Soneto500

Al que ingrato me deja, busco amante

Al que ingrato me deja, busco amante;
al que amante me sigue, dejo ingrata;
constante adoro a quien mi amor maltrata;
maltrato a quien mi amor busca constante.

Al que trato de amor, hallo diamante
y soy diamante al que de amor me trata;
triunfante quiero ver al que me mata
y mato a quien me quiere ver triunfante.

Si a éste pago, padece mi deseo;
si ruego a aquél, mi pundonor enojo:
de entrambos modos infeliz me veo.

Pero yo por mejor partido escojo
de quien no quiero, ser violento empleo,
que de quien no me quiere, vil despojo.


Juana Inés de la Cruz (San Miguel Nepantla, 1648 o 1651-Ciudad de México, 1695)

Amor casi de un vuelo me ha encumbrado

Amor casi de un vuelo me ha encumbrado
adonde no llegó ni el pensamiento;
mas toda esta grandeza de contento
me turba, y entristece este cuidado:

que temo que no venga derrocado
al suelo por faltarle fundamento;
que lo que en breve sube en alto asiento
suele desfallecer apresurado.

Mas luego me consuela y asegura
el ver que soy, señora ilustre, obra
de vuestra sola gracia, y en vos fío;

porque conservaréis vuestra hechura,
mis faltas supliréis con vuestra sobra
y vuestro bien hará durable el mío.


Fray Luis de León (Belmonte, 1528-Madrigal de las Altas Torres, 1591)

¿Qué hacéis señora?

-¿Qué hacéis, señora? -Mírome al espejo.
-¿Por qué desnuda? -Por mejor mirarme.
-¿Qué veis en vos? -Que yerro en no lograrme.
-¿Pues por qué no os lográis? -No hallo aparejo.

-¿Qué os falta? -Uno que fuere en amor viejo.
-¿Pues qué sabrá ese hacer? -Sabrá obligarme.
-¿Cómo os ha de obligar? -Con empeñarme
sin esperar licencia ni consejo.

-¿Y vos resistiréis? -Muy poca cosa.
-¿Qué tanto? -Poco más de lo que digo,
que él me sabrá vencer si es avisado.

-¿Y si os deja por veros rigurosa?
-Tenerle yo he después por mi enemigo,
vil, zafio, necio, flojo y apocado.


Diego Hurtado de Mendoza (Granada, 1503-Madrid, 1575)

Cosas, Celalba mía, he visto extrañas

Cosas, Celalba mía, he visto extrañas:
cascarse nubes, desbocarse vientos,
altas torres besar sus fundamentos
y vomitar la tierra sus entrañas;

duras puentes romper, cual tiernas cañas,
arroyos prodigiosos, ríos violentos,
mal vadeados de los pensamientos
y enfrenados peor de las montañas;

los días de Noé, gentes subidas
en los más altos pinos levantados,
en las robustas hayas más crecidas.

Pastores, perros, chozas y ganados
sobre las aguas vi, sin forma y vidas,
y nada temí más que mis cuidados.


Luis de Góngora y Argote (Córdoba, 1561-Madrid, 1627)

A una nariz

Erase un hombre a una nariz pegado,
érase una nariz superlativa,
érase una nariz sayón y escriba,
érase un peje espada muy barbado.

Era un reloj de sol más encarado,
érase una alquitara pensativa,
érase un elefante boca arriba,
era Ovidio Nasón más narizado.

Erase un espolón de una galera,
érase una pirámide de Egito,
las doce tribus de narices era.

Erase un naricísimo infinito,
muchísima nariz, nariz tan fiera
que en la cara de Anás fuera delito.


Francisco de Quevedo y Villegas (Madrid, 1580-Villanueva de los Infantes, 1645)

Que otras veces amé, negar no puedo

Que otras veces amé, negar no puedo,
pero entonces Amor tomó conmigo
la espada negra, como diestro amigo
señalando los golpes en el miedo.

Mas esta vez que batallando quedo,
blanca la espada y cierto el enemigo,
no os espantéis que llore su castigo,
pues al pasado amor amando excedo.

Cuando con armas falsas esgrimía,
de las heridas truje en el vestido
-sin tocarme en el pecho- las señales;

mas en el alma ya, Lucinda mía,
donde mortales en dolor han sido
y en el remedio heridas inmortales.


Lope Félix de Vega y Carpio (Madrid, 1562-1635)

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