A puerta cerrada

Sergio Hinojosa

Rejas porras y pistolas

Al comienzo de la década de los 60, la radio informaba de la detención de un comunista. Tras la detención “se había arrojado por una ventana, a escasa altura, de la Dirección General de Seguridad”. Y en la noticia, se añadía que “nunca se empleó la violencia contra el comunista”. El caso suscitó un interés internacional inusitado. Fue a finales de 1962. Se llamaba Julián Grimau. El dirigente comunista acudió a una cita y cayó en la trampa que le había tendido Conesa presionando con amenazas a Lara, el militante que lo convocó. Los secreta que lo aguardaban dentro del autobús, lo condujeron a la siniestra Dirección General de Seguridad (DGS). Tras el supuesto intento de fuga, ingresó en el hospital de donde salió una madrugada para no volver jamás a estar entre los vivos. Hoy, a más de cincuenta años de distancia, podemos rememorar los últimos momentos de aquella terrible noche. Y quién sabe si también lo recordó Pacheco en sus últimos momentos. Yacente en una cama de la clínica San Francisco de Asís de Madrid moría Antonio González Pacheco durante el pandemónium COVID-19.

Su gloriosa vida repleta de medallas al mérito se extinguió y la cámara legislativa de nuestro país, institución que , por más que se empeñe la derecha en lo contrario, legisla en nuestro país, le retiró toda esa chatarra y puso las cosas en su sitio. Así lo transmitía la Cadena Ser[3]:

El Congreso de los Diputados ha dado este jueves luz verde para que puedan retirar las medallas a Antonio González Pacheco, alias Billy el Niño, inspector de Policía del régimen franquista imputado en su día por delitos de torturas y lesa humanidad y  fallecido el pasado 7 de mayo (2020).

La iniciativa ya se debatió ayer en el Pleno de la Cámara Baja, aunque la votación ha tenido lugar este jueves con el siguiente resultado: 207 votos a favor, 57 en contra y 86 abstenciones. Acordada entre PSOE y Unidas Podemos, la iniciativa finalmente ha incorporado las sugerencias de Ciudadanos y se ha votado una texto transaccional consensuado por los tres grupos.

La proposición insta al Gobierno a «revocar de forma efectiva las condecoraciones y recompensas concedidas por el Estado a funcionarios y autoridades de la dictadura franquista que, antes o después de la concesión, hubiesen realizado actos u observado conductas manifiestamente incompatibles con los valores democráticos y los principios rectores de protección de los Derechos Humanos». Y añade que la revocación también podrá llevarse a cabo a título póstumo cuando la persona condecorada ya hubiera fallecido.

Por eso, y en particular, se retirarán las condecoraciones otorgadas a Billy el Niño, imputado por delitos de torturas y lesa humanidad en la causa criminal seguida en el Juzgado Criminal y Correccional Federal número 1 de Buenos Aires (Argentina). Además, la propuesta pide que se adopten las iniciativas normativas precisas para «revisar e invalidar todas las distinciones, nombramientos, títulos honoríficos y demás formas de realzar a personas y entidades que supongan exaltación o enaltecimiento del golpe militar de 1936, la Guerra Civil y del franquismo». También, que se elabore un catálogo de títulos nobiliarios concedidos entre 1948 y 1978, que representen la exaltación de la Guerra Civil y dictadura, para su supresión.

.¿A que no saben quién votó en contra o se camufló camaleonicamente bajo la abstención? Sí, lo han acertado, los mismos de siempre.

Julián Grimau no murió tranquilo y rodeado de seres queridos en una cama, lo mataron sin contemplaciones. Las protestas multitudinarias que se produjeron en muchas ciudades europeas y las últimas llamadas del Vaticano al ministro del Interior, Camilo Alonso Vega, no fueron suficientes. Su silencio y su fidelidad por aquella causa es hoy, para muchos de nosotros, memoria. La violencia como manifestación del poder político, la tortura y la humillación eran entonces moneda común. Ahora, cuando la fragilidad de las instituciones de la democracia se pone a prueba por los embates del ultraliberalismo de alcance global, la derecha local pregona por doquier la eficacia ejecutiva frente a la lentitud e impotencia de las instituciones democráticas. Y en ese ejercicio de determinación, rechaza como prescrito el delito de tortura y premia al torturador con una pensión extra. Tal vez sea legal la decisión, pero precisamente por esa debilidad democrática no es anacrónica la reflexión sobre lo que nunca debió suceder.

Un fragmento de una carta Grimau llega hasta nosotros. Tiene la impronta del gesto ilusionado:

“Queridas todas: os escribo en un día en que la gente está (y con razón) muy contenta. El gran triunfo de la Unión Soviética y del Colón Sideral, o sea Yuri Gagarin, ha llenado de alegría y de júbilo al pueblo madrileño. La conquista del Cosmos por el primer país socialista del mundo es apreciada en todo su gran valor e importancia.[4]

Era un eco del reconocimiento que el PCE hacía de los avances de la URSS en el VI Congreso del Partido Comunista de España (PCE)[5] celebrado en 1960. Julián refleja su júbilo en la intimidad de su círculo familiar. La carta la dirige a su compañera Angelina y a sus hijas Lolita y Carmencito, desde un Madrid recién estrenado en la primavera de 1961. Fascinado por el lanzamiento de la nave Soyuz, creía ver en esta conquista “soviética” del espacio la confirmación de la fe que el pueblo tenía en su gran bandera roja y en el progreso.

A finales de ese mismo año, en pleno invierno moscovita, se había celebrado el XXII Congreso del PCUS. En él, se había presentado un nuevo programa, efecto retardado del Discurso de 1956 de Jrushev y de su definitiva hegemonía, al poner al descubierto las terribles purgas realizadas por Stalin. Jrushev parecía arrinconar definitivamente la era estalinista y se disponía a iniciar de manera decidida la política de “deshielo”. Al año siguiente, pese a la “Crisis de los misiles” entre EEUU y Cuba, las bases de una nueva política con USA eran ya una realidad.

Pero la Rusia “internacionalista” no había sufrido grandes cambios internamente. El Congreso había ofrecido un nuevo programa y un nuevo estatuto para un Partido dispuesto a hacer frente a la “estructuración” de la “sociedad comunista”. La influyente revista de filosofía Voprosy filosofii (Cuestiones de filosofía) comentaba al respecto:

“El material del histórico XXII Congreso del PCUS, el nuevo Programa del Partido, el código moral de los estructuradores del comunismo abren nuevos horizontes a la ética marxista. La imagen moral del hombre estructurador del comunismo constituye su problema central.”

Naturalmente, la realización de este hombre nuevo sólo cabía bajo la tutela y vigilancia del Partido único. La supuesta misión de esa voluntad organizada era la de abrir paso a la extinción del Estado y al asentamiento de las bases de una nueva sociedad científicamente utópica. Una sociedad en la que la moral comunista, derivada de la necesidad, surgiera de las condiciones objetivas de la actual sociedad sin clases.

La significación dada a la entidad “El Partido” seguía quedando clara en el Programa:

“El partido es el cerebro, el honor y la conciencia de nuestra época…Con su mirada que descubre el futuro, abre ante el pueblo los caminos del progreso basados en fundamentos científicos, hace que en las masas se despliegue una energía gigantesca y las conduce a la realización de tareas grandiosas.”

La visión interna seguía el rumbo de la revolución, y muchos comunistas de otros países así lo quisieron creer, pero Julián Grimau matizó esta adhesión a la revolución soviética con las nuevas ideas de reconciliación nacional y de respeto democrático sancionadas en 1959 por el VI Congreso del PCE. En él, como primer objetivo y con carácter inmediato, se proponía lo siguiente:

“El objetivo inmediato del Partido Comunista de España es acabar con la dictadura fascista del general Franco y abrir cauce al desarrollo democrático del país. Con este fin, el Partido Comunista está dispuesto a hacer las concesiones necesarias –que no impliquen dejación de sus principios– para lograr, de una u otra forma, el entendimiento de todas las fuerzas antifranquistas de derecha e izquierda.”[6]

Para lograr este entendimiento se fundó por miembros del PCE Comisiones Obreras como sindicato de clase, capaz de aglutinar voluntades por la democracia. Pero esa democracia no estaba clara para todos los líderes de izquierda, influidos como estaban aún por la versión estalinista de la organización y por la idea que tenían de lo que debía ser la lucha por la libertad. Grimau se distanció de este pensamiento uniformador; él, en cierto modo, no pertenecía al convento. Vivía la afirmación del sujeto y por ello se mantenía a distancia de identificaciones excesivas y aglutinantes. El respeto a la diferencia se mostraba incipiente en estos acuerdos. El “nosotros” de Grimau no enarbolaba las banderas de la furia. Su pensamiento tampoco exigía un solo fin para la historia y ni para la sociedad.

Pese a esa distancia, los aires cálidos del sur lo habían templado y llenado de optimismo como a muchos otros españoles. Además, seguramente tenía motivos para encarar ilusionado aquella década, que no verá concluir. Las satisfacciones cotidianas antes aludidas y el vigor de ese pueblo, sentido como propio, estimulaban su espíritu.

Desde la altura mítica -que él representaba para miles de militantes- podía sentir de cerca la poderosa fuerza del único país capaz de hacer frente al imperialismo U.S.A. Aquella confianza incuestionada le hacía creer que, bajo las alas potentes de la URSS, los pueblos del mundo cumplirían su destino. Desde luego, no era el único por aquellos años en dar crédito a Rusia, tampoco en creer en un destino prefijado de los pueblos doloridos. Muchos veneraban los signos de una Rusia libertadora, pese al descubrimiento de las masacres que llevó a cabo el régimen de Stalin. Jean Paul Sartre, en la vecina Francia, ofrecía calculadamente sus garantías. Tal como testimonia Drake:

“En junio de 1962, él (Sartre) y Beauvoir realizaron el primero de los nueve viajes que, en los cuatro años siguientes, harían a la Unión Soviética. Debido a que el Gobierno socialista había proseguido con la guerra en Argelia, Sartre había dejado la Izquierda Socialista Francesa y no le había perdonado al PCF su apoyo a la intervención soviética en Hungría. Pero estaba convencido de que la URSS había entrado en una fase de genuina desestalinización”[7]

Idéntica esperanza cundía en otros sectores de la izquierda española. Grimau la compartía, pues como tantos otros, se hallaba inmerso en aquella España esperanzada que agitaba banderas de libertad y se reconfortaba con la existencia de la gran potencia roja. Bajo tal cobertura se podía ver con cierto optimismo el futuro y augurar que el dictador estaba agotando sus últimos recursos.

En cierto modo, la realidad y el deseo chocaban no sólo en la poesía, pues aunque el dictador tardó más de una década en abandonar el poder y el mundo, ya se estaba produciendo un claro distanciamiento con el régimen, y las contradicciones manifiestas con el desarrollo económico cada vez eran más difíciles de digerir por el régimen. Y en cuanto al deseo, era claro que, en las cábalas de los camaradas de base, la utopía comunista seguía indemne. El barco del franquismo, con sus torturadores incluidos, naufragaba y las velas rojas desplegadas remontaban una ilusión ascendente como el Soyuz.


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