Artículo publicado en Los Diablos azules, Infolibre
La mayoría de los libros de poesía no necesitan mayor presentación. Acaso las lecturas críticas se prologan y anotan. pero en Cóncavo, la nota introductoria del autor es imprescindible e iluminadora. Ernesto Pérez Zuñiga nos invita a la lectura, deconstruida, de uno de los libros capitales de la poesía española y universal.
La Huerta del Tamarit aún existe. Quien conoce Granada sabe que la otra huerta, ala de San Vicente, quedó integrada en el actual Parque García Lorca, junto a una autovía. al otro lado, permanece la huerta del Tamarit, que sigue siendo propiedad privada. Pudo ser esta la huerta que adquiriese el padre de Federico cuando quiso hallar en la ciudad de Granada un eco de los campos de su vega, pero se la cedió a su hermano. Así que allí vivía una de las primas más queridas de Federico, Clotilde García Picossi. Esta huerta, cuyo nombre podría interpretarse como Jardín de los Dátiles, en árabe, tiene claras reminiscencias del pasado nazarí granadino. Esta debió ser una poderosa razón para que Federico trabajase una colección que se inspiró en las casidas y gacelas, composiciones de origen árabe. Escrito hacia 1934, su publicación se vio truncada por la guerra civil y fue Concha, hermana del poeta, quien las recuperó en 1940, en Nueva York.
He aquí un primer círculo: Ernesto Pérez Zúñiga, aunque madrileño de nacimiento, es granadino de crecimiento. Quien es poeta y crece en Granada no puede (no debe) sustraerse a la sombra lorquiana, ya que incluso quien no es poeta tampoco lo hace. Aprecia el autor en su prólogo que hay un espejo ya mostrado en el juego lorquiano: el eco de los títulos de la estofa árabe, pero de cuya estructura estrófica Lorca no hizo observancia.
Al fin y al cabo, cóncavo es un espejo. Así lo aprendimos. Este es el segundo círculo: Pérez Zúñiga es un especialista en Ramón María del Valle Inclán, rey literario del espejo, de los deformantes y de los que nos descubren a nosotros mismos. Así, Ernesto coloca el libro de Federico ante un espejo, y en su concavidad, los primeros versos se hacen últimos y las últimas sílabas de cada verso se hacen primeras. el poema queda totalmente vuelto, que no revuelto. Aparecen así unas nuevas casidas, nuevas gacelas, que conservan métrica y ritmo.
He aquí el tercer círculo: el juego tiene mucho de experimentación literario. Nombra Ernesto a Oulipo en su introducción, las tentativas de Queneau quedan aquí cumplidas, en este experimento que es a la vez matemático, lingüístico y poético. Oulipo (Ouvroir de Littérature Potentielle, Obrador de Literatura Potencial) quiso siempre investigar más allá de la composición, preguntarse por qué la literatura es así, qué hay detrás de las funciones cognitivas, por qué las formas son tales formas y no pueden ser otras.
Cóncavo nos da la oportunidad de volver a leer el Diván del Tamarit y leer una nueva versión, que abre la posibilidad de infinitas versiones, según los espejos o los instrumentos aplicados. Hoy es este Diván interpretado en la concavidad, mañana lo puede ser en la convexidad, en el contraste, en la traducción azarosa, en una mecanización… Pérez Zúñiga abre la reinterpretación de los clásicos como una nueva línea de investigación que lleva la literatura más allá.
Pero el círculo no se cerraría si todo quedase en un ejercicio literario. Si solo fuese una ocurrencia, un entretenimiento fruto de las largas sesiones de existencia vacía que nos propuso el aislamiento durante la pandemia que pudo quedarse en una lectura pública en la Residencia de Estudiantes en 2021, con música de Luis Antonio Muñoz. Para que quede, debe añadirse el empuje de una editorial, Sonámbulos, dispuesta a encontrar en esta inhabitual propuesta la necesidad de crear el objeto artístico. Así, la cuidadísima edición diseña la lectura combinada de originales y nuevas creaciones poéticas, combinadas con los trabajos gráficos del artista Ricardo García que conversan con los versos y la inclusión de distintos tipos de papel (y todos ellos de alta calidad) que abren otra sensibilidad: la táctil.
Así, con varios círculos queda formada la concavidad, media esfera que mira a la otra media.