Erase un hombre a una nariz pegado,
érase una nariz superlativa,
érase una nariz sayón y escriba,
érase un peje espada muy barbado.
Era un reloj de sol más encarado,
érase una alquitara pensativa,
érase un elefante boca arriba,
era Ovidio Nasón más narizado.
Erase un espolón de una galera,
érase una pirámide de Egito,
las doce tribus de narices era.
Erase un naricísimo infinito,
muchísima nariz, nariz tan fiera
que en la cara de Anás fuera delito.
Francisco de Quevedo y Villegas (Madrid, 1580-Villanueva de los Infantes, 1645)