Los muertos de James Joyce, un cuento de Navidad

Victoriano Alcantud

He asked himself what is a woman standing on the stairs
in the shadow, listening to distant music, a symbol of.

The Dead (James Joyce & Robert Berry, 2014)

Los muertos (The Dead), el relato que cierra Dublineses de James Joyce (1914), nos invita a la tradicional fiesta que por Navidad las señoras Kate y Jane Morkan y su sobrina Mary Jane organizan para un selecto grupo de amigos. Los invitados van llegando y con ellos el variopinto mundillo del Dublín de principios del siglo XX. Al baile animado por el piano de Mary Jane sigue la cena en la que no falta ni el ganso asado ni el pudding. Gabriel, sobrino de las anfitrionas, anda algo nervioso por el discurso que tendrá que cumplimentar a la hora de los postres. Sin embargo todo sucede con la cadencia y el rigor mundano propios de las familias de la clase media irlandesas.

Terminada la celebración, y mientras los últimos invitados se despiden, Gabriel espera a su esposa Gretta en el rellano de la escalera mientras se oye una melodía interpretada por uno de los personajes, el tenor Bartell D’Arcy quien, aquejado de un leve resfriado, se había negado a cantar durante la fiesta. Gretta, que bajaba en ese momento la escalera, se queda inmovilizada mientras su marido la observa intrigado.

“Gabriel no había salido a la puerta con los demás. Se quedó en la oscuridad del zaguán mirando hacia la escalera. Había una mujer de pie en lo alto del primer descansillo, en la sombra también. No podía verle la cara, pero podía ver retazos del vestido, de color terracota y rosa salmón, que la oscuridad hacía parecer en blanco y negro. Era su mujer. Se apoyaba en la baranda, oyendo algo. Gabriel se sorprendió de su inmovilidad y aguzó el oído para oír él también. Pero no podía oír más que el ruido de las risas y de la discusión del portal, unos pocos acordes del piano y las notas de una canción cantada por un hombre.”

Es curioso que Gabriel no parezca reconocer en un primer momento a su mujer y que sólo a través de los colores de su vestido consiga identificarla. Ella no es para él, al principio, más que una aparición coloreada.

“Se quedó inmóvil en la oscuridad del zaguán, tratando de captar la canción que cantaba aquella voz y escudriñando a su mujer. Había misterio y gracia en su pose, como si ella fuera el símbolo de algo (“a symbol of something”). Se preguntó de qué podía ser el símbolo una mujer de pie en una escalera oyendo una música lejana. “

Una vez cerrada la puerta de la calle, Gabriel pudo escuchar la melodía que provenía de una voz que parecía poco segura en la que reconoció “la tonalidad de la antigua música irlandesa”: “Oh, la lluvia cae sobre mis pesadas mechas / Y el rocío moja mi piel / Mi hijo yace aterido de frío…”. Pero el misterio de la melodía que convierte a Gretta en estatua y en símbolo no se desvelará hasta la escena final. Entretanto prosiguen las despedidas interminables y Gretta parece ausente bajo la farola que ilumina “el bronce suntuoso de su pelo que le había visto secar delante del fuego días antes”. Al volverse finalmente hacia él pudo ver que tenía “las mejillas coloradas y los ojos brillantes”, lo que le produjo una súbita emoción, una alegría desbordante.

En el relato de Joyce seguimos los pensamientos íntimos de Gabriel y la poderosa atracción que ejerce su mujer sobre él. Compartimos su deseo por ella y el halo de sensualidad con la que la rodea. Gabriel es un hombre enamorado que se imagina correspondido. Camino al hotel, en donde van a pasar la noche, Gabriel acude a los recuerdos hermosos que comparte con su mujer queriendo con ellos hacer olvidar el trasiego aburrido de la vida en común. El breve paseo bajo la nieve, el momento pasado en el coche hasta el hotel, despiertan en él sentimientos de alegría y de ternura tan intensos que no puede evitar un “latido agudo de lujuria” en el primer contacto con su mujer, cuando ella se apoya en su brazo. Subiendo la escalera detrás del portero que los conduce a su habitación tiene que reprimir el impulso de echarle “los brazos alrededor de las caderas para obligarla a detenerse, pues le temblaban de deseo de poseerla y solamente la presión de sus uñas contra la palma de su mano mantenía bajo control el salvaje impulso de su cuerpo.” Ya solos en el cuarto e iluminados únicamente por la “fantasmal luz del alumbrado público”, y cuando todo parece propicio para culminar el tan deseado momento, Gretta le revela, entre sollozos, el secreto de la esfinge: la melodía que escuchaba le traía recuerdos de un muchacho de grandes ojos negros que la cantaba y que con diecisiete años murió de amor por ella.

A la par que el mundo se desmorona Gabriel comprende que “mientras él había estado lleno de recuerdos de su vida secreta en común, lleno de ternura y deseo, ella lo comparaba mentalmente con el otro.” La lujuria se convierte en humillación: “Lo asaltó una vergonzante conciencia de sí mismo. Se vio como una figura ridícula, actuando como recadero de sus tías, un nervioso y bienintencionado sentimental, alardeando de orador con los humildes, idealizando hasta su visible lujuria: el lamentable tipo fatuo que había visto momentáneamente en el espejo. Instintivamente dio la espalda a la luz, no fuera que ella pudiera ver la vergüenza que le quemaba el rostro.”

Gabriel, que había pasado la velada deseando a su mujer y no encontraba el momento para poder mostrárselo, se da cuenta de que su supuesto gran amor era un fracaso, que el único amor de su mujer fue aquel muchacho que permanecía en su recuerdo y que él no era sino un pobre sustituto. Comprende entonces que nunca conoció a su mujer, que nunca estuvieron realmente casados y, lo que es peor, que él nunca había estado enamorado de nadie de esa manera.

***

The Dead (1987)

Sabemos que con la versión cinematográfica de este relato John Huston culminó su carrera, falleciendo poco después. The Dead, proyecto que le acompañó durante años, es de alguna manera su testamento. Con su tratamiento naturalista e intimista nos aparecen encarnados los personajes joycianos: el simpático alcohólico Freddy Malins y su estirada madre, el petulante señor Browne, único protestante de la fiesta, las ajadas tías de Gabriel a las que las propias tías de Joyce sirvieron de modelo, etc. La película avanza con brío  y las escenas se encadenan con maestría y sin embargo en el momento de la despedida tenemos la impresión de que algo falla, que algo falta al encuentro. Vemos, eso sí, al impaciente marido observar intrigado a su mujer, y a ésta, con la mirada ausente, inmóvil en lo alto de la escalera. Pero se nos escapan todos los pensamientos de Gabriel, toda su interrogación sobre la imagen de Greta así como toda la sensualidad que le provoca. Su mirada no suple esa emoción aunque escuchemos la hermosa melodía.

The Lass of Aughrim

Huston parece consciente de este imposible y en la última escena introducirá un monólogo interior de Gabriel para dar cuenta de sus últimas reflexiones, cuando en realidad Joyce no emplea todavía este tipo de recurso, esencial en su Ulises, sino el estilo indirecto libre.

***

Con Gretta ya dormida Gabriel seguía preguntándose sobre su ceguera. ¿De qué era el símbolo una mujer de pie en una escalera oyendo una música lejana? De su ignorancia, de su incapacidad para haber adivinado detrás de las apariencias de su vida en común el fuego que le ardía desde su juventud y frente al cual él no era sino una pálida sombra. En la habitación iluminada por la farola Gabriel, entre el sueño y la vigilia, cree ver la aparición de un joven de ojos negros empapado bajo la lluvia. “Su alma se había acercado a esa región donde moran las huestes de los muertos. Era consciente de su existencia caprichosa y vacilante, pero no podía aprehenderlas. Su propia identidad se esfumaba en un mundo impalpable y gris: el sólido mundo en que estos muertos se criaron y vivieron se disolvía consumiéndose.” Afuera seguía nevando, nevaba en toda Irlanda pues como había dicho una de las invitadas “las Navidades no son nunca verdaderas Navidades si el suelo no está nevado”. Salvo que ahora la nieve es lo que volvía homogéneas las planicies y las llanuras, las ciudades y los cementerios. El alma de Gabriel “desfallecía lentamente al oír caer la nieve leve sobre el universo y caer leve la nieve, como el descenso de su último ocaso, sobre todos los vivos y sobre los muertos.” Una imagen que el cinematógrafo no puede más que sugerir. Una luz azul mortecina a través de la ventana, unos copos de nieve, eso es todo.

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