Soneto XXIII
En tanto que de rosa y azucena
se muestra la color en vuestro gesto,
y que vuestro mirar ardiente, honesto,
enciende al corazón y lo refrena;
y en tanto que el cabello, que en la vena
del oro se escogió, con vuelo presto,
por el hermoso cuello blanco, enhiesto,
el viento mueve, esparce y desordena;
coged de vuestra alegre primavera
el dulce fruto, antes que el tiempo airado
cubra de nieve la hermosa cumbre.
Marchitará la rosa el viento helado,
todo lo mudará la edad ligera,
por no hacer mudanza en su costumbre.
Garcilaso de la Vega (Toledo, 1491/1503-Niza, 1536)
Los collares marinos
Enfermedad marina son las perlas;
pólipos de las conchas nacaradas;
por el iris están amortajadas
y a nadie da misericordia verlas.
Si deliran las frentes por tenerlas
en collares Lucientes engarzadas,
no es porque esplendan de salud ornadas
sino por ser orgullo poseerlas.
Son tísicas románticas de Oriente
que traen los mercaderes a Occidente,
lo mismo que un comercio de doncellas.
Y, cual cuerda de presas bien seguras,
manïata el collar las perlas puras
por el solo delito de ser bellas.
Salvador Rueda (Benaque, 1857- Málaga, 1933)
Piedra negra sobre una piedra blanca
Me moriré en París con aguacero,
un día del cual tengo ya el recuerdo.
Me moriré en París -y no me corro-
tal vez un jueves, como es hoy de otoño.
Jueves será, porque hoy, jueves, que proso
estos versos, los húmeros me he puesto
a la mala y, jamás como hoy, me he vuelto,
con todo mi camino, a verme solo.
César Vallejo ha muerto, le pegaban
todos sin que él les haga nada;
le daban duro con un palo y duro
también con una soga; son testigos
los días jueves y los huesos húmeros,
la soledad, la lluvia, los caminos…
César Vallejo (Santiago de Chuco, 1892- París, 1938)
A la muerte de Torrijos y sus compañeros
Hélos allí: junto a la mar bravía
cadáveres están ¡ay! los que fueron
honra del libre y con su muerte dieron
almas al cielo, a España nombradía.
Ansia de patria y libertad henchía
sus nobles pechos, que jamás temieron,
y las costas de Málaga los vieron
cual sol de gloria en desdichado día.
Españoles, llorad; mas vuestro llanto
lágrimas de dolor y sangre sean,
sangre que ahogue a siervos y opresores.
Y los viles tiranos con espanto
siempre delante amenazantes vean
alzarse sus espectros vengadores.
José de Espronceda (Almendralejo 1808 – Madrid 1842)
Soneto LXVI
No te quiero sino porque te quiero
y de quererte a no quererte llego
y de esperarte cuando no te espero
pasa mi corazón del frío al fuego.
Te quiero sólo porque a ti te quiero,
te odio sin fin, y odiándote te ruego,
y la medida de mi amor viajero
es no verte y amarte como un ciego.
Tal vez consumirá la luz de enero,
su rayo cruel, mi corazón entero,
robándome la llave del sosiego.
En esta historia sólo yo me muero
y moriré de amor porque te quiero,
porque te quiero, amor, a sangre y fuego.
Pablo Neruda (Parral, 1904-Santiago de Chile, 1973)
La mocedad del año
La mocedad del año, la ambiciosa
vergüenza del jardín, el encarnado
oloroso rubí, Tiro abreviado,
también del año presunción hermosa;
la ostentación lozana de la rosa,
deidad del campo, estrella del cercado;
el almendro, en su propia flor nevado,
que anticiparse a los calores osa,
reprehensiones son, ¡oh Flora!, mudas
de la hermosura y la soberbia humana,
que a las leyes de flor está sujeta.
Tu edad se pasará mientras lo dudas;
de ayer te habrás de arrepentir mañana,
y tarde y con dolor serás discreta.
Francisco de Quevedo y Villegas (Madrid, 1580-Villanueva de los Infantes, 1645)