W.G. Sebald, destrucción y melancolía

Victoriano Alcantud

Lo que destrucción quiere decir

Toda la obra de Sebald está marcada por el signo de la destrucción y de la memoria. La palabra destrucción cubre referencias diferentes aunque íntimamente entremezcladas. Por un lado, la destrucción generada por la guerra desencadenada por el régimen nazi (con el amplio apoyo del pueblo alemán) y la muerte de millones de personas y en particular el intento de exterminio total de los judíos de Europa. Por otro, la destrucción sistemática de las ciudades alemanas en los últimos años de la guerra por la aviación aliada. Poniendo a funcionar la máquina de la memoria Sebald comienza por constatar el atronador silencio que cubre Alemania en este periodo de su historia.

Recordemos algunos hechos. A partir de 1942 la Royal Air Force largó un millón de toneladas de bombas que borraron del mapa decenas de ciudades alemanas y que ocasionaron unas seiscientas mil víctimas civiles. Fue tal la intensidad de los bombardeos que por momentos el asfalto se convirtió en una especie de lava en la que se fundían todo tipo de objetos, animales y humanos en una misma compacta materia. El objetivo era la destrucción completa de Alemania y la desmoralización de la sociedad civil. Aunque pronto se vio que no se cumplían todos los objetivos, los bombardeos siguieron hasta el final. Sir Arthur Harris (commander in chief of bomber command) quien, tras las primeras discusiones sobre la pertinencia y moralidad de los objetivos había tomado las riendas de la empresa arrastrando al acuerdo a Churchill, era, según Sebald “un hombre que creía en la destrucción por la destrucción”.

En 1997 Sebald pronuncia en Zúrich unas conferencias que titula “Guerra aérea y literatura” (Luftkrieg und Literatur) que posteriormente retomará en el volumen del mismo título, ampliándolas. La pregunta que plantea Sebald parece simple: ¿por qué no hay ninguna huella significativa de los bombardeos ni en la literatura ni en los estudios históricos en Alemania? ¿A qué se debe ese enorme agujero de la memoria? Finalizada la guerra los reporteros aliados que se adentraron en aquellos laberintos de desolación que eran las ciudades alemanas dieron cuenta  del carácter alucinatorio de lo que se ofrecía a la vista. No sólo el amontonamiento de ruinas (42 metros cúbicos de escombros por habitante en Dresde, por ejemplo) sino el errar alucinado de los supervivientes o la no menos alucinante persistencia de los rituales cotidianos en un decorado de destrucción absoluta. El título que recoge estas conferencias, tanto en español como en francés y en inglés (Sobre la historia natural de la destrucción, De la destruction comme élément de l’histoire naturelle, On natural History of Destruction) retoma el de un artículo proyectado y no escrito finalmente por el periodista inglés Solly Zuckerman tras su visita a Colonia tras la guerra. Cuando Sebald le pregunta en los años 80 por qué no lo escribió, le respondió: “mi primera visión de Colonia exigía una relación más elocuente de todo lo que habría podido escribir”. “Una relación más elocuente” es una manera de nombrar la inmensa dificultad de escribir lo que desborda lo inteligible. Sebald constata que el trauma de los acontecimientos produjo, por un lado, un parón de la memoria que dejó de funcionar; por otro, una serie de testimonios dudosos que parecían salir de una mala novela. Lo que aparecía de vez en cuando era una visión apocalíptica que inscribía la realidad de la destrucción en un relato religioso de los fines últimos que bloqueaba toda tentativa de comprensión real de los hechos. Es decir, no solo no había testimonios fidedignos de los supervivientes, ni un trabajo documental de los historiadores (que, cuando sabemos la importancia de la Historia para la cultura alemana, es todavía más elocuente) sino que tampoco había un trabajo de memoria entre los escritores. El único auténtico representante de lo que hubiera sido una “literatura de ruinas” fue la novela de Heinrich Böll, El silencio del ángel, publicada en 1992, ¡cincuenta años después de su redacción! Los tres escritores que intentaron describir los hechos y las condiciones de vida de los supervivientes (Hermann Kasack, Peter de Mendelssohn y Hans Erich Nossack) no solo, según Sebald, no ceden a la tentación de mostrar una ficción pseudometafísica de la destrucción, estableciendo así una sublimación de la realidad inaudita con ayuda de falsos conceptos humanistas o simbólicos, sino que la lengua que utilizan no consigue diferenciarse de la del universo fascista y sigue siendo una lengua impregnada de retórica nazi. “En general, sostiene Sebald, los que alcanzan a encontrar un sentido metafísico a la destrucción escapan a ese destino ignominioso. Ejercen un oficio menos peligroso que el que consiste en acordarse concretamente”. Porque ante todo no se trata de extraer de las ruinas un efecto estético, se trata de situarse lo más cerca posible de los hechos concretos adoptando una exigencia de verdad sin concesiones. Un método que partiría del documento concreto y no de un imaginario abstracto.

Resulta evidente que la intención de Sebald no es la de hacer de esta destrucción un martirologio alemán, pues pone en evidencia la responsabilidad de Alemania en la destrucción de Europa y recuerda que existía un plan, que los nazis no pudieron llevar a cabo por falta de medios, de arrasar por completo la ciudad de Londres. Lo que pretende es meditar sobre el desastre con el fin de hacer un trabajo de duelo que impida su reiteración. Desde su Tesis en 1980 (El mito de la destrucción en la obra de Döblin) Sebald insiste  en el hecho de que los hombres tienden a ignorar la destrucción que provocan y convoca, al final de la segunda de las conferencias citadas, al “ángel de la historia” de Walter Benjamin que es empujado “irresistiblemente hacia el porvenir al que da la espalda, mientras que el montón de ruinas ante él se eleva hasta el cielo”. Podríamos hacer de esta cita, alegoría de la modernidad y del progreso que no repara en las ruinas que va dejando tras de sí, el núcleo de sentido de la obra de Sebald. De la misma manera, así como Benjamin constataba la pobreza de la experiencia comunicable de los que volvían de la Primera Guerra y veía en ello una nueva forma de barbarie, Sebald constata la desaparición de las memorias tras la Segunda Guerra y el rechazo a posicionarse frente a los acontecimientos.

El segundo sentido de la palabra destrucción es el que se refiere a la Shoah, tema que ocupa la mayor parte de las páginas de Sebald en sus cuatro libros. En una de sus entrevistas Sebald plantea abruptamente el problema: ¿cómo un “gentil alemán” puede escribir sobre la Shoah? ¿Qué tono adoptar, cuál es la distancia necesaria, qué modo sensible para referirse a los hechos? Sebald ha trabajado de cerca la literatura de los supervivientes y en especial el testimonio de Jean Améry. Sus personajes están impregnados de estos relatos y del destino trágico que encontraron algunos de ellos. Supervivientes que “no lograron escapar a las sombras proyectadas sobre su vida por la Shoah y que terminaron sucumbiendo al peso de la memoria”. Si nos detenemos en su último libro, aparecido poco después de su fallecimiento, veremos que se construye sobre el testimonio de Jacques Austerlitz, personaje que el narrador encuentra en la salle des pas perdus de la estación de Amberes en 1967 y que a lo largo del relato y de numerosos encuentros, le va narrando su vida siguiendo un dédalo tortuoso hasta llegar al niño de cuatro años y medio que llega a Londres desde Praga para ser recibido por una familia de acogida que le borrará su origen y su memoria. Seguimos paso a paso el proceso de revelación que Austerlitz tiene que realizar sobre su propia vida mientras la cuenta al narrador. En realidad el modelo del personaje es doble. Por un lado un historiador de la arquitectura que Sebald había encontrado en varias ocasiones y al que le otorga una capacidad explicativa fuera de lo común. El relato de Austerlitz está trenzado con su interés por la arquitectura y en especial la arquitectura militar: el fuerte de Breendonk que, terminado poco antes del desencadenamiento de la Primera Guerra mostró enseguida su inutilidad defensiva, pero que fue utilizado por los nazis como centro de detención y tortura (Jean Améry cuenta su internamiento en este lugar) y ahora es el Museo de la Resistencia belga; o la ciudad fortificada de Terezín (Chequia), cuya estructura geométrica recuerda La ciudad del Sol de Campanella y donde los nazis instalaron el famoso campo de concentración de Theresienstadt que sirvió de escaparate para mostrar a la Cruz Roja un (falso) aspecto civilizado de los campos de concentración.  El otro componente en el que se inspira Sebald para su personaje es el testimonio de una mujer escuchado por azar en la televisión que hablaba de su llegada a Londres a bordo de uno de los Kindertrasporte, trenes que partían cargados de niños judíos de Alemania o Checoslovaquia al principio de la guerra.

Sin embargo, podríamos ir más lejos y hablar de una ontología de la destrucción en la obra de Sebald más allá de este nudo originario. Es el sentido de la frase “sobre la historia natural de la destrucción” que acompaña sus conferencias sobre la “guerra aérea”. Las referencias a la destrucción “natural”, es decir no provocada al menos directamente por la mano del hombre son numerosas. Podríamos citar la mención, al final de Los anillos de Saturno, del episodio de destrucción natural del que fue testigo: el huracán que asoló el sureste de Inglaterra el 16 de octubre de 1987 y que causó la destrucción de miles de árboles. O a Thomas Browne, que ocupa buena parte del mismo libro, y del que recuerda su obsesión: “De un modo análogo a ese proceso constante de devorar y ser devorado, para Thomas Browne tampoco hay nada que tenga permanencia. Sobre cada nueva forma ya se cierne la sombra de la destrucción. Esto es, la historia de cada uno, la de todos los estados y la del mundo entero, no transcurre sobre un arco que se alza cada vez más lejos y de forma más bella, sino sobre una trayectoria que, una vez alcanzado el meridiano, desciende a la oscuridad”.

Tras cada empresa humana llega el momento inexorable de su aniquilamiento, ya sea por destrucción natural, ya sea por la misma mano del hombre. Y lo que queda siempre no es más que un campo de ruinas. La tarea del escritor sería la de rescatar de esa desolación una memoria que nos ayude a comprender y nos evite la repetición en algunos casos. Pero sería banal quedarnos en la constatación de una destrucción provocada por las fuerzas de la naturaleza, veremos más adelante que existe una relación esencial entre historia natural e historia humana.


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