hausmann, etc. Y sobre todo, ese año, sucede algo que cambia el rumbo de Bretón. Jacques Vaché, a quién había conocido ejerciendo de médico en el Hospital Val-de-Grâce como paciente herido, muere tras ingerir bolitas de opio durante toda una noche.
En el momento de conocerlo, en 1916, Bretón se quedó prendado de su inhibición y su desprecio por el arte. En aquellos momentos, Bretón ejercía en el hospital lo que por entonces le fascinaba: la libre asociación de Freud, si bien, a su modo.
Esa misma primavera comienza con su amigo Philippe Soupault el juego de escritura automática, pero es algo más que un juego dadaísta, es una puesta en juego de la verdad que cada cual guarda celosamente. Es curioso que no comience esta experiencia con el amigo más serio, Aragon, sino con el desenfadado Philippe. Un año después, en 1920 aparecerá publicado el resultado de ese juego como Campos magnéticos.
Hay cierta relación entre el excéntrico Vaché que atiende en el hospital, que vestía uniforme de guerra por la calle y llevaba siempre un monóculo, y esa libre asociación que no es juego, sino puesta en juego. Vaché debía, a cada paso, ampliar su imaginario para soportarse. Su excentricidad se prodigaba y ocultaba su inermidad. Por eso, quizá, su suicidio caló tan profundo en Breton, pues lo entendió como un acto heroico de extrema coherencia coherencia. Buscar el sentido de la vida es una forma borrosa de preguntarse ¿Qué deseo… yo? Así, destruir el arte tenía una especial lectura en Vaché. En el estreno de Las tetas de Tiresias de Apollinaire, se levantó y amenazó con una pistola al público por la pobreza lírica y la escenografía cubista. Sus cartas a Bretón hablan de la biblia y del arte como tontería anunciando en ellas un nuevo concepto de arte basado en Ubu Rey de Alfred Jarry y el “umor”[4]14. Lo grotesco del poder y la audacia de Vaché descentraron a Bretón. Su suicidio se celebró como actitud heroica en Littérature. También cuando desapareció el boxeador del arte, sobrino político de Oscar Wilde y amigo de Duchamp, Arthur Cravan. Este había dejado una estela también excéntrica. Por ejemplo un día que insultó a la la pintora Marie Laurencin, pareja de Apollinaire, para disculparse escribió lo siguiente:
“Puesto que yo he dicho: He aquí una que necesita que se le levanten las faldas y se le meta una gran… en cierto sitio, yo pido simplemente que se debe entender: He aquí una que necesita que se le levanten las faldas y se le meta una gran astronomía en el Teatro de Variedades.” Y si excéntrica fue su trayectoria artística, aún más lo fue su suicidio: desapareció en 1918 en un barco navegando por el océano. En su Antología del humor negro, Breton afirma que Cravan y su revista Maintenant, que vendía en un carrito por la calle, anunciaba ya a Dada.
Ese año fundacional de Littérature, tras la desaparicón de Vaché, un dadaísta radical como Jacques Rigaut escribió un artículo sobre el suicidio en donde se sentenciaba a muerte en el plazo de diez años. Puntualmente cumplió sentencia y a los diez años se descerrajó un tiro en la cabeza. Como se ve los actos estéticos pueden adquirir un tono serio.
– En 1920 aparece Campos magnéticos. Desde enero hasta agosto de 1920 hay un cierto idilio entre el dadaísta Tzara y Breton. Tzara se había unido al grupo parisino y habían publicado varias revistas: Bulletins Dada, Dadaphone, Cannibale, Proverbe y el nº 13 de Littérature. Incluso ofrecieron cuatro presentaciones al viejo y escandaloso estilo zuriqués del Cabaret Voltaire. Pero, más pronto que tarde, Bretón se hartó de las boutades sin sustancia de Tzara. Éste siempre volvía a la representación de su obra de 1916 La primera aventura celestial del señor Antipirina. Bretón con sus experimentos de escritura automática había encontrado otro camino más fructífero gracias a Freud.
– En 1922 Breton trató de salvar la crisis interna convocando un “Congreso Internacional para la Determinación y Defensa del Espíritu Moderno». El congreso no tuvo lugar, Tzara se opuso, no quería eliminar la confusión, sino agudizarla. Y Breton buscaba otra cosa; dar carta de naturaleza al lado oscuro de lo humano. Estaba harto de los juegos de circo y de los chistes sin gracia de escolares. La ruptura fue consecuente.
Y en 1924 aparece el primer Manifiesto surrealista. Más tarde, en 1932, cuando este movimiento esté a punto de fenecer, Louis Aragon escribirá en su obra Una ola de sueños: “…el número de surrealistas se acrecentó… Esto (refiriéndose a la búsqueda de soluciones para su tuberculosis) tuvo lugar al borde del mar, donde René Clavel se encontró con una señora que le enseñó a dormir un sueño hipnótico particular, más bien parecido al estado de sonambulismo. Daba entonces discursos totalmente hermosos. Una epidemia de sueños se abatió sobre los surrealistas. Un gran número de ellos, siguiendo con exactitud variable el protocolo inventado, descubrieron dentro de sí una facultad similar…”
Y continúa refiriéndose a sus compañeros surrealistas: “Se duermen en todas partes. De lo que se trata ahora es de seguir el rito inicial. En el café, entre el barullo de las voces, la luz intensa, los codazos, Robert Desnos no tiene más que cerrar los ojos, y habla, en medio de los balones, de los platillos, el Océan[5]se derrumba con sus estruendos proféticos y sus vapores ornados de largas oriflamas. Los que interrogan a este durmiente formidable apenas lo aguijonean, y la predicción, el tono de la magia, el de la revelación, el de la Revolución, el tono del fanático y del apóstol, surgen enseguida…. Las experiencias repetidas mantienen a aquellos que se someten a ellas en un estado de irritación creciente y terrible, de nerviosismo loco. Adelgazan. Sus sueños son cada vez más prolongados. No quieren que se les despierte. Se adormecen viendo dormir a otro, y dialogan entonces como habitantes de un mundo ciego y lejano, se increpan y a veces hay que arrancarles los cuchillos de las manos.”
“A no dudarlo, se trata de una modalidad de surrealismo en la cual la creencia en el sueño juega con relación a la palabra el rol de la velocidad en el surrealismo escrito. Esta creencia y ante todo la puesta en escena que la acompaña, suprime la esclavitud como la velocidad el manojo de censuras que traba el espíritu. La libertad, esa palabra magnífica, he aquí el punto donde adquiere por primera vez un sentido: la libertad comienza donde nace lo maravilloso.” Dejaré el análisis en la puerta de entrada al surrealismo, y acabaré con una frase atribuida a René Crevel muy sugerente: “¿Quién está ahí? Ah muy bien: hagan entrar el infinito.”
[1] Revista digitalizada en https://digitalcollections.nypl.org/items/60787e16-7f32-9dcd-e040-e00a180606a5
[2] En GRANÉS, C. El puño invisible. Arte, revolución y un siglo de cambios culturales. Ed. Taurus, Madrid, 2011.
[3] HUGNET, G. Dictionnaire du dadaïsme. Ed: Simoën Jean Claude, París, 1976. 13
[4] El puño invisible, p.67
[5] El Océan era un restaurante de París, frecuentado durante la década 1920-30 por dadaístas y surrealistas y estaba ubicado en el Boulevard Raspail, una de las arterias principales de Montparnasse.