Dulce soñar y dulce congojarme
Dulce soñar y dulce congojarme
cuando estaba soñando que soñaba;
dulce gozar con lo que me engañaba
si un poco más duraba el engañarme;
dulce no estar en mí, que figurarme
podía cuanto bien yo deseaba;
dulce placer, aunque me importunaba
que alguna vez llegaba a despertarme.
¡Oh sueño, cuánto más leve y sabroso
me fueras si vinieras tan pesado
que asentaras en mí con más reposo!
Durmiendo, en fin, fui bienaventurado;
y es justo en la mentira ser dichoso
quien siempre en la verdad fue desdichado.
Juan Boscán (Barcelona, 1490-Perpiñán?, 1542)
Amor mueve mis alas
Amor mueve mis alas y tan alto
las lleva el amoroso pensamiento,
que de hora en hora así subiendo siento
quedar mi parecer más corto y falto.
Temo tal vez mientras mi vuelo exalto;
mas llega luego a mí el conocimiento
y pruébase que es poco en tal tormento
por inmortal honor un mortal salto.
Que si otro puso al mar perpetuo nombre
do el soberbio valor le dio la muerte,
presumiendo de sí más que podía,
de mí dirán: «Aquí fue muerto un hombre
que si al Cielo llegar negó su suerte
la vida le faltó, no la osadía».
Gutierre de Cetina (Sevilla, 1520 – Puebla, 1554?)
Mil veces callo
Mil veces callo que romper deseo
el cielo a gritos, y otras tantas tiento
dar a mi lengua voz y movimiento,
que en silencio mortal yacer la veo.
Anda cual velocísimo correo
por dentro el alma el suelto pensamiento
con alto y de dolor lloroso acento,
casi en sombra de muerte un nuevo Orfeo.
No halla la memoria o la esperanza
rastro de imagen dulce y deleitable
con que la voluntad viva segura:
cuanto en mí hallo es maldición que alcanza,
muerte que tarda, llanto inconsolable,
desdén del cielo, error de la ventura.
Francisco de Aldana (Nápoles, 1537-Alcazarquivir, 1578)
Soneto XVII
Pensando que el camino iba derecho,
vine a parar en tanta desventura
que imaginar no puedo, aun con locura,
algo de que esté un rato satisfecho.
El ancho campo me parece estrecho,
la noche clara para mí es escura,
la dulce compañía amarga y dura
y duro campo de batalla el lecho.
Del sueño, si hay alguno, aquella parte
sola que es ser imagen de la muerte
se aviene con el alma fatigada.
En fin que, como quiera, estoy de arte
que juzgo ya por hora menos fuerte,
aunque en ella me vi, la que es pasada.
Garcilaso de la Vega (Toledo, 1491/1503-Niza, 1536)
Mientras vivió la dulce prenda mía
Mientras vivió la dulce prenda mía,
Amor, sonoros versos me inspiraste;
obedecí la ley que me dictaste
y sus fuerzas me dio la poesía.
Mas, ¡ay!, que desde aquel aciago día
que me privó del bien que tú admiraste
al punto sin imperio en mí te hallaste
y hallé falta de ardor a mi Talía.
Pues no borra su ley la Parca dura
-a quien el mismo Jove no resiste-
olvido el Pindo y dejo la hermosura.
Y tú también de tu ambición desiste
y junto a Filis tengan sepultura
tu flecha inútil y mi lira triste.
José de Cadalso (Cádiz, 1741-Gibraltar, 1782)
Hermosa fuente que al vecino río
Hermosa fuente que al vecino río
sonora envías tu cristal undoso
y tú, blanda cual sueño venturoso,
yerba empapada en matinal rocío;
Augusta soledad del bosque umbrío
que da y protege el álamo frondoso:
amparad de verano riguroso
al inocente y fiel rebaño mío.
Que ya el suelo feraz de la campiña
selló julio con planta abrasadora
y su verdura a marchitar empieza
y alegre ve la pampanosa viña
en sus yemas la savia bienhechora,
nuncio feliz de la otoñal riqueza.
José Joaquín de Mora (Cádiz, 1783 – Madrid, 1864)