Alfonso Salazar
Por todos
A principios de los años 90 el SIDA hacía estragos. Por entonces, publicábamos una revista de literatura erótica, El Erizo Abierto, que, además de gamberradas y provocaciones varias, se comprometía en todo aquello que tenía que ver con la discriminación de prácticas sexuales, como sucedía con la homosexualidad masculina.
Mariano Maresca no ofreció un texto, que había sido prólogo en la publicación de una carpeta de poemas y serigrafías en Homenaje a Artistas muertos de SIDA Comité Ciudadano Anti-sida de Granada.
Aquí está:
Por todos
Hay gente que recordamos porque ha vivido y gente que recordamos sólo porque ha muerto. Los primeros son los que, en su paso por la vida, nos habían dejado ya cuadros, poemas, canciones que amábamos antes de su enfermedad. Los segundos son los que sólo son noticia porque han muerto del SIDA. Es relativamente fácil acostumbrarse a la ausencia de los que nos han dejado una obra, justamente porque todavía contamos con su obra. Pero ¿cómo pensar la ausencia de gente cuyos nombres ignoramos, que han muerto en clínicas carcelarias, que no nos han dejado más obra ejemplar que sus torpes chapuzas en el envite de la vida?
La muerte elige en cada época una forma de ser representada en la que recicla toda su capacidad de chantaje contra el deseo de la vida. Y el SIDA es, hoy por hoy, la representación de la muerte que mejor resume los estigmas del destino inevitable, la condena merecida, el dolor justificado. La muerte de un gran artista enfermo de SIDA funciona como un episodio de la vida de un gran artista. Pero ¿cómo funciona la muerte sidosa de tanta gente que no sabía quién era Gil de Biedma?
La memoria, para ser justa, debiera cubrirlos a todos. Hoy por hoy, en la población reclusa en nuestras cárceles, el SIDA no deja de cobrarse víctima analfabetas. Y en todas las ciudades hay muertos vivientes que te dicen dónde aparcar o que se ofrecen para una sexualidad desesperada. ¿Quién se acordará de ellos? Su destino es la estadística que el lector de periódicos nunca examina con calma: nunca hay un rostro conocido llamando nuestra atención sobre todos esos números.
Si hay que hacer un réquiem, que sea por todos. Y si hay que tener el valor de enfrentarse a la muerte, que sea desde el deseo de la vida. De la vida de todos, no sólo la de los artistas.
Mariano Maresca, El Erizo abierto 1995.