Sonidos negros al alba

Alfonso Salazar

Desde 2024 hasta 2027 se cumple el centenario del ciclo neopopularista de la obra de Rafael Alberti. Aquí se trata sobre el cierre de ese ciclo: El alba del alhelí (1927), y su influencia en la canción popular española. La canción popular no solo tuvo una reconocida influencia en estos primeros libros de Rafael Alberti. Además, según plantea este texto de Alfonso Salazar, los primeros libros del autor fueron, a su vez, influyentes en el desarrollo de la copla popular en España.

El propio Alberti reconoció la influencia que la copla española, la canción y la poesía popular tuvo en su primera trilogía: Marinero en tierra, La Amante y El alba del alhelí. No es ninguna sorpresa y así lo deja dicho en su Arboleda Perdida [i].

Era la cadencia más adecuada para iniciar un resurgir de la Andalucía tardorromántica en un contexto neopopular, que restablecía su presencia, al modo de la renaixença catalana, y perseguía la estela musical de los tonos populares encumbrados por Falla —quien, valga señalar, propuso a Alberti poner música a unas canciones de Marinero en tierra—.

Lorca y Alberti, binomio de la época, fueron los ejecutores definitivos de esa recuperación que habían anunciado autores como Bécquer, los Álvarez Quintero, Rueda o Manuel Machado, con diversa fortuna. Hasta aquel momento, la visión de Andalucía, país casi salvaje del siglo XVIII y paraíso romántico del XIX, la consumaron los visitantes extranjeros, cegados por la luz y el paisaje agreste, sorprendente y moreno. Figuras de gitanos, bandoleros, cármenes cigarreras y guitarras abundaron las narraciones. Si bien fueron idealizadas, no eran por completo ajenas a la realidad: si se hace caricatura y resumen burdo en los tópicos, seguimos viendo a Carmen la de Merimée en el puesto de algún mercado andaluz.

El siglo XIX alumbró el orgullo de los pueblos, la noción de Cultura vinculada a la Nación y se extendió en las manifestaciones artísticas como su entorno natural. La Civilización-Cultura como modelo único dejó paso a la contraposición del término Cultura como expresión del pueblo, dignidad étnica, y por toda Europa corrió el galgo del nacionalismo.

Esa idiosincrasia debía dignificarse en el campo poético, enaltecerse desde las letras populares recogidas por Machado y Álvarez y descubrir su imponente caudal imaginativo, ingenioso, chispeante y de dolor hondo. Tanto el Romancero Gitano como los tres primeros libros de Alberti recuperan el sentido de lo andaluz, lo ponen al día, lo electrifican, lo legan a la universalidad.

De los tres libros, El Alba del Alhelí acopia con mayor eficacia este sentido y, de hecho, dota al poeta de un punto final a aquella primera época. Lo que comenzó con Marinero en Tierra se remata en los poemas finales de El Alba, con el ínterin de los poemas de paisaje castellano, pero voz profundamente andaluza de La Amante. El conocimiento de las formas poéticas populares como vestiduras para los sentidos sureños no podía ser más acertado.

Alberti escribe El Alba del Alhelí principalmente en Rute. En el corazón mismo de Andalucía, en la tierra oscura de la Subbética. Los tópicos andaluces pervivían en la época, alejados esos pueblos de los avances y pasmos que el progreso llevaba a las capitales de provincia. Los contrastes entre lo rural y lo urbano eran más pronunciados y determinan la sensación del poeta. Si en Marinero era la añoranza del mar, la extrañeza ante el paisaje de gran capital frente al recuerdo de la luminosidad de la Bahía, en El Alba será el encuentro de bruces con el latido subterráneo de Andalucía quien marca el paso.

De hecho, el poema “Modas” es también intitulado como “De la ciudad al campo” en ediciones posteriores[ii]. Toda una declaración de principios:

¿No sabes que ya las rosas
no son del tiempo, en la cara?

Medias de lana frente a medias de seda, peines de plata frente al peine del viento. Desde el prólogo el poeta hace una referencia clara a lo admirado, al viaje realizado a la Andalucía redescubierta:

Todo lo que por ti vi
–la estrella sobre el aprisco
el carro estival de heno (…)

El poeta ha ido a mirar, buscaba un lugar, buscaba buscarse y encuentra la sorpresa de estrellas, albas y heno. Olor de campo tamizado por el dominio de la literatura clásica.

Los villancicos y sus referencias a vaqueros y pastoras —trasplantes luminosos de los pasiegos del Marqués de Santillana—, olivares, conversaciones que podría firmar Garcilaso en campos floridos, exponen una visión idílica y gozosa de Andalucía en “El Blanco Alhelí”. Ahí residen algunas de las letrillas con las que, luego, Alberti se toparía

en las tabernas, en boca de espontáneos:

Aceitunero que estás
vareando los olivos.
¿Me das una aceitunita
 para que juegue mi niño?

No perdamos de vista que Alberti hace referencia a estas estrofillas, utilizadas incluso por la Compañía de La Argentinita, que fueron presentadas como anónimas. La propia Argentinita, que primero fue compañera de Joselito (a quien el poeta dedica “Joselito en su gloria”, donde incluye algunos versos que Alberti recuerda haber oído en una taberna de Triana en 1928 por un cantaor de coplas populares) y después sería de Ignacio Sánchez Mejías, ilustrará con su cante y baile una conferencia que en el año 1933 ofrecerá Rafael Alberti de título palmario: La poesía popular en la lírica española[iii]. En este primer alhelí los ambientes son un decorado donde pudiesen aparecer Camborios o Lolas Puñales, que siembran el camino de Loja a Benamejí (cercanas poblaciones a Rute) con poemas “ligeros, graciosos, juguetones, suaves”.

Cales negras fue la primera opción del poeta. Y en la cal, blanca-blanca de los pueblos andaluces, veía pintarse la negrura andaluza. Quizá por eso el segundo alhelí es negro. En el poema de “La Maldecida” el luto alcanza la superioridad, la tristura se hace paso entre la alegría precedente, distinguida en el paisaje angustioso y rural de la intransigencia y la necedad entre sapos y lagartos negros. Se trata quizá de la parte cumbre del libro, donde la disposición de Alberti a enfrentar cada creación preconcebida como una obra pictórica cobra mayor fuerza. En “La encerrada” el dolor huele a alcanfor y quiere descorrer las celosías. Es en esta parte del libro donde se percibe el legado inmediatamente posterior de Alberti al que este artículo hace referencia: su influencia en las coplas y las fuentes comunes de donde se nutre tanto El Alba del Alhelí como la copla de posguerra. Coplas como “Romance de la Otra” de Quintero, León y Quiroga son deudores de “La Maldecida”. “El Negro Alhelí” es el primo hermano más cercano del romancero lorquiano. Los sustantivos se reducen de “sola” a “solita”, el limonar se adjetiva de lucero. Ambos poetas han alcanzado un lenguaje de compadres que a caballo recorren la Andalucía de la negrura. Como aquellos sonidos del duende que dijo el cantaor jerezano Manuel Torre; tras oír Noches en los Jardines de España de Falla, cuando le preguntaron qué le había parecido el concierto, contestó el gitano: “Todo lo que tiene sonidos negros tiene duende[iv]”. Los sonidos negros forman parte inseparable del tronco del faraón y recorren los sonidos de El Alba del Alhelí.

Siguiendo el rastro de la copla en “El extranjero” resuena el “Tatuaje” del propio Rafael de León (quien se consideró, incomprensiblemente, sólo heredero de Federico). Ya no sólo por el extranjero amante o el extranjero amado, sino por la introducción en el círculo del personaje extraño y extrañado, al que también Alberti dedica las hermosas “Seguidillas a una extranjera” que comienza siendo la arrebolera y termina siendo la pasionaria, muerta de los caireles. Igualmente se adivina “Tatuaje” en los versos del tercer alhelí donde dice el poeta:

Barcos extranjeros, hija,
barcos extranjeros.
Barcos extranjeros
anclan en el puerto.
Anclan en el puerto, hija
con sus marineros
 Con sus marineros, hija…
¡Pronto corre a verlos!

Malqueridos, malos cristianos, extranjeros, encerrados, malditos, y alhelíes negros, amigos flotando como la Ofelia de Rimbaud pero en el sombrío paraje de la Torre de Iznájar, toreros muertos llevados por ángeles

Cuatro arcángeles bajaban
 y, abriendo surcos de flores,
al rey de los matadores
en hombros se lo llevaban.

¿Cómo no se iban a incorporar sus estrofas a la voz popular? ¿Cómo no perderían el nombre del autor y conseguirían la más alta gloria: pertenecer al pueblo? ¿Cómo no reconocer el germen de las coplas que triunfarían en la década siguiente y animarían la sórdida posguerra? ¿No es María de la O la cíngara reconocible en el poema “La Húngara”?

El último alhelí, verde como el mar. Paradoja insondable (verdes las olicas del mar), recupera la voz del marinero en tierra para vencer el primer ciclo de su obra. De hecho, muchas de estas canciones serían rescatadas para ediciones del Marinero. Playas, mariposas del mar, resonancias de epigramas y vacas piratas que vuelan, rematan el viaje iniciado en el año 1924 con su personaje de la Bahía.

La imprescindible guía de La arboleda perdida nos ha proporcionado siempre un acercamiento en primera línea para contemplar el devenir de la obra de Rafael Alberti. Con El Alba cuenta que dio por cerrado el ciclo de mar y ambientación andaluza. De hecho, y posiblemente consciente de que una mayor indagación en la vena que trasegaba poesía popular al paisaje andaluz derivaría en la plasmación final de la copla andaluza, tanto Rafael como Federico, primos paralelos, se embarcaron hacia otros puertos entre la vanguardia y Góngora, entre el teatro y la lucha política. “Surgía por todas partes el remedo de la canción (…), un andalucismo fácil, frívolo y hasta ramplón amenazaba con invadirlo todo, peligrosa epidemia que podía acabar con nosotros mismos. Se imponía la urgencia de atajarlo, de poner diques a tan tonto oleaje” (La Arboleda perdida). Quién mejor que Góngora, quienes mejor que los poetas preclaros de la historia, para empuñar una vuelta a la estrofa.

La intuición poética es una habilidad que proporciona que los poetas reconozcan en otros su genealogía, sus maestros consanguíneos, sus ascendientes inmediatos. Javier Egea, discípulo de Alberti en el sentido poético e ideológico, de la misma estirpe del compromiso, podría rematar estas cavilaciones de retorno a lo clásico cuando entronca a Alberti en Garcilaso, y lo hace desde la misma composición de sonidos negros de copla, cuando escribió estos versos, que fueron publicados en 1917 versos:

Espuma de la escollera,
Puerto de Santa María,
si Garcilaso volviera
yo sé que preguntaría
por su joven escudero
que quiso ser marinero
y se quedó en tierra un día[v].


[i] Todas las citas de La arboleda perdida corresponden a la edición de Círculo de Lectores, Barcelona, 1976.

[ii] Todas las citas de El Alba del Alhelí de Rafael Alberti pertenecen a la edición de Robert Marrast. Ed. Castalia, Madrid, 1972.

[iii] La canción española de la Caramba a Isabel Pantoja. José Blas Vega, Calambur, 1996

[iv] Teoría y Juego del duende. Conferencia de Federico García Lorca, en Obras Completas, Ed. Aguilar, Madrid, 1963.

[v] 1917 versos. VOSA 1987.

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