Soneto500

Alga quisiera ser, alga enredada…

Alga quisiera ser, alga enredada,
en lo más suave de tu pantorrilla.
Soplo de brisa contra tu mejilla.
Arena leve bajo tu pisada.

Agua quisiera ser, agua salada
cuando corres desnuda hacia la orilla.
Sol recortando en sombra tu sencilla
silueta virgen de recién bañada.

Todo quisiera ser, indefinido,
en torno a ti: paisaje, luz, ambiente,
gaviota, cielo, nave, vela, viento…

Caracola que acercas a tu oído,
para poder reunir, tímidamente,
con el rumor del mar, mi sentimiento.


Ángel González (Oviedo, 1925-Madrid, 2008)

Soneto XCIII

Si alguna vez tu pecho se detiene,
si algo deja de andar ardiendo por tus venas,
si tu voz en tu boca se va sin ser palabra,
si tus manos se olvidan de volar y se duermen,

Matilde, amor, deja tus labios entreabiertos
porque ese último beso debe durar conmigo,
debe quedar inmóvil para siempre en tu boca
para que así también me acompañe en mi muerte.

Me moriré besando tu loca boca fría,
abrazando el racimo perdido de tu cuerpo,
y buscando la luz de tus ojos cerrados.

Y así cuando la tierra reciba nuestro abrazo
iremos confundidos en una sola muerte
a vivir para siempre la eternidad de un beso.


Pablo Neruda (Parral, 1904-Santiago de Chile, 1973)

Ni en este monte, este aire, ni este río

Ni en este monte, este aire, ni este río
corre fiera, vuela ave, pece nada,
de quien con atención no sea escuchada
la triste voz del triste llanto mío;

y aunque en la fuerza sea del estío
al viento mi querella encomendada,
cuando a cada cual de ellos más le agrada
fresca cueva, árbol verde, arroyo frío,

a compasión movidos de mi llanto
dejan la sombra, el ramo y la hondura,
cual ya por escuchar el dulce canto

de aquel que, de Estrimón en la espesura,
los suspendía cien mil veces. ¡Tanto
puede mi mal, y pudo su dulzura!


Luis de Góngora y Argote (Córdoba, 1561-Madrid, 1627)

La zorra y las uvas

Es voz común que a más del mediodía,
en ayunas la Zorra iba cazando;
halla una parra, quédase mirando
de la alta vid el fruto que pendía.

Causábala mil ansias y congojas
no alcanzar a las uvas con la garra,
al mostrar a sus dientes la alta parra
negros racimos entre verdes hojas.

Miró, saltó y anduvo en probaduras,
pero vio el imposible ya de fijo.
Entonces fue cuando la Zorra dijo:
«No las quiero comer. No están maduras».

No por eso te muestres impaciente,
si se te frustra, Fabio, algún intento:
aplica bien el cuento,
y di: No están maduras, frescamente.


Félix María de Samaniego (Laguardia, Álava, 1745-1801​)

Don Rodrigo

Cesa en la octava noche el ronco estruendo
de la sangrienta militar porfía;
el campo godo destrozado ardía
con llama que descubre estrago horrendo.

Rodrigo en tanto, su peligro viendo,
por ignorada senda se desvía
y, muerto Orelio, entre la sombra fría
herido y débil se acelera huyendo.

En vano el Lete con raudal undoso
el paso estorba al príncipe, a quien ciega
de cadena o suplicio el justo espanto.

Surca las aguas, cede al poderoso
ímpetu, expira el infeliz y entrega
el cuerpo al fondo, a la corriente el manto.


Leandro Fernández de Moratín (Madrid, 1760-París, 1828)

A un orador contrahecho, zazoso y satírico

Botijo con bonete clerical,
que viertes la doctrina a borbollón,
falto de voz, de efectos, de emoción,
lleno de furia, ardor y odio fatal;

la cólera y despique por igual
dividen en dos partes tu sermón,
que, por tosco, punzante y sin razón,
debieras predicárselo a un zarzal.

¿Qué prendas de orador en ti se ven?
Zazoso acento, gesto pastoril,
el metal de la voz cual de sartén,

tono uniforme cual de tamboril.
Para orador te faltan más de cien;
para arador te sobran más de mil.


Fray Diego González (Ciudad Rodrigo, 1733 – Madrid, 1794)

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