Organizar el pesimismo

Victoriano Alcantud

A Paco Ríos

In memoriam

El ángel del hogar o el triunfo del surrealismo, 1937. “Se trata aquí de un cuadro que pinté después de la derrota de los republicanos en España (sic). Es evidentemente un título irónico para designar una especie de animal que destruye y aniquila todo a su paso. Era la impresión que tenía en aquella época de lo que iba a poder ocurrir en el mundo, y en eso tuve razón”. Max Ernst

En el número 9-10 de 1927 de La Revolución Surrealista apareció un artículo de Pierre Naville, “Mieux et moins bien” (“Mejor y menos bien”, título que es un eco de uno de los últimos textos de Lenin, “Menos, pero mejor”) en el que el autor proponía una consigna paradójica. Según Naville el objetivo del surrealismo sería “organizar el pesimismo”.

Naville, uno de los miembros fundadores del surrealismo, fue director, junto con Benjamin Péret, de los tres primeros números de la revista La Revolución Surrealista. Gracias a él el grupo pudo abrir una “Oficina de investigaciones surrealistas” en un local de la calle Grenelle que pertenecía a su padre, un banquero suizo. Pero desde 1925 abre una doble diferencia con la línea “oficial”. Por un lado, en el tercer número de la revista (abril de 1925), niega que pueda existir una pintura surrealista (a lo que Breton responderá con El surrealismo y la pintura); por el otro propone la constitución de un “comité ideológico” que convoca a los miembros del grupo para “decidir si la idea de Revolución debe tener prioridad sobre la idea surrealista, si una sale al rescate de la otra o si ambas van a la par”. La reunión tuvo lugar sin la presencia de André Breton y Louis Aragon, y produjo el texto siguiente: “Los miembros de La Revolución Surrealista abajo firmantes, reunidos el 2 de abril de 1925 con el objetivo de determinar cuál de los dos principios, surrealista o revolucionario, era el más susceptible para dirigir su acción, sin llegar a un entendimiento sobre el tema, se pusieron de acuerdo sobre los puntos siguientes: 1° Que antes de cualquier preocupación, surrealista o revolucionaria, lo que domina su espíritu es un cierto estado de furor; 2° Piensan que es a través de este furor que son susceptibles de alcanzar lo que se podría llamar una iluminación surrealista (…)”

Naville es el primer miembro del grupo que plantea abiertamente la cuestión de la relación del surrealismo con la revolución comunista en su opúsculo La revolución y los intelectuales (1926) en el que propone a los surrealistas “comprometerse resueltamente en la vía revolucionaria, la única vía revolucionaria, la vía marxista”. Bretón, en Legítima defensa (1926), contestará a las preguntas de Naville: “¿Sí o no, esta revolución deseada es la del espíritu a priori o la del mundo de los hechos? ¿Está vinculada con el marxismo o con las teorías contemplativas, con la depuración de la vida interior?”. Responde rechazando la oposición entre la realidad interior y el mundo de los hechos y recuerda que el surrealismo se propone reducir estos dos estados a uno solo gracias al recurso a lo maravilloso. Aunque Breton asume la necesidad de la toma del poder político por el proletariado, defiende que las experiencias interiores se prosigan “sin control exterior, incluso marxista.” Sin romper totalmente con el surrealismo Naville se afilia al Partido comunista francés en 1926 y pasa a ser codirector de la revista Clarté, órgano de la oposición de izquierdas. Pero poco más tarde, tras un viaje a la URSS en noviembre de 1927 y su encuentro con Trotsky, es expulsado del partido y será uno de los fundadores de la Liga comunista francesa de orientación trotskista.

Organizar el pesimismo según Naville

Volviendo al artículo de Naville de 1927 vemos pues que interviene en medio de intensos debates en el surrealismo sobre la problemática de la revolución y en concreto sobre las relaciones con el partido comunista. Naville responde a las críticas que se le habían hecho por su decisión de militar en el partido. Entre los diversos textos del panfleto colectivo Au grand jour se encuentra una carta abierta, dirigida a Naville y redactada por Breton, en la que éste confiesa su admiración por las decisiones tomadas por Naville aunque plantea algunas dudas sobre su legitimidad. Nos encontramos en un momento en el que los surrealistas se plantean todavía la oportunidad o no de afiliarse al PCF, paso que darán algunos (Breton, Aragon, entre otros) en 1927 y que será de breve recorrido, pues la tentativa de influenciar en la orientación cultural del PCF se revelará imposible.

En el texto que nos ocupa, “Mejor y menos bien”, Naville aborda el tema de la política por la “ausencia de deseos”: “La ausencia de deseos es la condición de todos aquellos cuyos deseos no se afirman encumbrados en el amor, en el crimen, o en las formas más agudas y profundas de la revolución social”. Son aquellos que pululan alrededor de actividades mezquinas y que mantienen deseos insignificantes y perezosos. Aquellos cuya ausencia de deseo se traduce en una expresión apática cuyo horizonte no es otro que un “deseo de ausencia”.

Pues bien, en vez de perderse en inútiles discusiones teóricas lo que tendría que hacer el surrealismo, afirma Naville, es hacer intervenir una noción tan natural como el pesimismo. Noción que da cuenta  “de la virtud del surrealismo, de su realidad actual y probablemente aún más de sus desarrollos futuros”. Naville afirma que existe una invariabilidad entre los “espíritus serios” a través de los tiempos, del aburrimiento y del pesimismo, y asegura que “aquellos que funcionan sin temor ni barreras, apegados a la perpetua diversión, a los contragolpes de la crítica, a los maremotos de la imaginación, a los pacientes e ínfimos descubrimientos, a los juegos de ascensor de la sensibilidad, están en medida de realizar la riqueza del verdadero pesimismo.”

Este pesimismo, que para Naville está en la línea directa de la filosofía de Hegel y del método revolucionario de Marx, no se confunde ni con el cansancio ni con el abandono, no es ni contemplación ni escepticismo, sino el reflejo de una vida ejemplar que nos permite escapar a una época de compromiso. Pues el pesimismo surrealista no es un pesimismo sin consecuencias funestas para la vida corriente: “Continuamos reivindicando el derecho al desastre moderno por todos los medios; o permitimos sus consecuencias funestas o no seremos nada”. Pues ¿qué debe hacer el surrealismo sino acompañar al hombre desesperado a su pérdida y hacerla útil?

Puede parecer extraño este deseo de hacer útil la desesperación, pero recordemos que el último número de Littérature (revista pre-surrealista) se dedicaba a propagar la “desmoralización” y que el momento dadaísta pretendía arruinar cualquier forma de moral burguesa. El surrealismo en sus inicios oscila entre un nihilismo anarquizante, fruto de la desesperación que conlleva las consecuencias morales y prácticas de la guerra (ruina definitiva de la idea del progreso y del optimismo de la técnica), y la búsqueda de un carburante con el que poder incendiar el mundo. Es significativo que, como vimos, mientras teorizan y persiguen una salida positiva al orden reinante, encuentren un mínimo denominador común en lo que denominan “un cierto estado de furor”.

¿Cómo canalizar este furor, la desesperación, o el desastre? Gracias al pesimismo según Naville. Pero claro, “la organización del pesimismo es realmente una de las ‘consignas’ más extrañas a las que pueda obedecer un hombre consciente.” Y como no basta para su desarrollo con una simple afirmación verbal, hay que organizar ese pesimismo; es decir, puesto que se trata de obedecer a una llamada, organizarlo en la dirección de esa próxima llamada dejando para más tarde las modalidades de acción.

Vemos cómo Naville se pasea por la cuerda floja que lleva de la desesperación, que encarna el surrealismo y su deseo de cambiar radicalmente la vida, al no menor deseo de trasformar el mundo, tal vez pasando por una alianza con la revolución proletaria. Lo que está claro es que el pesimismo buscado es lo contrario de una actitud pasiva o de una resignación frente a los desastres pasados o futuros y que revelan la potencia de destrucción del ser humano. Se trata al contrario de volver el pesimismo productivo para usarlo como palanca de movilización de las fuerzas revolucionarias. Un pesimismo activo y positivo, en resumen. Reconozcamos con todo que el texto de Naville es oscuro y más bien fruto de una época de búsqueda febril de soluciones más que de certezas compartidas.  La consigna habría guardado su misterio y se habría olvidado en el desván de las ideas originales del momento si no fuera porque Walter Benjamin la retoma en su artículo sobre el surrealismo (El surrealismo. La última instantánea de la inteligencia europea, 1929) y como es habitual en él le da una mayor extensión.  

Organizar el pesimismo según Walter Benjamin

Sabemos que el encuentro de Benjamin con el surrealismo fue fundamental en su obra y condicionó su proyecto sobre los pasajes parisinos (Passagenwerk). El impacto fue tan fuerte que en una carta a Adorno le confiesa que no podía leer más de dos o tres páginas seguidas del Campesino de Paris de Aragon sin sufrir palpitaciones. Benjamin anda buscando los fundamentos de un “materialismo antropológico” de la mano de Marx y de Nietzsche, y el surrealismo le parece proporcionar cierta sustancia: “Procurar para la revolución las fuerzas de la ebriedad es a lo que tiende el surrealismo en todos sus escritos y en todas sus empresas. Podemos decir que es su tarea propia”. En Sentido único (1928) Benjamin se refiere a la ebriedad (Rausch) como la expresión de la relación mágica que mantenía el hombre primitivo con el cosmos, experiencia ritual desaparecida en el mundo moderno y que el surrealismo parece recobrar. La “iluminación profana” de los surrealistas consiste ante todo en “las experiencias mágicas con las palabras” en las cuales “se interpenetran consignas, fórmulas de encantamiento y conceptos”. Estas “iluminaciones profanas” son “materialistas y antropológicas”, sus “fórmulas de encantamiento” o sus “experiencias mágicas” no son religiosas.

Benjamin retoma pues la consigna de Naville y le da un nuevo sentido: erige la organización del pesimismo como oposición al optimismo socialdemócrata, un optimismo diletante y sin escrúpulos, según él. Los presupuestos de la revolución no se encuentran en el cambio de las opiniones individuales, sino en la transformación de las condiciones materiales; problema cardinal que condiciona la relación entre moral y política.  Todo esto conlleva “un pesimismo en toda la línea” que se enmarca en una múltiple desconfianza: “Desconfianza en cuanto al destino de la literatura, desconfianza en cuanto al destino de la libertad, desconfianza en el destino del hombre europeo, pero sobre todo tres veces desconfianza con respecto a cualquier entendimiento: entre clases, entre pueblos, entre individuos. Y confianza ilimitada solamente en el I.G.Farben [holding principal de la química alemana que fabricará el famoso Zyklon-B empleado en las cámaras de gas] y el  perfeccionamiento pacífico de la Luftwaffe.”

Para apuntalar su argumentación Benjamin hace referencia al Tratado de Estilo de Aragon, en el que éste establece una distinción entre comparación e imagen que, según Benjamin, es una “feliz reflexión estilística que pide ser ampliada”. Y prosigue: “en ninguna parte estas dos cosas –la comparación y la imagen- chocan de manera tan drástica e irreconciliable como en la política. Pues organizar el pesimismo no significa sino excluir de la política la metáfora moral, y descubrir en la acción política un espacio cien por cien sostenido por la imagen. Pero este espacio de imágenes no puede ya explorarse de un modo contemplativo. Si la doble tarea de los intelectuales revolucionarios es la de subvertir la dominación intelectual de la burguesía  y la de entrar en comunicación con las masas proletarias, han fracasado casi completamente en la segunda parte del programa, del que no es posible poner fin en un plano contemplativo”.

En este texto Benjamin parece adoptar dos posiciones ajenas en realidad al surrealismo. Por un lado excluye de la política toda cuestión moral, que sin embargo será una de las constantes de la reflexión ética del movimiento y en particular de Breton, como podemos apreciar, por ejemplo, en una declaración en L’Humanité en noviembre de 1925, en la que, para contestar que exista una teoría surrealista de la revolución, aclaran: « El surrealismo es ante todo un método de pensamiento, la preferencia dada a ciertos elementos del espíritu sobre otros elementos, la crítica violenta de una cierta jerarquía intelectual de las facultades. En este sentido, excede singularmente las aplicaciones artísticas y literarias a las cuales querrían reducirlo. En este sentido, tiene un valor moral y en este sentido solamente. Es pues un mecanismo del espíritu en acuerdo con su moral”.

Por otro lado, Benjamin establece una subordinación de los intelectuales a la política, alejada de la concepción surrealista de la autonomía del hecho artístico. La continuación del texto nos lo confirma: “En realidad se trata mucho menos de transformar al artista de origen burgués en maestro del ‘arte proletario’ que de hacerlo funcionar, aunque fuera a expensas de su eficacia artística, en lugares importantes de este espacio de imágenes. ¿No podríamos decir incluso que la interrupción de su ‘carrera artística’ representa una parte esencial de este funcionamiento?”. Esta última idea sí concuerda con el proyecto surrealista del rechazo de cualquier “carrera literaria”, sin embargo ninguno aceptaría funcionar políticamente “a expensas de su eficacia artística”.

A pesar de estas desavenencias (importantes) con el espíritu surrealista, Benjamin despeja el camino al empleo de las imágenes. Pues no se trata aquí, como algunos comentaristas han dejado suponer, de una crítica a la “sociedad del espectáculo” y al dominio de las imágenes en el espacio colectivo, sino de una construcción activa de imágenes políticas al servicio de la revolución. Benjamin no teorizará la noción fundamental de “imagen dialéctica” hasta un año después, pero vemos ya el proceso de gestación. En este trabajo de creación de imágenes, y a pesar del aniquilamiento dialéctico que engendra, sostiene aquí que “este espacio seguirá siendo un espacio de imágenes, en concreto: un espacio corporal”. En el “materialismo antropológico” que Benjamin propone (y del que la experiencia surrealista da cuenta) la colectividad adquiere también una naturaleza corporal, y es entonces que “la physis que se organiza en técnica para ella no puede ser producida en toda su realidad política y material sino en el seno de este espacio de imágenes con el cual la iluminación profana nos familiariza.” Solo entonces, cuando el cuerpo colectivo y el espacio de imágenes se compenetren, la tensión revolucionaria se transformará en inervación del cuerpo colectivo y ésta en la descarga revolucionaria que el Manifiesto Comunista convoca para exceder la realidad. En resumen: organizar un pesimismo activo, ganar para la revolución las fuerzas de la ebriedad, fomentar la imaginación y la sensibilidad, estar abiertos a la iluminación profana, subvertir la dominación intelectual de las clases dominantes y entrar en comunicación con las clases dominadas, practicar la desesperación sin ceder a la fatalidad, desconfiar del optimismo social-demócrata, crear un espacio de imágenes en el que la comunidad descargue su potencial liberador. Un programa que guarda toda su actualidad un siglo después.

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