¿Habrá que salvar la Alhambra?

Los valores de la Alhambra

José Carlos Rosales

Los recintos de la Alhambra y el Generalife tienen una naturaleza múltiple, conforman un espacio plural, son tan reales como míticos, tan imaginarios como históricos. Por un lado representan uno de los yacimientos patrimoniales más fructíferos de la península Ibérica, son un legado de incalculable valor documental y estético; pero al mismo tiempo son un lugar para el recreo y el ocio, un laberinto insinuante, el testimonio vivo de un pasado no del todo remoto y, aunque a veces no lo percibamos, también son un soberbio pulmón vegetal que adorna y purifica los paisajes y el aire de Granada. Y a todo ello podríamos añadirle, sin afán exhaustivo, la hospitalidad cultural mantenida a lo largo de décadas por sus órganos de gobierno: conciertos, exposiciones, edición de libros o revistas, congresos o certámenes.

Naturaleza múltiple y compleja la de este gigantesco territorio de más de tres millones de metros cuadrados, recinto inabarcable donde los visitantes esporádicos no encontrarán nunca lo mismo que perciben los visitantes habituales; pues frente a la fascinación instantánea del viajero esporádico, estará la sabiduría lentamente acumulada de visitante habitual: fantasía sugerente o conocimiento gradual, esta sería una de las muchas disyuntivas que cruzan y construyen la imagen de la Alhambra, disyuntiva que, como todas las disyuntivas del mundo, también tendría su síntesis: fantasía gradual, invitación al conocimiento. Tampoco los viajeros hispanoamericanos verán lo mismo que verán (o creerán ver) los otros, los que proceden de Japón o Alemania, por poner sólo dos ejemplos; pues los que vengan de Hispanoamérica encontrarán en los jardines y palacios nazaríes identidad o ancestros: “Yo no estaría aquí si el 2 de enero de 1492 no se hubiese tomado la ciudad de Granada o si el conde de Tendilla no hubiese tenido un montón de hijitos que correteaban por la Alhambra”, dijo el poeta mexicano José Emilio Pacheco al recibir el Premio Federico García Lorca en el Auditorio Manuel de Falla en diciembre de 2005. Frente a reiteradas tentaciones de especulación o abandono, de trivialización cultural o fraude histórico, estos valores acumulados de los recintos nazaríes han sido constantemente defendidos por artistas e intelectuales de España y del mundo, aunque no siempre con igual fortuna, ni con el mismo grado de sinceridad. Tampoco habría que extrañarse: los conflictos de intereses en la gestión del patrimonio es algo habitual en las sociedades desarrolladas, sociedades heterogéneas donde habría que procurar que algunos ámbitos culturales o históricos de indudable significación simbólica –como la Alhambra, por ejemplo– no estuvieran obligatoriamente expuestos a las miserias de  la pugna política más local o miope. Existen otras vías más útiles (negociación o pacto, concertación, independencia…) para atenuar dichas tensiones. De ahí las referencias anteriores a la capacidad de resistencia de los artistas e intelectuales, mecanismo de contrapeso para aquellas situaciones difíciles en las que los gestores políticos olvidan su función de custodia y salvaguarda cultural. Por eso viene bien acordarse de aquel viejo artículo de Luis Seco de Lucena donde, ante el abandono institucional de la Alhambra en los inicios del siglo XX, señalaba: “La conservación de la Alhambra no es, por consiguiente, una conveniencia de carácter interior; envuelve un tácito compromiso internacional que nos obliga a ser fieles guardadores del patrimonio que a la Humanidad legaron los árabes; y no podemos, sin mengua, desatender esta obligación que, bien cumplida, nos honra, y que, abandonada, puede ser para nosotros justificado motivo de escarnio; porque Europa y América no nos perdonarían jamás al verse privadas, por incuria de los españoles, del inefable placer, de contemplar las bellezas de la Alhambra y de recordar en su presencia una de las páginas más esplendorosas del progreso humano” (“La Alhambra abandonada”, Defensor de Granada, 23 de abril de 1907). Ahora, en el año 2011, hay nuevos modos de descuidar la conservación de la Alhambra, de menospreciar sus valores acumulados. Uno de ellos es convertirla en la oca de los huevos de oro, parque temático, recinto ferial de vanidades supuestamente novedosas o tecnológicas, caja registradora, cuenta de resultados.

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