Jesús Yoldi Bereau

Carmen Morente Muñoz, Pedro Luis Mateo Alarcón y Roque Hidalgo Álvarez

La ciencia, como construcción social, es una permanente revindicación de pasados silenciados. Es el caso de Jesús Yoldi Bereau, catedrático de Química de la Universidad de Granada y alcalde de la ciudad, que fue colocado “detrás del espejo” durante más de 80 años. Regresarlo a la vida civil es el objetivo de este artículo.

La ciencia como vindicación
permanente del pasado

Los años veinte del pasado siglo fueron testigo de profundos cambios socioeconómicos que hicieron posible que la tasa de natalidad en la ciudad de Granada superase, por primera vez, a la de mortalidad desde la terrorífica epidemia de cólera de 1885. Esos cambios, aunque lentamente, provocaron un aumento significativo en el número y calidad de profesores y, sobre todo, de estudiantes en su universidad. La plácida vida universitaria de esos años se vio perturbada a finales de 1923 por un rumor que aseguraba que el recién impuesto Directorio Militar pretendía suprimir la Universidad de Granada en «su deseo de hacer economías». La respuesta de todas «las fuerzas vivas» fue unánime en la defensa de su universidad. Los rumores quedaron acallados cuando se dio noticia del proyecto del Directorio de respetar los centros de enseñanza cuya fundación fuera anterior al año 1900. Se salvaron así las facultades de ciencias y de filosofía y letras que eran las únicas que no cubrían todos sus gastos con la matrícula de sus escasos estudiantes, una veintena de ellos con mayoría de estudiantes libres.

Pocos meses después de esa conmoción llegaba a la Universidad de Granada un joven profesor de Química General, se llamaba Jesús Yoldi Bereau. Llegó por traslado desde la Universidad de Sevilla con destino en la Facultad de Medicina de Cádiz, aunque había nacido en 1894 en un pequeño pueblo, Arizkun (Arizcun), del valle del Baztán en Navarra.

Su trayectoria anterior avalaba que se trataba de un profesor de sólida formación científica capaz de dar el salto desde una Química memorística a otra experimental y útil a la entonces pujante industria química granadina, tanto azucarera como de sus derivados. No en vano había estudiado Químicas en la Universidad de Zaragoza, conocida por formar a sus estudiantes en un ambiente químico muy aplicado y vinculado con la actividad socioeconómica de diferentes empresas del sector agrario como fábricas de harinas, azucareras y alcoholeras, de materiales de construcción y cementeras. En dicha universidad se dejó notar, desde un principio, la influencia que la Sociedad Económica Aragonesa de Amigos del País ejerció sobre todas las Escuelas de Agricultura Experimental, Botánica y Química que se fundaron en Zaragoza desde 1771.

Con prontitud se le encargó al profesor Yoldi la enseñanza de la Química General en las Facultades de Ciencias, Farmacia y Medicina. Tres facultades muy diferentes entre sí, siendo Medicina la más prestigiosa y de mayor peso en la universidad, aunque Farmacia contaba también con un plantel de profesores y estudiantes muy activo. El contacto de los médicos con la realidad social a través de la Beneficencia municipal que prestaba asistencia médica a los pobres, el vulgo y los menesterosos, les hizo ser muy conscientes de la realidad de una ciudad que al comienzo de esos años veinte había superado los cien mil habitantes con un incremento de casi el cuarenta por ciento desde principio del siglo XX y que, a comienzos de cada año, repartía unos cuantos miles de kilogramos de pan entre los pobres a iniciativa de la correspondiente Corporación municipal. Práctica que, en ocasiones, también realizaban los ricos de la ciudad en recuerdo de sus familiares fallecidos. Estos ejemplos de caridad cristiana demostraban que tal y como afirmaba Cesáreo de Arlés «Dios quiso que existan pobres para que los ricos se salven».

A Jesús Yoldi no le era ajena la práctica médica en contextos de pobreza y marginación, su padre Felipe Yoldi Sanz fue primero médico de Arantza (Aranaz) y después de Arizkun (Arizcun), ambas pequeñas villas del Valle del Baztán. En Arizkun existía un «barrio maldito», Bozate, habitado por una minoría social denominada los agotes que llevaban siglos siendo marginados por el resto de la población por razones que todavía hoy se siguen investigando. Esa realidad llevó al periodista, escritor y político español de la generación del 14 o novecentismo, Félix Urabayen Guindo, a publicar en 1923 su novela «El barrio maldito» donde subyace la intención del autor de condenar la ignorancia como fuente de violencia contra el diferente. En ese contexto social se crió Jesús Yoldi Bereau. Y pronto pudo observar que también en Granada la ignorancia era la base del miedo, el miedo del odio y el odio de la violencia tal y como había proclamado, tiempo atrás, el polímata andalusí musulmán Averroes. A su llegada a Granada Yoldi pudo tomar conciencia de la falta de escuelas de enseñanza primaria y de bibliotecas públicas. Una gran parte de la población era analfabeta y en especial lo era la mayoría de las mujeres. Fue testigo de las resistencias que los intentos modernizadores encontraban en una oligarquía local anclada en un pasado de rentas fáciles y privilegios fundamentados en el orden natural de las cosas. Un caso muy representativo de esa realidad fue el intento del concejal Gabriel Galdó Murciano (pequeño comerciante de la calle San Antón) de aprovechar la deuda que la Sociedad Casino Principal tenía con el Ayuntamiento para instalar en su Caseta de Fiestas en los Jardines del Genil una escuela primaria o una biblioteca pública. En aquellos momentos, era 1923, se estimaba que faltaban en la ciudad 40 escuelas primarias. El clamor era tan fuerte que hasta el periódico tradicionalista La Verdad afirmaba, que “los niños, en las actuales escuelas, se envenenan y se empobrecen fisiológicamente, y los maestros poco pueden hacer en locales carentes de cualidades para la enseñanza”. A pesar de lo cual, el marqués de Casablanca, nombrado alcalde de la ciudad por el Directorio Militar, desestimó la propuesta. La posibilidad de convertir el Pabellón del Casino en Biblioteca popular fue de nuevo motivo de una solicitud en marzo de 1925. Esta vez presentada por la Juventud de Acción Cultural que era “un grupo de jóvenes preocupados por la actitud que la juventud debe adoptar frente a los problemas de nuestro tiempo”. El adjetivo “popular” tenía entonces una significación muy clara entre la intelligentsia que expresaba así un sentimiento de demofília que se acrecentaría en los próximos años. Esta petición iba apoyada con ciento veinticinco firmas de miembros de la élite cultural granadina, entre ellos: Jesús Yoldi, Manuel de Falla, Federico García Lorca, Alejandro Otero, Fernando Sáinz, José Palanco, Constantino Ruiz Carnero, Antonio Gallego y Burín, Bernabé Dorronsoro Ucelayeta, Luis López Dóriga, Amparo Bassecourt, Manuel Rodríguez-Acosta, Carmen Santaolalla López de Tejada, Guillermo García Valdecasas, Manuel Torres Molina, Bertha Wilhelmi, José Ma Berriz, Antonio Marín Ocete y Ma Teresa Martínez de Bujanda. La razón esgrimida para desestimar la peticion en esta ocasión fue la imposibilidad económica y la necesidad de satisfacer otras necesidades culturales más perentorias. La primera biblioteca popular no se instaló en Granada hasta abril de 1928 a iniciativa de la Federación Local de Sindicatos de Granada. Incluía obras relacionadas con las artes y los oficios, pero también de Filosofía, Sociología y Ciencias. La mentalidad existente en la dirigencia universitaria de entonces llevó en 1929 a la Biblioteca universitaria a prohibir servir obras literarias a sus estudiantes, por considerarlas “simplemente recreativas». Frente a esta visión, una parte de la élite cultural entendió que era necesario socializar el conocimiento, creando nuevas instituciones como el Ateneo, que complementaban la labor llevada a cabo desde la Asociación Económica de Amigos del País y desde el Centro Artístico, Literario y Científico. Durante la Dictadura con rey de Primo de Rivera se afianzó una vanguardia cultural que fue muy activa desde entonces, situando a Granada en posición de importancia cultural periférica. La creación en febrero de 1925 del Ateneo de Granada como sociedad cultural contó con un apoyo masivo, no solo de la intelectualidad, sino de significados oligarcas que quedaban definidos por su condición de propietarios. Sin embargo, el largo y tortuoso camino en la búsqueda de herramientas de cultura y conocimiento no terminó hasta 1932 en que se inauguró la Biblioteca del Salón. El conocimiento frente a la ignorancia como una medida profiláctica para evitar el miedo contaba, por fin, con una biblioteca. En todas estas iniciativas estuvo presente Jesús Yoldi.

Tal vez se pueda vivir sin historia, pero es seguro que no se puede vivir sin mitos. El mito de Mariana Pineda ha estado siempre presente como un ejemplo de heroína liberal enfrentada al despotismo de los absolutistas. A finales de los años veinte, cuando en el horizonte se adivinaba una esperanza de cambio sustancial, se estrenó sucesivamente en Barcelona, Madrid y Granada la obra, Mariana Pineda. Poema popular en tres estampas, escrita por Federico García Lorca. Era toda una provocación resaltar a la heroína en plena dictadura y el éxito fue tan clamoroso que se le organizó al autor y a la intérprete principal, Margarita Xirgu, un homenaje en Granada en los primeros días de mayo de 1929. Como se puede observar en el fotograma de Manuel Torres Molina, entre los asistentes se encontraba este químico singular que era Jesús Yoldi (segundo por la izquierda de pie, ver galería). Su matrimonio con Beatriz Pérez Pérez lo conectó a través de su suegro, Antonio Pérez Estévez, con la vieja oligarquía de la tierra. El padre de Federico y el suegro de Yoldi compartieron intereses políticos y económicos.

El final de la década de los veinte precipitó cambios de todo orden, pero especialmente políticos. El régimen de la Restauración borbónica unía su destino a la dictadura con rey de Primo de Rivera y, como ésta, implosionó en las elecciones municipales del 12 de abril de 1931. Jesús Yoldi había participado en la refundación del Partido Republicano Autónomo de Granada y saldría elegido concejal por el céntrico distrito Universidad. En la primera Corporación municipal democrática que presidió el catedrático de medicina, José Martín Barrales, fue Yoldi elegido quinto teniente de alcalde con delegación en Abastos. Un área estratégica y muy problemática pues debía garantizar el precio y la calidad de productos de gran impacto popular como la harina o la leche; su formación como químico le ayudó a realizar la tarea. La conjunción republicano socialista no pudo garantizar, sin embargo, la estabilidad municipal, sumando a las dificultades de financiación heredadas y la situación de paro masivo en la ciudad, la falta de experiencia municipal y la división interna. A pesar de lo cual Jesús Yoldi aceptó ser nombrado alcalde el 21 de abril de 1932, ejerciendo como tal hasta que dimitió el 23 de septiembre de 1932. Su trabajo fue incansable en todos los terrenos y su talla política y moral realzada por su compromiso ante el golpe de Estado de Sanjurjo del 10 de agosto de 1932 que en Granada ocasionó la muerte de Mariano Cañete Martínez y Donato Gómez Travé, dos jóvenes trabajadores confederados.

Jesús Yoldi, catedrático de Química, concejal y luego alcalde de Granada, es un obvio ejemplo de conexión entre ciencia y política. Él era lo que Max Weber definió como un político con vocación que no abandonó en ningún momento su quehacer profesional como profesor de Química. Su actividad científica y política se mezcló a veces en su devenir personal. Así, fuera ya del Ayuntamiento, Yoldi votó el 7 de abril de 1936 una moción de censura contra el rector Antonio Marín Ocete por el cierre de la universidad, tras la cual accedió al rectorado Salvador Vila Hernández, quien fue depuesto de dicho cargo el 24 de julio por el régimen militar golpista, restaurando en el rectorado al franquista Antonio Marín Ocete. Yoldi y Vila serían luego fusilados el mismo día por los golpistas. Esa moción fue un claro acto político de Yoldi, realizado como simple académico al margen de sus nombramientos políticos. En otra ocasión, siendo Yoldi teniente de alcalde Delegado de Abastos, se le abrió expediente al catedrático de Química Orgánica de Farmacia Juan Nacle Herrera que era a su vez director del Laboratorio Químico Municipal, por falta de «organización y trabajo» y por su tardanza en la realización de los análisis de los alimentos que desde la inspección de Abastos le enviaban, con claro perjuicio para la salud pública. El Consistorio Municipal votó por gran mayoría la destitución de Nacle. Aquí fue decisiva la formación química de Yoldi para la detección del fraude, algo que Corporaciones anteriores fueron incapaces de hacer por ignorancia científica y falta de voluntad política. Es decir, este acto político fue solo posible por la formación científica de Yoldi y su firme defensa del bien común. En base al caso particular de Yoldi, cabría entonces preguntarse, generalizando, hasta qué punto ciencia y política están relacionadas.

Con frecuencia se argumenta que la ciencia, o la química en nuestro caso, es neutral, ni buena ni mala, y que todo depende de cómo se use. Quienes así la consideran, como algo ajeno al devenir mundano, están quizá influidos por aquel positivismo de últimos del XIX. Sin embargo, historiadores y filósofos de la ciencia, a lo largo del siglo XX, han mostrado que la ciencia es una construcción social y que, como tal, nunca es neutral, estando siempre entreverada e imbricada con la política, la economía, la filosofía o la religión como parte de la cultura de cualquier época o lugar. Esta relación ciencia-política ha evolucionado, haciéndose más indisoluble desde el siglo XVIII, con las revoluciones industriales e innumerables guerras, convenciendo así a naciones y grandes empresas del valor estratégico del conocimiento científico con fines de dominación económica o política (como Francis Bacon decía, el saber es poder). En cualquier caso, las gentes de la química, y de la ciencia en general, han jugado, explícita o implícitamente, un papel político, viéndose afectadas y afectando a su vez a la política en sus profesiones.

Entonces, si la actividad científica, en tanto que social, conlleva un papel político, es obvia la responsabilidad cívica de quienes la desempeñan bajo cualquier régimen. En el caso del químico Jesús Yoldi, no cabe duda, conociendo por fin su biografía, que asumió siempre con lealtad, firmeza y valor dicha responsabilidad cívica y política, comprometido con el ideario democrático republicano, y formando así parte como tal de nuestra memoria colectiva.

Como les ocurrió a muchos de los que vieron en la forma republicana de gobierno la necesaria destrucción creativa de las viejas estructuras que habían sumido a las gentes de las Españas en la miseria y el analfabetismo, Jesús Yoldi Bereau murió el 23 de octubre de 1936 «por herida de arma de fuego», según consta en el Registro Civil del Campillo en el folio 314, número 1645, libro 114. Un mes después el rector impuesto por los golpistas proponía su expulsión de la Universidad de Granada por «no haberse presentado a su destino». Jesús Yoldi Bereau era colocado por los vencedores detrás del espejo y ya nadie volvería a reconocer su figura, hasta que muchos años después resurgió de nuevo. Tal y como afirmaba el escritor uruguayo Mario Benedetti, el olvido está lleno de memoria.


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