Dejé Granada en el año 1985 y he vuelto pocas veces: la muerte de mi padre y… poco más. Había un mundo fuera de aquella ciudad, lo sabía gracias a eternos prisioneros de ella: mis maestros. No todos eran conscientes de serlo y con alguno de ellos ni me hablaba. Curiosamente el que había ejercido como mi maestro oficial, me había señalado como su enemigo número uno y amenazaba con retirar el saludo a quién me lo mantuviera. Nunca supe realmente el motivo… o no quise saberlo. Esa dura pérdida, junto a otras no menos dolorosas, me dieron el empujón definitivo en lo que siempre he considerado mi auto exilio. La huida de aquel asfixiante provincianismo llegó tras una ronda de angustiadas charlas con las cuatro personas a las que más respetaba y que habían sido pilares sobre los que sostener el yo que había construido a partir de mi viejo cuerpo adolescente y la memoria de un niño del que quedaban algunos ecos de un Prometeo moderno capaz de dar al mundo luz y calor tras quitárselos a los dioses.
Siempre me costó someterme a la disciplina, de la escuela primero y del partido después, y en ambos casos tenía que ver directamente con la incapacidad de poder elegir yo a mis maestros, a mis líderes… Fue en la sede del partido donde una tarde decidí que aquel camarada de pelos ensortijados sería uno de mis más importantes maestros. Deseé con toda intensidad que sucediera, lo organicé correctamente, y sucedió.
Conseguí la promesa de que las juventudes del partido me pagaran la impresión de una revista político-cultural. Ese era mi «chelín» con el que pagar mi primera clase de conocimiento puro. Me acerqué a él, creo recordar que en la sede del partido, o en La Tertulia… me presenté como si no me conociera, y para mi sorpresa sabía de mí como de todo lo demás: muchísimo. Nunca llegó a ver la luz la revista «Al margen de las Juventudes Comunistas» por razones ideológicas sobre todo. Se nos imponía la retirada de un artículo de Pier Paolo Pasolini poco ortodoxo para los camaradas del partido pero fundamental para nosotros…
Al hilo de la experiencia establecí una amistad entrañable y algunas de las rentas culturales con las que he sobrevivido en este feo mundo. Él me enseñó más de pintura, literatura, poesía, cine, política… que lo hubiera hecho cualquier universidad dedicándome todos sus recursos durante cinco años.
Esta mañana leo su nombre en un artículo en la prensa. La autora consigue descomponerme, es él, no hay duda. Ella lo describe en toda su dimensión, en toda su grandeza, y en todo su dolor… Como son las cosas, anoche mi hijo el pequeño me preguntó si yo nunca lloraba…
