Montajes, fotomontajes y escritura automática
La escritura automática surge en el contexto de las vanguardias del siglo XX[1]y bajo los efectos de estas tres revoluciones subjetivas, y una más que será la decisiva: el descentramiento de toda significación. Es la revolución producida por Freud. Los efectos de descentramiento del sujeto como lugar de significación mostrarán las rugosidades de un campo hasta entonces inédito: el inconsciente.
Para apreciar esta influencia, hay que diferenciar la técnica del “montaje” de Brion Gysin, los fotomontajes de Hausmann o los de Tristan Tzara o Walter Benjamin[2], por ejemplo, de la escritura automática de André Breton. Ambos procedimientos buscan desarticular y reconfigurar las estructuras narrativas y perceptuales convencionales para generar nuevos significados y experiencias. Sin embargo, la primera actúa a la manera del collage, por añadido de lo ya existente; fragmentando, pegando, combinando imágenes o textos, mientras que la escritura automática deja fluir el trazo desde la libre asociación. Así lo entiende Breton, y concibiendo la libre asociación como un “soliloquio” (supuesto que horrorizaría a Freud), experimentó con Philippe Soupault:
“… nos pusimos a borronear cuartillas, con loable menosprecio por las consecuencias literarias de esta empresa… en general había una notable analogía entre los textos de Soupault y los míos… los mismos vicios de construcción… pero también en todos la ilusión de una facundia extraordinaria, una emoción desbordante, una considerable selección de imágenes de calidad como no hubiésemos sido capaces de preparar igual ni una sola en mucho tiempo, un acento pintoresco muy peculiar y, aquí y allá, algunas frases agudamente burlescas.”[3]
Hay una relación paradójica en esta técnica artística con la ciencia y con el psicoanálisis. Con la ciencia en tanto que, si bien en la escritura automática se produce cierto borrado del sujeto como en la ciencia, en lugar de suprimir lo imaginario como hace la matemática (por ejemplo -la fórmula simple (2+2=4) prescinde absolutamente de cualquier imaginario, por más que pueda referirse a manzanas, peras o casas-); en lugar de suprimir lo imaginario, André Breton reacciona contra la racionalidad y trata de profundizar en la técnica para buscar nuevas y fascinantes imágenes.
Con respecto al psicoanálisis la relación es más compleja, aunque igualmente paradójica. Para Freud, ciñéndose al marco en donde emerge la libre asociación -la sesión analítica-, la escritura es acto y, por tanto, una salida inapropiada del marco de la palabra por el que deben discurrir las ocurrencias del paciente. Ocurrencias que abren el lado oscuro de esa luna.
Pero el aterrizaje de la literatura en ese continente oscuro venía ya de lejos; la literatura lo había explorado con la locura y los narcóticos. Por ejemplo en Confesiones de un inglés comedor de opio (1821) de Thomas De Quincey o posteriormente con Paraísos artificiales de Baudelaire. Sin embargo, el método de escritura automática de Bretón avanza desde otro punto de partida y corre por otros derroteros.
La idea de una “escritura automática” llegó al surrealismo mezclada. A la fascinación por el psicoanálisis se agregaba la que André Breton, Max Ernst, André Masson, Roberte Desnos tenían por los textos de Victor Hugo y su conexión, tras la muerte de su hija Leopoldine, con el espiritismo y la escritura mediúmnica o psicografía. Según el sistematizador del “espiritismo” decimonónico, Allan Kardec, dicha escritura llamaba a una posesión espiritual de los “espíritus elevados”. Él y sus adeptos creían que dichos “espíritus elevados” penetran en el cuerpo y en la mente e instruyen o contestan a preguntas al dictado. Así, frases e incluso libros eran dictados por dichos espíritus, en atmósferas creadas ex profeso, para beneficio cultural y moral de sus iluminados. La escritura “inspirada” prometía y lo sorprendente del hecho invitaba a la transmisión. El propio Breton escribía: “La voz surrealista que sacudía Cumes, Dodona y Delfos no es distinta de la voz que dicta mis palabras menos enfurecidas.”[4] Pero tanto el espiritismo como el consumo de narcóticos, los sueños inferidos, incluso el delirio (aunque por otros motivos) eran exteriores al sujeto; había una sustancia o un ritual que introducía en un universo más o menos fantástico, más o menos alucinante, feliz o tormentoso, pero se trataba de una experiencia pasiva del sujeto. Lo interesante siempre quedaba fuera, fascinante pero ajeno.
[1] ALCANTUD, V. Hacedores de imágenes. Propuestas estéticas de las primeras vanguardias en España (1918-1925), Ed. Comares, 2014.
[2] BUCK-MORSS, S.Dialéctica de la mirada: Walter Benjamin y el proyecto de los Pasajes: 79 (La balsa de la Medusa) Editorial: A. Machado Libros SA; N.º 1 edición (12 diciembre 1995)
[3] BRETON, A.Manifiestos del surrealismo. Ed. Argonauta. 2001, Buenos Aires, p.42
[4] Manifiestos, p. 67
[1] En su novela Nadja y en varios manifiestos surrealistas, Bretón critica cómo el matrimonio convencional coarta el deseo y la creatividad humana, transformándolos en una mera formalidad social.