En el testimonio de Álvaro Salvador, la figura de Javier Egea aparece teñida de memoria y descubrimiento. Desde la infancia compartida como vecinos hasta los primeros pasos en la poesía, se dibuja el retrato de un muchacho precoz, serio y obstinado, que ya en la adolescencia buscaba hacerse un lugar en los círculos literarios granadinos. Salvador recuerda la escena fundacional: aquel joven que en 1968 se presentó con sus poemas bajo el brazo, decidido a ser escuchado. Rechazado al principio, pronto demostraría un dominio formal sorprendente que lo llevaría a publicar en la revista Tragaluz y, poco después, a obtener el premio García Lorca con Serena luz del viento. A través de anécdotas, recitales, colaboraciones y amistades compartidas, este relato ilumina los años de formación de un poeta que ya dejaba entrever la intensidad lírica e ideológica que marcarían toda su trayectoria.

Conocí a Javier Egea cuando los dos éramos muy niños, en realidad éramos vecinos. Para ir de mi casa a la suya había que cruzar el trazado de una calle y una explanada atravesada a su vez por una acequia. Era la confluencia de la calle Recogidas y el proyecto de Pedro Antonio de Alarcón, una calle entonces imaginaria, sujeta al capricho desigual de los especuladores de la época. La casa de Javier, hoy convertida en un hotel, fue de las primeras de pisos que se levantaron en la zona del ensanche y guardaba todavía un cierto aire de mansión señorial de principios de siglo, de edificio moderno, pero racional y sencillo. Las que se construyeron a su alrededor, en cambio, incluida la mía, se asemejaban más bien a engendros ideados por un Le Corbusier provinciano pasado de copas. En la edad infantil, en la adolescencia e incluso en la primera juventud, dos años son una eternidad, un abismo, y esos eran los que me separaban de Francisco Javier, “Quisquete”, el hermano menor de Mari Carmen Egea, que fue el miembro de la familia con el que yo más me relacioné hasta entrar en la Universidad.
He contado otras veces que un día de la primavera de 1968 un jovencísimo Javier Egea, que ya se vestía como una persona mayor, tocado con un grave pañuelo al cuello y unas gafas oscuras que le tapaban su bonitos ojos achinados, vino hasta mí para ofrecerme unos poemas, por si yo podía publicarlos en la revista Tragaluz, que acabábamos de editar en la Facultad de Letras. A mí me gustaron los poemas, pero por razones que no sabría explicar, quizá porque éramos muy jóvenes y no teníamos ni idea de qué poesía queríamos escribir, los poemas fueron rechazados por el consejo de redacción de la revista. No obstante, ese primer contacto me sirvió a mí para tener conciencia de la vocación poética de aquel chico tan joven y tan serio, el hermanillo de Mari Carmen Egea.
La primera negativa no desanimó a Quisquete. Él ya se movía con facilidad por los distintos ambientes literarios de la ciudad, sobre todo cerca de los poetas mayores que constituían en aquel momento el canon y que fueron tan extraordinariamente generosos con las generaciones más jóvenes, desde el modesto aparato cultural que controlaban –La Casa de América, el Centro Artístico, la prensa local–, pero también desde su amistad, sus bibliotecas, sus contactos con el exterior, etc. Se relacionó con ellos y con sus discípulos más inmediatos que tendían hacia una poesía de corte clásico. Así que, en 1969, vino otra vez a mí a ofrecerme nuevos poemas, esta vez de un corte clásico y un dominio formal que ni Antonio García Rodríguez ni Domingo Faílde ni Joaquín Lobato ni yo mismo, pudimos rechazar. Publicamos, pues, en el número 3/4 de Tragaluz, que apareció a comienzos de 1970, el poema que empieza “Si supieras la noche que me llena”, muy en la línea del libro que dos años más tarde publicó con el título de Serena luz del viento y que obtuvo un accésit en el premio García Lorca para estudiantes. Pero nos entregó algunos más, pues estaba escribiendo en esa época varios libros a la vez que desecharía más tarde, a excepción del señalado. Conservo todavía alguno de esos poemas, en lo que puede apreciarse ya la voz futura del poeta maduro, por ejemplo el titulado “Un poema de amor”:
Solitario de versos y de noches
te canto desde lejos, amándote de cerca,
acariciando un beso entre las manos
desde lejos, mujer, desde la acera
que surca el corazón de tu camino,
bordeando la orilla de tu estrella,
quemando la distancia que se aleja
de tu destino, amor, quemando ausencia.
Porque amanece el viento sobre el mundo
y hace girar el mar de mi veleta
sobre ese paso azul que sobrepones
al canto de mi voz con tu belleza.
Acuérdate, mi amor, que una mañana,
cuando nuestro camino sea la tierra
donde brote la luz como un torrente,
cuando seamos fruto y sementera
de la misma cosecha que forjamos,
cuando la noche brille y nos encienda
un beso, labio a labio, cuerpo a cuerpo,
seremos una misma enredadera,
un mismo corazón, un mismo aliento…
Y así, rotos de amor, entre la misma leña,
arderemos al fuego de los besos,
crepitando, poema tras poema.
Soy el triste poeta de tus labios,
el ardiente minero que subleva
sobre la mina grande de tus ojos
miradas con amor, miradas lentas
que persiguen la luz de tus pupilas,
miradas silenciosas como piedras
que lanzo hasta la piel de tu mejilla
y, con la brisa tibia que te llena,
se convierten en besos estridentes.
Soy el poeta gris de esa cantera
en donde cada noche labro un verso
y forjo, piedra a piedra, tu poema.
La casualidad quiso que en la segunda aparición escrita de Javier también estuviese yo presente. El Colegio Mayor San Jerónimo de la Universidad de Granada, hoy desaparecido, organizó en 1973 un ciclo de poesía granadina en el que invitó a cuatro poetas a recitar en cada una de las sesiones, comenzando por los más veteranos y alargándose hasta los más jóvenes. La nuestra estuvo integrada por Francisco Javier Egea, Antonio Enrique, Juan de Loxa y yo mismo. Se editaron unos cuadernillos en los que se incluía un pequeño prólogo, un poema de cada autor, una nota biobibliográfica y una firma autógrafa. En el caso de Javier, la nota decía textualmente: “Nací en Granada el 29 de abril de 1952. Se me puede encontrar en las tabernas.” Y no había firma autógrafa. Tenía un libro publicado y premiado, pero no parecía darle ninguna importancia a ese hecho. El poema incluido era el que luego formaría parte de su libro siguiente A boca de parir (1976) con el título de “Ellos”:
Andan por los cafés.
Ellos.
Tienen la risa exacta que les ordena el tiempo…
Las desapariciones y las apariciones inesperadas y sorprendentes, siempre estuvieron presentes en la vida de Javier. Durante los primeros meses de 1974 desapareció de Granada. Después supimos que se había marchado a las Islas Canarias, a dar recitales de poesía acompañando a un grupo flamenco. De esa estancia quedó un poema, incluido en un antología que al año siguiente y con motivo del centenario del nacimiento de Antonio Machado, editaron Antonio Enrique y Fidel Villar Ribot y que fue el número 0 de un proyecto más ambicioso, la colección Zumaya de poesía. Colección de la que fue uno de sus fundadores en 1976 junto con Juan Jesús León, Antonio Enrique y yo mismo. El homenaje a Machado del número cero se tituló, Cien del Sur sobre la épica, y el poema “Desde el valle de Ucanca”, un poema incluido también en su siguiente libro A boca de parir, publicado también por la colección Zumaya, y que anuncia ya el tono que presidiría su magnífico Troppo mare:
…En este vals de rocas y cenizas,
de posibles acordes para un compás de lava,
para un ritmo de fuego como un grito,
¡cómo canta en el valle de Ucanca el mediodía para ti,
cómo canta la luz!
Muchos de los poemas de A boca de parir (la primera sección está dedicada a Antonio Mata y Helena Capetillo que estuvieron con él en Las Canarias) son resultado de este primer encuentro salvaje con el paisaje marítimo que continuaría más tarde en Almería. También se incluyen en este libro, otros poemas que en principio formaron parte de otro proyecto colectivo en el que participó Javier con mucho entusiasmo, publicando algunos poemas de lo que él quería elaborar como una especie de cancionero, me refiero a Jondos 6, volumen editado por el Seminario de Estudios Flamencos de la Universidad de Granada en 1975, y en el que participaron también otros escritores movidos por el mismo interés de recuperación de la cultura flamenca: Miguel Burgos Unica, José G. Ladrón de Guevara, Rafael Guillén, José Heredia Maya y Juan de Loxa. Además de esos poemas (“Cita”, “Por el sur”,”Sístole”) que fueron incluidos igualmente en su siguiente libro, A boca de parir, entregó también un poema inquietante titulado “Suicidio” y que sería incluido más tarde en A boca de parir con un cambio significativo de título: “Ceremonial de la ceniza”. El poema es, junto con “Sístole”, una de las primeras incursiones de Javier Egea en la poesía neovanguardista y experimental, con fuertes ecos de lo que había sido el surrealismo hispánico de la Generación del 27. El poema está fechado en 1973 y dice:
todo con una brizna de fuego entre los dedos
quebrar el hielo al sur de los espejos
trizar la calma de las gotas caídas de rocío
actores de derribo emperadores
amantes de basura comediantes
ritmo de sol para los cuerpos vanos
siempre la misma voz en las cuerdas del arpa genital
sones de fuego
pero la lluvia acude a cada chispa que nace en el hogar
el gran diluvio
me abrazo al ascua en flor sobre las tardes
dura tanto en mi pueblo en esta altura
terriblemente vivo
porque para vivir la mirada de un ciervo es suficiente
y me beso los labios sin remedio
con anhelo de arroyos en mis besos
amor qué solo estás en mitad del suicidio de estas horas
cuando suene la trompa del guarda forestal
una inmensa bandada de cenizas sacudirá el crepúsculo
y no lo sabrá nadie
una brizna de fuego sobre el tiempo
mañana al despertar os besaré los labios
a todos los que amáis como yo serenamente
es un corto suicidio el de las horas
amor amor amor siempre en la arena
luego vendrá de nuevo la brizna el fuego el hielo
los espejos
los actores y amantes
y el ascua genital
la trompa el guarda el beso
y por fin las cenizas hasta mañana hermanos
todo con una brizna de fuego entre los dedos.
Esta no fue la única colaboración de Javier con Juan de Loxa. En esos años escribió algunos poemas para ser leídos en el programa de radio, “Poesía 70”, que Juan dirigía y que fueron mutilados por la censura, y otros pensados para publicarse en el número 4 de “Poesía 70”, que nunca vio la luz, como, por ejemplo “Fumar un cigarro, comprar la luz, venderse, es todo una…” y “Balada de los hombres por el sur” que sería transformado en una maravillosa canción por Antonio Mata, incluida en su primer disco Entre la lumbre y el frío en 1977.[1]
Ese mismo año se celebra en Granada un homenaje a la Generación del 27, impulsado por “Poesía 70” y amparado por la Universidad de Granada y al que se unen también otras instancias culturales como el Colectivo 77, la Escuela de Artes y oficios, la Filmoteca Nacional, etc. Se celebraron varios recitales, uno en el teatrillo del Hotel Alhambra Palace, otro en el Palacio de la Madraza y un tercero en el Hospital Real, en los dos primeros participó Javier Egea junto a Pepe Heredia, Joaquín Lobato, Juan de Loxa y algunos poetas granadinos más. Hay una foto muy curiosa en la que está Javier recitando o hablando, de pie, en el salón de Caballeros Veinticuatro de La Madraza, y al fondo en las últimas filas puede verse a un jovencísimo Luis García Montero con su novia de entonces y en la fila de delante, yo mismo. Los tres juntos, aunque todavía sin saberlo.
En estos años, mi amistad y colaboración con Javier se estrechó. Él leyó el primer libro de Juan Carlos Rodríguez, Teoría e historia de la producción ideológica, y comenzó a frecuentarlo y a frecuentarnos también a sus discípulos y compañeros de Facultad. El Partido Comunista creó la célula cultural Antonio Gramsci que dirigía Juan Carlos[2] y de la que formaban parte Javier, Justo Navarro, José Carlos Rosales, Juan Vida, entre otros. Yo no formé parte de la misma, pero asistí a muchas reuniones en calidad de “compañero de viaje”. Después, cuando para continuar de alguna manera la inquietud cultural que se había suscitado con el homenaje a Federico García Lorca de 1976, creamos el “Colectivo 77”, algunos de sus miembros pidieron que entrara en el mismo Javier. No sé por qué razón, al final no entró, pero lo cierto es que lo invitamos a participar en Letras del Sur, la revista que fue en cierto modo una extensión del Colectivo, y en el número 5/6 (septiembre/diciembre de 1978) dedicado “Erotismo y Literatura” publicó su poema “Desde tu nombre”:
A veces necesitan reposo las palabras,
que las letras ocupen ese sitio redondo que merecen.
No recuerdo nada más relativo al Javier de estos años, al margen de que a finales del ochenta había contraído unas furiosas ladillas, hasta que volvió de su estancia en la Isleta del Moro de Almería, con un poema maravilloso debajo del brazo. Rafael Juárez me dio la noticia y me dio a leer el poema que le había dejado en la librería por si podíamos colocarlo en alguna revista. Ni qué decir tiene, la conmoción que me produjo ese poema, pero esa es ya otra historia.
[1] Estos poemas se han incluido en el volumen II de la Poesía Completa de Javier Egea, ed. de Alcántara&Hernández y prólogo de Jairo García Jaramillo, Madrid, Bartleby, 2012, pp. 127- 217.
[2] En el el Prólogo de Jairo García Jaramillo del Volumen II de las Poesía Completas, se atrasa erróneamente ese encuentro, tanto con el libro como con la persona a los comienzos de los ochenta, op. cit. pág. 27. En realidad, el primer coordinador de la célula Antonio Gramsci fue Justo Navarro.