Neruda, un clásico
contemporáneo,
por Álvaro Salvador
A los cincuenta años de su desesperada muerte, Pablo Neruda es sin duda uno de los más grandes poetas que el siglo XX regaló a los lectores en lengua española e incluso uno de los más grandes poetas que el siglo pudo regalar a los lectores de cualquier lengua. Neruda fue un poeta vocacional, arrebatado, exuberante, caudaloso, seguramente excesivo e irregular, pero sobre todo genial.
Dotado de un extraordinario talento para ensartar palabras con palabras, para alternar ritmos y sílabas, para encerrar las argumentaciones o las emociones en el circulo perfecto de la estrofa poética. Si hubiese que elegir un personaje para caracterizar la gigantesca figura del poeta posromántico, del poeta profeta, del poeta comprometido, del poeta que, durante la primera mitad del siglo XX, identificó admirablemente la capacidad de dialogar cada día con el alma sagrada del universo y la facilidad para vivir y respirar con sus semejantes, seguramente el elegido sería Pablo Neruda.
Neftalí Ricardo Eliecer Reyes, nacido en El Palmar, un pueblo del sur, y muerto en Santiago de Chile en 1973, pocos días después de que se iniciara uno de los episodios más sangrientos de la historia contemporánea de América Latina, fue también un político, un diplomático, un licenciado en leyes, pero sobre todo y ante todo un poeta de vocación muy temprana. A los dieciséis años ya ganó los Juegos Florales del pueblo de su infancia, Temuco, que se organizaron con motivo de unas fiestas presididas por la belleza de una de sus novias, Terusa, elegida reina de las mismas. Esos primeros años de adolescencia y juventud, años en los que lentamente se redactaron sus primeros libros, estuvieron presididos por los amoríos y por las primeras inquietudes sociales encauzadas a través de los estudios universitarios y de ciertos modelos familiares. Educado en la poesía posmodernista, que en ciertos temas como el amoroso era aún una poesía posromántica, Neruda se enfrenta a los tópicos amorosos con una madurez sorprendente para un joven de su edad. Como dijo en alguna ocasión, él quería escribir un libro de poemas de amor que ocupara el lugar de las Rimas de Gustavo Adolfo Bécquer en los tocadores de las muchachas casaderas. Y a fé que lo consiguió con creces: durante varias décadas este extraordinario libro escrito por un poeta de viente años, rebautizado ya como Pablo Neruda, no faltó en ninguna biblioteca estudiantil que se preciara, desde Valparaíso a Madrid o desde Ciudad de México a Buenos Aires:
Ah más allá de todo. Ah más allá de todo
Es la hora de partir. Oh abandonado.
De cualquier modo, la vocación civil del joven Neftalí Reyes, se había ido conformando a la par que su destreza versificadora. Hay quien lo recuerda, flaquísimo y ensimismado paseando con un libro de Jean Grave bajo el brazo, La Sociedad Moribunda y la Anarquía, otros hablan de su admiración por su tío, Orlando Masson, poeta y periodista, director del diario La Mañana que fue incendiado por unos facinerosos y en que el jovencísimo Neruda hizo sus primeros pinitos literarios. Quizá, como comentaría él mismo más tarde en sus memorias, nunca fue consciente de hasta qué punto la preocupación social se iba incubando en su interior, hasta que se le revelara mucho tiempo después con motivo de la Guerra de España y las amenazas del fascismo. Pero lo cierto es que a la hora de explicar la necesidad que le llevó a escribir los Veinte poemas…, Neruda siempre habló de la necesidad que lo había impulsado a “salir de sí mismo”:
Trabajo sordamente, girando sobre mí mismo,
como el cuervo sobre la muerte, el cuervo de luto.
Tres años más tarde, Neruda se tropieza con el destino transhumante de los poetas hispanoamericanos: es nombrado ad honorem cónsul en Rangún (Birmania). De destino en destino (Ceilán, Java, etc.) recorrerá aquellas tierras hasta 1931, año en que regresa a Chile. Si tiempo antes había necesitado la poesía para escapar de sí mismo, en esta época la poesía será decisiva para que el joven poeta y diplomático no perezca de soledad en este destierro extraño y despiadado. Los años de Oriente son los años en los que la sorda lucha consigo mismo al canza su climax, su momento más álgido. Son los años de Residencia en la tierra:
Sucede que me canso de ser hombre,
Sucede que entro en las sastrerías y en los cines
marchito, impenetrable, como un cisne de fieltro
navegando en un agua de origen y ceniza...
Algunos de estos poemas estaban ya escritos antes de la salida de Pablo Neruda de Santiago, pero será en el continuo deambular por las calles de Rangún entre el barro y los menesterosos, entre los elegantes cafés y las lujosas recepciones, entre las bailarinas y las mujeres jirafas, entre los atardeceres luminosos y los miserables amaneceres, entre los monzones y la humedad siempre presente, cuando los versos se vayan madurando y engarzando con otros nuevos hasta ir completando los dos libros de las Residencias. No es de extrañar que los procedimientos surrealistas se hayan asociado a la escritura de estos poemas, pero lo que nos permite considerar las Residencias como textos surrealistas no es el automatismo irracional o el simple ejercicio creacionista, sino más bien la persecución que emprenden de una articulación “arraigada” que busca sus fundamentos en la estructura misma de lo que llamamos el inconsciente. De cualquier modo, sea desde una ortodoxia surrealista o no, el texto de las Residencias… nos trasmite la agonía, la impotencia de un yo poético que, a pesar de asumir su condición natural y de intentar fundirse, diluirse con los elementos naturales, no encuentra su fundamento ni su razón de ser espiritual, no encuentra su lugar en el mundo como “poeta” en su sentido más estricto, como voz de los hombres:
pero, la verdad, de pronto, el viento que azota mi pecho,
las noches de sustancia infinita caídas en mi dormitorio,
el ruido de un día que arde con sacrificio
me piden lo profético que hay en mí, con melancolía
y un golpe de objetos que llaman sin ser respondidos
hay, y un movimiento sin tregua, y un nombre confuso.
El siguiente momento significativo en su trayectoria literaria, coincidirá con su destino consular en España, primero en Barcelona y finalmente en Madrid, en la “Calle de las Flores”, lugar que acabará convirtiéndose en una referencia fundamental para la Joven Literatura que se movilizaba en la España de la primera República. Antes de su llegada, Neruda había mantenido una intensa correspondencia con Rafael Alberti, a quien encomienda su manuscrito de las Residencias con el ruego de que intente su publicación. Ni que decir tiene que Alberti quedó fascinado con este libro, hasta el punto de que lo paseó consigo durante una buena temporada dandóselo a leer a todo aquel que quería escucharlo. Un año antes, en 1933, Neruda había conocido en Buenos Aires, a Federico García Lorca, estableciéndose entre ellos inmediatamente una complicidad amistosa muy duradera. Famoso es el “homenaje al alimón” que dedicaron a Rubén Darío:
Neruda: Federico García Lorca, español, y yo, chileno, declinamos la responsabilidad de esta noche de camaradas, hacia esa gran sombra que cantó más altamente que nosotros, y saludó con voz inusitada a la tierra argentina que pisamos.
Lorca: Pablo Neruda, chileno, y yo español, coincidimos en el idioma y en el gran poeta nicaragüense, argentino, chileno y español, Rubén Darío...
Neruda y Lorca: Por cuyo homenaje y gloria levantamos nuestros vasos.
Así pues, su introducción en los ambientes literarios de la edad de plata española fue facilitada por los más prestigiosos valores de la joven poesía española del momento. Neruda se integró inmediatamente en el proyecto de renovación de las letras hispánicas con una acitutd tan vital y militante como la de la mayoría de sus compañeros peninsulares. Así lo expresó más tarde en su libro de memorias Confieso que he vivido: “Cuando regresé a España en 1934, el panorama había cambiado… Mi poesía de Residencia…, en fin, fue recibida y aclamada en forma extraordinaria… Pocos poetas han sido tratados como yo en España. Encontré una brillante fraternidad de talentos y un conocimiento pleno de mi obra…” Neruda correspondió a esta c onfianza embarcándose en innumerables proyectos culturales y literarios, entre los que la aportanción más significativa que hizo a la sociedad cultural española de la época, fue la fundación de la revista Caballo verde para la poesía. La publicación se destacó por la promoción de los nuevos autores españoles e hispanoamericanos y por la irrupción en las escaramuzas de la “guerra literaria”. En este terreno, el episodio más significativo fue la publicación por parte del mismo Neruda delmanifiesto “Sobre una poesía sin pureza”, editado en el primer número de la revista:
Una poesía impura como un traje, como un cuerpo, con manchas de nutrición, y actitudes vergonzosas,… y el producto poesía manchado de palomas digitales, con huellas de dientes y hielo, roído tal vez levemente por el sudor y el uso…
No obstante, el documento de Pablo Neruda quería ir un poco más allá de la simple polémica de la “pureza”; lo que se advierte en él es una nueva concepción del discurso poético que lo acerca a los principios de lo que más tarde se definió como una estética del “compromiso” o de lo “social”. El mismo Neruda lo aclara cuando en sus memorias reflexiona sobre el hecho de haber sido un comunista convencido mucho antes de recibir oficialmente el carnet del partido. Sus amigos Rafael Alberti y Miguel Hernández sin duda tuvieron mucho que ver en esa conversión. Por lo tanto, no es de extrañar que pocos años más tarde, en el fragor de la guerra, Neruda se identifique plenamente con la causa de los desheredados de la tierra.
Durante la guerra, Neruda intento ayudar en la medida de lo posible a la causa republicana. En 1937 se ve obligado a salir de España y marcha a París para desde allí integrarse en la resistencia antifascista internacional, participando en la organización del segundo Congreso de Intelectuales Antifascistas que habría de celebrarse en España. Con este motivo regresará otra vez a nuestro país acompañado de otros tantos escritores e intelectuales hispanoamericanos comprometidos con la defensa de la República. La conmoción que le produce la Guerra Civil española, hace que se intensifique su proceso de concienciación social, hasta radicalizarse y transformar sustancialmente sus presupuestos estéticos. España en el corazón (1936) será el punto de partida más significativo –aunque ya se aprecia el cambio en poemas anteriores como “Las furias y las penas“ o “Reunión bajo las nuevas banderas” e incluso en buena parte de la Tercera Residencia– y el Canto General (1950) el momento culminante de una nueva poética que intenta romper el círculo vicioso anterior mediante una salida directa, no solamente hacia la realidad o hacia la naturaleza, sino hacia la colectividad. El yo poético de Neruda se articula ahora en una relación dialéctica con el nosotros, que quiere incluir en sus aspiraciones a todo el pueblo americano. De ahí que el nuevo canto sea un canto pretendidamente general, totalizante:
Sube a nacer conmigo, hermano.
Dame la mano desde la profunda
zona de tu dolor diseminado...
Yo vengo a hablar por vuestra boca muerta...
Dadme el silencio, el agua, la esperanza.
Dadme la lucha, el hierro, los volcanes.
Apegadme los cuerpos como imanes.
Acudid a mis venas y a mi boca.
Hablad por mis palabras y mi sangre.
No obstante, a pesar de que el lugar del sujeto poético nerudiano ha cambiado considerablemente de posición, su protagonismo no ha desaparecido en absoluto. El Canto General es un proyecto hímnico cuyos elementos, si exceptuamos el contenido social proletario que los rellena, no difieren en demasía de los que caracterizaron proyectos semejantes a lo largo de la tradición ilustrada. Son los años de una decidida y frenética actividad política, el compromiso con el Partido Comunista de Chile, la lucha contra los caciques y la corrupción, la ayuda a los exiliados españoles, la inserción en el movimiento antifascista internacional, y más tarde la propaganda socialista y poética por América entera: México, Cuba, Bolivia, Perú, Brasil, Uruguay, Argentina… Para entonces, y gracias sobre todo a su Canto general, Pablo Neruda es ya reconocido como “el poeta de América”.
En 1954, coincidiendo con su cincuenta cumpleaños, Pablo Neruda publica en Buenos Aires un nuevo libro titulado Odas elementales, que desde el primer instante sorprende a críticos y lectores por la novedad que aporta a la trayectoria del poeta chileno. En estos años, Neruda acaba de reintegrarse, tras un exilio que se alargaba desde 1948, a la vida cultural de su país y parece disfrutar de una serenidad y una madurez que el continuo peregrinaje de épocas anteriores le había negado. Por otra parte, no sólo la situación de su propio país es más alentadora que la de épocas precedentes, sino que la mayoría de los restantes países de América Latina parecen gozar también de una situación esperanzadoramente estable y, lo que es más, la situación política internacional, en la que Neruda por su militancia comunista se halla inmerso desde años atrás, parece sufrir también un cambio de sesgo importante. No es de extrañar que el crítico y poeta Eugenio Florit se pregunte, al dar cuenta de la recepción de las Odas: “¿Tendrá acaso este libro algo que ver con la nueva ofensiva de la paz?” Efectivamente, en 1953 le es concedido a Neruda el Premio Stalin de la paz y en el mismo año, cuando interviene en el Congreso Continental de la Cultura celebrado en Santiago de Chile, pronuncia un discurso significativamente titulado A la paz por la poesía:
El mundo está respirando con ansiedad el aire de una futura paz en Corea y del término de la espantosa guerra fría que en realidad nos está helando las almas. Los grandes escritores de Estados Unidos tienen el deber de dialogar con los valores culturales de la Unión Soviética.
1953 es también el año de la muerte de Stalin y, por tanto, el momento de arranque del largo proceso de deshielo que pondrá en marcha su sucesor Nikita Kruschov. Una época en la que los principios del internacionalismo proletario van a sufrir un profundo replanteamiento que afectará sensiblemente a las concepciones sobre el arte y la cultura. En el mismo discurso, añade Neruda:
El mayor problema en estos años en la poesía, y naturalmente, en mi poesía, ha sido el de la oscuridad y la claridad. Yo pienso que escribimos para un Continente en que todas las cosas están haciéndose (...) Somos naciones compuestas por gentes sencillas, que están aprendiendo a construir y a leer. Para esas gentes sencillas escribimos.
La respuesta a esta necesidad de sencillez, la va a dar Neruda con su primer libro de las Odas. Sus poemas nos muestran la arribada de Neruda a las orillas del territorio poético que andaba buscando desde la crisis expresada en los años treinta. Un territorio que, paradójicamente, se caracteriza por la construcción de una poesía con vocación populista que regresa a los fundamentos de la tradición popular o popularista después de haber atravesado el desierto de las prácticas vanguardistas. Pablo Neruda a través de estos poemas construye una nueva elaboración literaria que intenta dar respuesta al problema de la individualidad del poeta y su relación con el mundo que le rodea. Es, por tanto, una poesía realista (el mismo Neruda lo afirma en su “Oda a la gaviota“: “Perdóname/ gaviota/ soy poeta realista/ fotógrafo del cielo” ), pero elaborada con un realismo nuevo que nada tiene que ver con lo que hasta entonces se entiende como realismo dominante, incluso en la misma obra del poeta.
Neruda, con sus Odas elementales, no sólo culmina con gran brillantez el proceso de construcción de su propia poética que regirá ya a su obra posterior, no exenta de regresos al espacio poético anterior –recordemos ese gran texto respresentativo de su última etapa, Memorial de Isla Negra, o la Incitación al Nixonicidio–, sino que, junto a otros grandes poetas de su momento, abre el camino a las generaciones futuras, a la poesía conversacional, coloquial, cotidiana, que las distintas generaciones del ámbito hispánico desarrollarán a lo largo de los años cincuenta y sesenta. Como señalaría Nicanor Parra, el gran continuador de la tradición poética chilena, Neruda con sus Odas elementales no sólo resuelve el gran conflicto del hombre moderno, el paso del yo al nosotros, sino que además inaugura una poesía que podría calificarse como “poesía para después de la revolución”, poesía posmoderna en definitiva:
Sencillez, te pregunto,
me acompañaste siempre?
O te vuelvo a encontrar en mi silla sentada?