Las adelfas le tienden su emboscada
y el arrayán le ciega de amarillo.
Se le detiene el sueño en ese anillo
verde de luz: la mano enamorada.
A las ruinas de la madrugada
llegó desde los fosos de un castillo.
Quizá la sombra reclamó su brillo
en los dedos de un agua amurallada.
Se le detiene el sueño sobre un río
donde quedó la soledad herida
de perdidos poetas nazaríes.
Y mientras sube por su brazo el frío
mira en el agua muerta la perdida
esmeralda cercada de rubíes.
Javier Egea (Granada 1952-1999)