Soneto para cantar una ausencia
Las horas pasan, pesan lentamente
vacías de ti, llenas de tu memoria.
Tu ausencia rompe el hilo de mi historia,
aísla como un foso este presente,
dejándome indefenso e inocente
entre la espada aguda de la gloria
de haberte amado ayer, y la ilusoria
esperanza de amarte eternamente.
No dirijo mi vida, y el futuro
se presenta inseguro, turbio, incierto.
Me atengo sólo a ti, que no te tienes.
Me inclino sobre ti, endeble muro
de mis lamentaciones: roto, abierto,
hendido dique en el que me contienes.
Ángel González (Oviedo, 1925 – Madrid, 2008)
Difícil
Difícil es salir del agujero,
de un túnel sin estrellas ni bombillas
Difícil es llegar a las orillas
de tanta sangre y tanto estercolero.
Difícil es hallar norte y sendero
por tierras calcinadas y amarillas.
Difícil es, sin agua y sin semillas,
de amor o pan hacerse cosechero.
Difícil es andar, subir la vida
con un muerto cogido de la mano
que tiene nuestro rostro y nuestra herida
Difícil es cantar, luchar es vano,
sabiendo que la voz y la partida
se han de perder más tarde o más temprano.
Ángela Figuera Aymerich (Bilbao, 1902 – Madrid, 1984)
Esta luz de Sevilla…
Esta luz de Sevilla… Es el palacio
donde nací, con su rumor de fuente.
Mi padre, en su despacho.—La alta frente,
la breve mosca, y el bigote lacio—.
Mi padre, aun joven. Lee, escribe, hojea
sus libros y medita. Se levanta;
va hacia la puerta del jardín. Pasea.
A veces habla solo, a veces canta.
Sus grandes ojos de mirar inquieto
ahora vagar parecen, sin objeto
donde puedan posar, en el vacío.
Ya escapan de su ayer a su mañana;
ya miran en el tiempo, ¡padre mío!,
piadosamente mi cabeza cana.
Antonio Machado (Sevilla, 1875- Coillure, 1939)
Huele a sangre…
Huele a sangre mezclada con espliego,
venida entre un olor de resplandores.
A sangre huelen las quemadas flores
y a súbito ciprés de sangre el fuego.
Del aire baja un repentino riego
de astro y sangre resueltos en olores,
y un tornado de aromas y colores
al mundo deja por la sangre ciego.
Fría y enferma y sin dormir y aullando,
desatada la fiebre va saltando,
como un temblor, por las terrazas solas.
Coagulada la luna en la cornisa,
mira la adolescente sin camisa
poblársele las ingles de amapolas.
Rafael Alberti (El Puerto de Santamaría, 1902-1999)
Ni me entiendo ni me entienden
Ni me entiendo ni me entienden;
ni me sirve alma ni sangre;
lo que veo con mis ojos
no lo quiero para nadie.
Todo es extraño a mí misma,
hasta la luz, hasta el aire,
porque ni acierto a mirarla;
ni sé cómo respirarle.
Y si miro hacia la sombra
donde la luz se deshace,
temo también deshacerme
y entre la sombra quedarme
confundida para siempre
en ese misterio grande.
Concha Méndez (Madrid, 1898-Ciudad de México, 1986)
Estas que fueron pompa y alegría
Estas que fueron pompa y alegría
despertando al albor de la mañana,
a la tarde serán lástima vana
durmiendo en brazos de la noche fría.
Este matiz que al cielo desafía,
iris listado de oro, nieve y grana,
será escarmiento de la vida humana:
¡tanto se emprende en término de un día!
A florecer las rosas madrugaron,
y para envejecerse florecieron:
cuna y sepulcro en un botón hallaron.
Tales los hombres sus fortunas vieron:
en un día nacieron y expiraron;
que pasados los siglos, horas fueron.
Pedro Calderón de la Barca (Madrid, 1600-1681)