Para hablar de Elena Martín Vivaldi, para rememorarla, qué mejor que tras el recientemente 25º Aniversario de su fallecimiento y con el título de uno de sus poemas: Porque unos labios dicen (de Durante este tiempo, 1972), poema que dedicó a Vicente Aleixandre. Y también recordando la cita del poeta sevillano, que ella dispuso en este poema: «Mi nombre fue un sonido/ por unos labios…». Su vida y su obra caminan juntas, se construyen unidas. Vivir es lo que hace Elena Martín Vivaldi al escribir.
Elena Martín Vivaldi nació en Granada en 1907 y nos dejó en marzo de 1998. Fue una mujer que sigilosamente habitó casi todo el siglo XX, 91 años. Vivió y escribió como quiso: sin hacer ruido. Su vida y su poesía son contenidas pero repletas de fuerza. Todos los que la conocieron de cerca lo atestiguan. Yo, aún la recuerdo paseando por la calle Recogidas y por Puerta Real, cerca de su casa de la calle Martínez Campos. Desprendía humanidad y elegancia.
Fotografía RG Granada Hoy
Procedía de una familia progresista y universitaria. Su padre, catedrático de Ginecología, fue el primer alcalde republicano de Granada. Vivió su infancia en la casa que con anterioridad había pertenecido a Francisco Ayala. Poseía un cuidado jardín que el granadino describiría en su libro, El Jardín de las Delicias. Recibió el apoyo de una familia liberal. Fue una mujer universitaria, muy formada e independiente. No debemos olvidar el provincianismo de la Granada que le tocó vivir. Con sus ideas, era todo un dilema. Una sociedad que no le gustaba, debía abrirse camino en un mundo hecho para los hombres y que ella no comprendía. Dilema que le llevó a escribir y a contar, con toda sinceridad y generosidad. Su poesía tiene el deseo de transmitir. Para sobrevivir tiene que escribir, nos lo dejó dicho. Nos regala una poesía desnuda e intimista. Elena estudió Filosofía y Letras en la Universidad de Granada (1931-1938). En 1942 ganó por oposición una plaza al cuerpo de Bibliotecas, Archivos y Museos. Estuvo destinada en Huelva y Sevilla antes de ser destinada a Granada, donde ejerció como bibliotecaria en la Universidad de Granada hasta su jubilación. Profesión que le hizo muy feliz por su amor a los libros. Fue en la Biblioteca de la Facultad de Derecho, su último destino, donde escribió un poema emblemático de su poética: Ginkgo Biloba (Árbol centenario), del Jardín Botánico, que veía desde la ventana en donde trabajaba. Y que se ha quedado inmortalizado como homenaje a la poeta. Su poesía dedicada a los árboles es numerosa: Tilos, A un chopo amarillo, El magnolio, entre otros.
Sus poemas están escritos en versos con una gran carga lírica, repleta de imágenes, rebosante de símbolos, donde los elementos de la naturaleza son sus protagonistas principales. Su estación favorita fue la primavera:
Déjame, en esta hora tibia de primavera
(I, de Primeros poemas, 1942-1944)
soñar que tú eres sólo el amor que yo tengo
y abrirle a mi tristeza las páginas primeras
que vayan relatando mi vida como un cuento.
Derrama sus versos en una naturaleza plena, impresionista por la presencia de los colores, en especial los amarillos:
Y se le han puesto amarillas
las hojas a mi deseo;
en medio del jardín, yo
—¡qué amarillo!— lo contemplo.
(del poema `Amarillo` (de El alma desvelada,1953)
Imprescindible destacar su amor por ésta, la urgencia que le lleva a ampararse, a refugiarse en ella. Le inspira para sobrellevar el peso de la vida, la soledad, el desengaño y el desamor. En sus poemas adquieren protagonismo los jardines, los árboles, las flores, los colores… Unas veces, en mundos llenos de luz y vitalidad y otros matizados con sombras y oscuridades. Ella ilumina, matiza, sombrea, diluye y apaga cuando su estado, su ánimo lo requiere. Así, sus versos se construyen en un diálogo personal con las calles, las plazas, el mar, la luna, los edificios, las ventanas, el paso de las estaciones, con las obras de sus poetas preferidos, de personajes conocidos, de mujeres importantes. Escribe una poesía de ciudad, urbana, en donde el paisaje de Granada siempre está de fondo. Su biografía, transformada en escritura.
Comenzó a escribir pronto, pero no fue hasta 1945 cuando comienza a publicar. Fue la revista Espadaña la que dio la noticia de la aparición de su primer libro: Escalera de luna (1945). La poeta tenía entonces 38 años. Es cuando su vida y su obra al unísono crean un mundo propio. Ya de niña la llamaron «la niña de jardín propio», y gustó también del libro Habitación propia, de Virginia Woolf, a la que tanto admiró. Tenía un libro de ella en su mesilla el día que murió.
A partir de aquí llegarían ininterrumpidamente sus numerosos poemarios: El alma desvelada (1953), Cumplida soledad (1958), Arco en desenlace (1963), Materia de esperanza (1968), Diario incompleto de abril (1971), Durante este tiempo (1972), Primeros poemas (1977), Nocturnos (1981), Y era su nombre mar (1981). En 1985 la colección granadina Silene y el Ayuntamiento de Granada reunieron toda su poesía: Tiempos a la orilla (1942-1984). Fue muy importante esta publicación para mayor reconocimiento de la poeta. Era muy merecida. Son dos volúmenes que compilan toda la obra de la autora hasta ese momento con varias composiciones inéditas. En 1985 aparecen Desengaños del amor fingido, y en 1990, en Con solo esta palabra, rinde homenaje a Federico García Lorca. En prosa escribirá Los idiomas del silencio (2005). Fue elegida Hija predilecta de Granada, varios colegios llevan su nombre así con esculturas en distintos puntos de Granada y una calle, también, le dedica su nombre.
En su poética hay unos temas que siempre van a estar presentes. El tema de la soledad aparece ya desde su primer libro, asume la soledad como destino. Así en el Soneto de la oscura morada (de Escalera de luna), ella misma escribiría «buscadme en el dolor». En el poema Lluvia con variaciones (de Durante este tiempo), se definía como «elenamente triste». Pero sabemos que Martín Vivaldi fue una mujer alegre, amiga de sus amigos de tertulia, con gran sentido del humor y amante de los placeres. Del mismo libro, su poema Otro domingo’
Y estoy sola
y quisiera
que el teléfono hablara,
que hablaran los extraños…
Describe a una mujer que siente la ausencia y la necesidad de afectos. Su voz femenina, sutil, solidaria, generosa, atrevida, discurre por sus versos. El tema del desengaño, tanto por el tiempo que le tocó vivir como en el ámbito privado, convergen en su escritura. Así en sus poemas Presencia en soledad y Todo (de El alma desvelada), nos muestra de una forma desgarradora el recuerdo del dolor. Ambos presididos por el adverbio de negación: Del primero:
Tú puedes decir que no, y esconderte
y del otro:
La vida con su no
anudando, sin prisas, mi garganta.
Sin sobrecargas retóricas consigue con su forma de escribir, transmitir lo implacable y conmovedor de su insatisfacción. Esta habilidad de manejar, de dominar sutilmente a las palabras es lo que envuelve el tono melancólico y urgente que está presente en su poesía:
Te llamaba con el sol,
con la luna te llamaba…
del poema ‘Desde una soledad’ (de Arco en desenlace). Con sus poemas sin secretos, descarnados a veces, reflexiona sobre la existencia:
Va la noche buscando una palabra
donde esconder el frío de sus párpados
(de Nocturno 2).
En estos versos el calor más humano necesita la palabra y la voz. Así el poema Amanecer en el mar (de Y era su nombre mar):
Todo en el aire era voz,
grito azul, anunciación.
Por la fecha en que nació podría pertenecer a la generación literaria de Luis Felipe Vivanco (1907), Juan Luis Panero (1909), Luis Rosales (1910), Gabriel Celaya (1911), o Dionisio Ridruejo (1912), lo que se conoce como Generación del 36. Es difícil enmarcarla. Su poesía está lejos de las modas, de la tendencia de la moda garcilasista, del tremendismo, del formalismo afectado de Espadaña.
Los estudiosos que se han acercado a su obra: José Espada, Rafael Guillén, Antonio Carvajal, Genara Pulido, José Ortega, Ángeles Mora, Rafael Juárez, Luis García Montero, José Gutiérrez, Manuel Martínez, Andrea Villarrubia, entre otros, coinciden en lo inclasificable de su poética, debido a su propia y especialísima voz creadora. Entronca con toda la tradición lírica, para culminar con los poetas del 27. Durante los años cincuenta participó en las inquietudes del grupo “Versos al aire libre”, en cuyas tertulias participaban los poetas Miguel Ruiz del Castillo, Rafael Guillén, J. G. Ladrón de Guevara, Juan Gutiérrez Padial, Julio Alfredo Egea, Trina Mercader, María de los Reyes y José Carlos Gallardo, entre otros.
Elena Martín Vivaldi escribe una poesía intimista que desnuda para nosotros, y para contarnos la historia de la búsqueda de su identidad. Ella tenía la necesidad de transmitir. Con voz de mujer se acerca a la solidaridad femenina, a la de los que están solos, a todo lo humano que golpea, a la frustración, a la maternidad. Lo hace amparándose en espacios naturales, en ámbitos privados, donde se pueden intercambiar papeles, tender manos, encender luces, ventanas iluminadas para vencer el insomnio y pensar que no se está solo, para que el desgarro sea más leve.
Elena Martín Vivaldi se dejó llevar por los vientos del verso libre, con un lenguaje nada retórico, sino con un lenguaje común, pero que resuelve con imágenes eficaces, que no efectistas. Es como diría ella: «…yo quisiera decirte, hablarte de esas cosas que pasan un día y otro en nuestra vida». Y nos lo cuenta con la contención que Garcilaso había dejado escrita: «Salid sin duelo, lágrimas corriendo». Y así es, “misteriosamente feliz” Elena Martín Vivaldi que con su poesía nos dedica sus confidencias como ella había querido vivirlas y escribirlas. Así escribe en el poema Día 23 (de Diario incompleto de abril):
Te pedía tan poco, abril, mi vida.
¿O es que te pedía tanto?
Y me dejaste sola,
con las manos abiertas
y el llanto desolado en las pupilas.