Almanaques
Desde que la Humanidad tuvo conciencia de sí misma intentó organizar el paso del tiempo en periodos más o menos largos, de modo que fuera posible conocer cuándo un suceso ocurría y cuál era su periodicidad. La conciencia del tiempo se unía de forma íntima con la conciencia del pasado y la facultad mental de la memoria. La medida del tiempo se estableció sobre la base de las experiencias vitales del ser humano. Es muy común asociar esa medida al movimiento de los cuerpos celestes que se veían en el cielo, la luna y el sol, principalmente. Pero es muy probable que fuera el ciclo menstrual de la mujer otra de las bases del sistema tiempo, en lo que hoy se conoce como la conjetura Zaslavsky. La medida del tiempo se unía indefectiblemente al ciclo de la reproducción y la vida humana.
Como es condición en toda medida, el patrón unidad debía ser reproducible. Tal vez por esa razón se buscó en la luna y el sol, la oscuridad (noche) y la claridad (día) las pautas cíclicas para organizar el paso del tiempo y ser de utilidad en las labores agrícolas en la medida en que el ser humano pasaba de ser nómada a sedentario.
El control del sistema tiempo y su ligazón con el control ideológico de las gentes fue objetivo prioritario de todas las grandes centrales de inteligencia generadoras de pensamiento mágico existentes en el mundo a lo largo de la historia. En nuestro caso, los almanaques se llenaron de santos, santas y vírgenes que servían para poner nombres a las personas y a los espacios de sociabilidad de las gentes; nada quedaba al margen de ese modelo universal que ocupaba el espacio y el tiempo. Ningún personaje heterodoxo con esa cosmovisión entraba en los almanaques que servían para regular la vida cotidiana de las gentes. Deconstruir ese modelo autoritario por otro laico y libre pensador fue uno de los objetivos que la burguesía liberal y, sobre todo, la clase obrera asumió como parte esencial de la lucha cultural frente a toda forma de pensamiento mágico.