Antes de que tu cuerpo finalmente
rodara dulce entre la mar dichosa,
quisiste reposar tu luz graciosa,
mezclarla acaso con mi luz ardiente.
Cañada y sombras. Más que amor… La fuente
en su exquisita paz se hizo morosa,
y un beso largo y triste, a la hora umbrosa,
brilló en lo oscuro silenciosamente.
Ay, la dicha que eterna se veía
y en esta orilla crudamente mana
un tiempo nuevo para el alma mía.
Todo lo presentí: la luz lejana,
la lágrima de adiós, la noche fría…
y el muerto rostro al despertar mañana.
Vicente Aleixandre (Sevilla 1898-Madrid 1984)