Pensamiento y acción en el París de los cincuenta
Sergio Hinojosa
París, ciudad destrozada, empobrecida y ocupada, se convertirá tras la guerra en símbolo del arte y la cultura europeos, e iluminará como foco intelectual los estilos de lo cotidiano y los modos de hacer literatura, política e historia.
La ocupación alemana y la complicidad del gobierno Vichy dejaron tras sí, entre otras dolorosas servidumbres, la de una red nocturna de clubes y prostíbulos que convirtieron la noche parisina en un mundo paralelo, en un insólito universo del goce. Allí, entre el humo denso y el aire irrespirable, en el Lulu’s cabaret, en La Rose rouge, o en cualquier antro de Pigalle, o en el intelectualizado Saint Germain, no estaban solos con sus pulsiones. Sonámbulos salidos de la guerra y la vergüenza, separados temporalmente de su máscara familiar, se perdían los cuerpos en la noche. La nueva mirada de los intelectuales los redimía elevando de los bajos fondos su candor. Rituales nocturnos, elación de la palabra y la mirada, para endiosar sus extravíos y aventuras. No a la manera teatral de las vanguardias de principios del siglo, sino con la mirada fría y distante del nihilismo. Ahí, arrojados en la penumbra, como esos cuerpos que cartografían signos, recibían la sonrisa de cualquier actriz, mientras saboreaban el contorneo de los nuevos ritmos. Un presente nocturno a la distancia justa, para degustar su metafísica y embriagarse de poesía y otras sustancias estimulantes.
A menudo se podía ver al filósofo Jean Paul Sartre con Simone de Bouvoir junto al arquitecto Giacometti, al escritor Arthur Köstler, o al trompetista Boris Vian, entonando alguna improvisada pieza de jazz. Incluso, con ocasión del creciente intercambio intercontinental, compartían espacio y tiempo con algún visitante como el americano Charly Parker -adicto al saxo y a la heroína. Recubierto de angustia y armonías tan deseables como transgresoras…
Así, mientras una parte de los intelectuales construía los símbolos de ese mundo recorriendo los antros lunares; otros, o los mismos, dejaban anidar sus reflexiones políticas o su literatura comprometida entre las ramas del maltrecho árbol humano sacudido por la guerra. Construir nuevas organizaciones políticas o reedificar las ya existentes se convirtió en una tarea prioritaria. De todas las artes, de todas las disciplinas acudían ideas como armas nuevas contra el desvalimiento. Un rumor cultural y político iba cundiendo: París era lugar obligado para el reconocimiento intelectual. Renacía el glamour de la capital europea del arte y la cultura. A su lado, yacente: la recién conquistada libertad. Una libertad que, al calor de esas noches misteriosas, meditaba sobre la construcción de la posguerra y reelaboraba un saber sobre la muerte y lo irreductible de la sexualidad.
A la juventud francesa de los cincuenta se le ofrecía, tras el colaboracionismo de Vichy y el reciente Plan Marshall, la adherencia política o el distanciamiento filosófico. Abandonarse a una derecha vergonzante en vías de acomodarse al consumo, aunque no exenta de sobresaltos, o adherirse a una izquierda hosca y encorsetada, dominada por el comunismo sin fisuras. Entremedias, una reflexión más distante salvaba de la caída libre en el desasosiego existencialista. De la resistencia a la revolución fue ficción breve. Una reflexión más atenta obtuvo del lenguaje materia suficiente para la reflexión sobre la libertad y la alienación. En esa apuesta estuvo el psicoanálisis que, desde una casita de la rue Lille, urdía para separarse de la ortodoxia internacional.
El deseo solar de aquellos jóvenes, nacidos en la guerra o poco antes, quedaba atrapado en la rigidez del rito. Matrimonial o partidario, su claridad cegadora los exponía de todos modos a una deriva incierta: Jóvenes abocados al tedio o a lo imposible de la muerte y la sexualidad.
Un saber sobre lo político y lo cotidiano se elaboraba, para cubrir esos abismos. Corrientes subterráneas que edificaban o desmitificaban los supuestos de la sociedad naciente sorteaban el olvido de la guerra. Sartre adquiría peso en esa construcción, Lacan en la desconstrucción.
El telón sonoro de fondo: la ofensiva existencialista que comenzó en el otoño de 1945. Los actores: una juventud salida del caos de la guerra, que se incorporaba a la nueva sociedad basada en el consumo y el espectáculo. Actores desdoblados en el escenario, bordeando la angustia, obligados a buscar en las nuevas corrientes de pensamiento claves para dar sentido a ese malestar. El existencialismo, el letrismo, el situacionismo, el estructuralismo, el psicoanálisis de Lacan, fueron las mimbres con las que se urdirán los nuevos saberes y se cultivará el campo para la acción social y política.
Bataille, Cioran, Bachellard, Jean Paul Sartre, Jean Genet, Paul Nizan, Raymon Aron, Merleau Ponty, Camus, Boris Vian, Guiacometti, Beauvoir, Arthur Köstler, Hemingwey, Lacan, Lévi-Strauss, Althusser, irán formando parte de ese paisaje de reconstrucción del país, dominado muy pronto por la derecha nacionalista de De Gaulle. Derecha nacional, política y económica, que avanzará entre el ruido de la sublevación de Argelia, las masacres de Camboya y de Vietnam, y el olvido europeo de lo sucedido en Alemania y en Vichy. Los límites de la guerra fría, la invasión de Hungría, las guerras de liberación, constituirán las fuentes de acontecimientos más importantes, cuya mayor caja de resonancia en Europa será París. En el centro de una Europa escindida entre Rusia y EEUU, una parte de París estaba atenta a las brechas que se abrían en ambos bloques…