Soneto500

    A las cenizas de un amante puestas en un reloj de arena

    Esta que te señala de los años
    las horas de que gozas en empeño,
    muda ceniza, y en cristal pequeño
    lengua que te refiere desengaños,

    un tiempo fue Lisardo, a quien engaños
    de Filis, su querido ingrato dueño,
    trasladaron del uno al otro sueño.
    ¡Prevente, huésped, en ajenos daños!

    En tanto estrecho al miserable puso
    el incendio de amor y la aspereza
    de condición esquiva y desdeñosa.

    Póstumo el polvo guarda el primer uso:
    inobediente a la naturaleza,
    padeció vivo, y muerto no reposa.


    Luis de Ulloa Pereira (Toro, 1584-1674) 

    Idilio muerto

    Qué estará haciendo esta hora
    mi andina y dulce Rita de junco y capulí;
    ahora que me asfixia Bizancio, y que dormita
    la sangre, como flojo cognac, dentro de mí.

    Dónde estarán sus manos que en actitud contrita
    planchaban en las tardes blancuras por venir;
    ahora, en esta lluvia que me quita
    las ganas de vivir.

    Qué será de su falda de franela; de sus
    afanes; de su andar;
    de su sabor a cañas de mayo del lugar.

    Ha de estarse a la puerta mirando algún celaje,
    y al fin dirá temblando: «Qué frío hay… Jesús!»
    y llorará en las tejas un pájaro salvaje.


    César Vallejo (Santiago de Chuco, 1892- París, 1938), Los heraldos negros.

    Poética

    A Aurora de Albornoz


    Mas se fue desnudando. Y yo le sonreía.
    Juan Ramón Jiménez

    Vino primero frívola –yo niño con ojeras–
    y nos puso en los dedos un sueño de esperanza
    o alguna perversión: sus velos y su danza
    le ceñían las sílabas, los ritmos, las caderas.

    Mas quisimos su cuerpo sobre las escombreras
    porque también manchase su ropa en la tardanza
    de luz y libertad: esa tierna venganza
    de llevarla por calles y lunas prisioneras.

    Luego nos visitaba con extraños abrigos,
    mas se fue desnudando, y yo le sonreía
    con la sonrisa nueva de la complicidad.

    Porque a pesar de todo nos hicimos amigos
    y me mantengo firme gracias a ti, poesía,
    pequeño pueblo en armas contra la soledad.


    Javier Egea (Granada, 1952-1999). La otra sentimentalidad.

    Soneto de tus vísceras

    Harto ya de alabar tu piel dorada,
    tus externas y muchas perfecciones,
    canto al jardín azul de tus pulmones
    y a tu tráquea elegante y anillada.

    Canto a tu masa intestinal rosada,
    al bazo, al páncreas, a los epiplones,
    al doble filtro gris de tus riñones
    y a tu matriz profunda y renovada.

    Canto al tuétano dulce de tus huesos,
    a la linfa que embebe tus tejidos,
    al acre olor orgánico que exhalas.

    Quiero gastar tus vísceras a besos,
    vivir dentro de ti con mis sentidos…
    Yo soy un sapo negro con dos alas.


    Baldomero Fernández Moreno (Buenos Aires, 1886-1950)

    Las cosas

    El bastón, las monedas, el llavero,
    la dócil cerradura, las tardías
    notas que no leerán los pocos días
    que me quedan, los naipes y el tablero,

    un libro y en sus páginas la ajada
    violeta, monumento de una tarde
    sin duda inolvidable y ya olvidada,
    el rojo espejo occidental en que arde

    una ilusoria aurora. ¿Cuántas cosas,
    limas, umbrales, atlas, copas, clavos,
    nos sirven como tácitos esclavos,

    ciegas y extrañamente sigilosas!
    Durarán más allá de nuestro olvido;
    no sabrán nunca que nos hemos ido.


    Jorge Luis Borges (Buenos Aires, 1899 -Ginebra, 1986). Elogio de la sombra.

    Palabras y números

    En el cielo una luna se divierte.
    En el suelo dos bueyes van cansados.
    En el borde del río nace el musgo.
    En el pozo hay tres peces condenados.

    En el seco sendero hay cuatro olivos,
    en el peral pequeño cinco pájaros,
    seis ovejas en el redil del pobre
    -en su zurrón duermen siete pecados-.

    Ocho meses tarda en nacer trigo,
    nueve días tan sólo el cucaracho;
    diez estrellas cuento junto al chopo.

    Once años tenía,
    doce meses hace que te espero;
    por este paraguas trece duros pago.


    Gloria Fuertes (Madrid, 1917-1998)

    Alfa y Omega

    Cabe la vida entera en un soneto
    empezado con lánguido descuido,
    y, apenas iniciado, ha transcurrido
    la infancia, imagen del primer cuarteto.

    Llega la juventud con el secreto
    de la vida, que pasa inadvertido,
    y que se va también, que ya se ha ido,
    antes de entrar en el primer terceto.

    Maduros, a mirar a ayer tornamos
    añorantes y, ansiosos, a mañana,
    y así el primer terceto malgastamos.

    Y cuando en el terceto último entramos,
    es para ver con experiencia vana
    que se acaba el soneto… Y que nos vamos.


    Manuel Machado (Sevilla, 1874-Madrid, 1947). Phoenix.

    Un soneto me manda hacer Violante

    Un soneto me manda hacer Violante
    que en mi vida me he visto en tanto aprieto;
    catorce versos dicen que es soneto;
    burla burlando van los tres delante.

    Yo pensé que no hallara consonante,
    y estoy a la mitad de otro cuarteto;
    mas si me veo en el primer terceto,
    no hay cosa en los cuartetos que me espante.

    Por el primer terceto voy entrando,
    y parece que entré con pie derecho,
    pues fin con este verso le voy dando.

    Ya estoy en el segundo, y aun sospecho
    que voy los trece versos acabando;
    contad si son catorce, y está hecho.


    Lope de Vega (Madrid, 1562-1635). La niña de plata.

    Isla en la luz

    Se abrasó la paloma en su blancura.
    Murió la corza entre la hierba fría.
    Murió la flor sin nombre todavía
    y el fino lobo de inocencia oscura.

    Murió el ojo del pez en la onda dura.
    Murió el agua acosada por el día.
    Murió la perla en su lujosa umbría.
    Cayó el olivo y la manzana pura.

    De azúcares de ala y blancas piedras
    suben los arrecifes cegadores
    en invasión de lujuriosas hiedras.

    Cementerio de angélicos desiertos:
    guarda entre tus dormidos pobladores
    sitio también para mis ojos muertos.


    Sara de Ibáñez (Tacuarembó, 1909 – Montevideo, 1971)

    Olvidos de Granada
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