Pablo Alcázar
El último polímata
Rendir homenaje a Mariano Maresca –el último polímata que he conocido- supone, también, homenajearnos a nosotros mismos y al tiempo en el que compartimos con él amistad y trabajos. Un tiempo de esperanza, todavía, en el que creíamos disponer de herramientas intelectuales suficientes para explicar el presente y prever -aproximadamente- por dónde iba a ir el futuro. Es muy posible que Mariano estuviese de acuerdo con un pensamiento que Simone de Beauvoir atribuía a Sartre. En La ceremonia del adiós (1981), afirma la filósofa que para Sartre en cualquier momento, cualquiera que fuera el contexto social o político, entender a los hombres seguiría siendo lo esencial. En los 80, que es cuando conocí a Maresca, me pareció que este era su propósito. Y también fue, con mayor o menor fortuna, el nuestro. Tuvimos suerte de contar con él, un polímata, empeñado en saber todo lo que se podía saber. Él fue un pensador de la estirpe de Leonardo, de Sor Juana Inés de la Cruz o de Leibniz.
En los últimos años, el término «polímata», antiguamente reservado a los eruditos, se ha extendido a aquellas personas cuyos intereses abarcan desde el atletismo a la Inteligencia Artificial. Maresca se empeñó en saber todo lo que pudo de cine, de literatura, de filosofía, de derecho, de historia, de teatro, de pintura, de periodismo, de televisión, de arte o de la edición y publicación de libros y revistas. Y lo que es más importante, a su alrededor logró congregar a un grupo de personas que también pretendían lo mismo. Nos alentó, nos ayudo, posibilitó la publicación de nuestros escritos; nos enseñó, en tertulias y en encuentros habituales, a buscar eso, tan raro hoy, que se llama Verdad. Convencido, Mariano no era un ingenuo, de que toda la verdad era algo inasequible para cualquier persona, pero que el hecho de que supiéramos que era inalcanzable, no nos eximía de buscarla, ni a él ni a cada uno de los que lo acompañábamos en la búsqueda. Platón, que no era bobo, aun a sabiendas de lo inaccesible de lo que proponía, si no eras un dios omnisciente, afirmó que nada es más hermoso que saberlo todo. Hoy, aun sin herramientas seguras de conocimiento –con el “coco” de la Inteligencia artificial ahuyentando nuestros legítimos sueños de un mundo razonable y acogedor- quiero homenajear a Mariano Maresca, seguro de que él abominaría de la especialización –hoy la llaman expertización- como algo propio de gusanos, y que lucharía, como Sísifo y su inestable piedra, por hacerse con un saber universal. Este polímata, al que quisimos y respetamos, nos hubiera ayudado, pese a la confusión actual, y con las ideologías colapsadas, a encontrar alguna de las claves del presente con las que poder husmear en el futuro. Y, desde luego, de lo que nunca nos habría exonerado es de intentarlo. Aun a riesgo de que la piedra del saber, una y otra vez, desasiéndose de nuestro abrazo, se precipitara hacia el pie de la montaña. Donde habita el olvido y la ignorancia.