Diario de abordo del espectáculo

Alfonso Salazar

Cuando el mundo cambia, pero el viaje continúa

Nos adentramos en un mundo desconocido. Ante los mundos desconocidos aflora el miedo, el desconcierto, la osadía y la prudencia. Hemos vivido los últimos meses en una sensación de aplazamiento, todo pospuesto a la conquista de una vacuna, pero no podemos seguir varados en el bucle de la eterna búsqueda de la eterna vacuna. Las coordenadas del mundo han cambiado y debemos cambiar con ellas para que el show continúe.

Cualquier proyecto cultural de artes escénicas deberá llevar en su génesis las nuevas coordenadas del mundo. Esas coordenadas evocan un circo de tres pistas, tres contextos sociales distintos: un mundo donde se haya retornado a la Normalidad, ya sea por una vacuna infalible o por una situación inter-pandemias; un mundo donde se dan las limitaciones de las nuevas coordenadas de seguridad y prevención que han denominado ‘Nueva’ Normalidad; y un mundo confinado. Todo proyecto cultural es un proyecto a medio plazo con vocación de plazo largo, de esta manera, la visión de ejecutarse en el modo de cualquiera de los tres posibles escenarios se hace imprescindible. Desde el momento de la concepción hasta el momento de la ejecución pueden pasar meses (a veces años) y el mundo cambia, así que es inevitable diseñar conforme a diversas opciones de futuro.

Para definir el concepto resbaladizo de proyecto cultural de artes escénicas, hagamos un ejercicio de imaginación: si trazamos un imaginario eje de abscisas, en la base de ‘Y’ colocaremos aquellos proyectos que se acercan a la definición de ‘cultura’ dada por la UNESCO en su Declaración de México de 1982[1] y en su parte superior aquellos que más se alejan, pues son tanto menos culturales cuanto más se incluyen en la industria del entretenimiento ―esencial también, pero ajeno al caso―. En el eje ‘X’ colocaríamos junto a la base aquellas actividades ejecutadas por el sector profesional, ya sean personas físicas o jurídicas, quienes cumplen las exigencias de la Hacienda Pública y las normativas laborales, es decir, las prácticas profesionales de la cultura. Más alejada de la base, en esa abscisa ‘X’ encontraremos los proyectos culturales ejecutados por el sector aficionado ―también esencial, pero adyacente al caso―.

Los proyectos a los que hacemos referencia se encuentran en ese imaginario cuadrante donde interseccionan los proyectos culturales que cuadran con la Declaración de la UNESCO y que son ejecutados por profesionales. En este ámbito encontramos las artes en vivo, las que se interpretan ante público, las que se consumen en convivencia, casi litúrgica, en un entorno compartido por los espectadores con los artistas y técnicos productores, en una situación que es siempre irrepetible.

Ese es el cuadrante ―que históricamente ha sido sustentado por mecenas y cuyo encaje en el mercado de consumo y en el aumento de la productividad es difícil― que se mantiene con el sostén de la Administración y, en menor proporción, por el apoyo del público (que compra sus entradas, que opina, aplaude u olvida) y el muy relativo soporte del sector privado a través del patrocinio, siempre más proclive a apoyar la industria del entretenimiento o el deporte. Todas las fuentes son imprescindibles: solo la industria del entretenimiento puede mantenerse con la fuente del consumo privado. Ese, pues, es el cuadrante al cual nos referimos y que mayor riesgo corre en un mundo in-COVID, pos-COVID, o inter-pandemias. La cultura y las artes escénicas, como los parques públicos, no se financian con la venta de entradas, ni se espera un rendimiento económico inmediato: no se lo exigimos a la sombra de un árbol. Sin el apoyo de la Administración, de la res pública, no hay parques ni hay cultura. A lo sumo, quedará jungla, lo salvaje.

El mundo laboral de la producción cultural no incluye solo a artistas, músicos, actrices, actores, bailarines, directoras o coreógrafos, sino que cuenta con iluminadores y sonidistas, personal de taquilla y atención al público, controladores, personal de limpieza, oficinistas, administrativos, gestores, periodistas, analistas, gerentes, comerciales, editores, managers de redes… Un magma laboral interrelacionado y que se encuentra en crisis desde hace mucho tiempo. Es un ámbito que sufre la enfermedad de costes de Baumol ―aumento de los salarios en trabajos que no han experimentado un aumento de la productividad laboral―, ajeno a la reproducción en serie, a la tecnificación y a la deslocalización. Ajeno al progreso del capital.

Aun así, el diseño de proyectos culturales ha cambiado y evolucionado, tal y como lo hace la sociedad. Por ejemplo, los espacios escénicos no son los mismos que hace siglos: cuando visitamos un antiguo teatro podemos apreciar el progreso en su diseño hasta la actualidad. Donde había asientos de piedra hay hoy mullidos y aterciopelados asientos; donde el público se agolpaba, de pie, hoy está ordenado, una persona, una butaca; donde las necesidades se hacían junto al escenario, hoy existen servicios limpios y amplios; donde el espectador vivía entre sudor propio y ajeno, hoy disfruta de climatización… Se imponen telones cortafuegos, distancias en los pasillos, salidas de emergencia.  La vida avanza. Quizá las costumbres de ayer mismo, esas butacas puestas unas al lado de las otras, con espectadores desconocidos entre sí ocupando un mismo reposabrazos, con personas pasando por delante de otros espectadores, arrimando involuntariamente el cuerpo, colocando las posaderas a la altura de los ojos para entrar y salir de una fila, nos parezcan mañana insanas y extrañas costumbres del pasado. Esta pandemia ha impuesto la separación de las butacas, como si todos los espectadores hubiesen mejorado sus condiciones de confort, con mayor espacio físico a su alrededor fruto de la necesidad de distanciamiento. Pensar en un rediseño y ampliación de los patios de butacas (que conllevaría repensar las acústicas, la visión de los escenarios) no es, pues, algo nuevo, ni es nuevo que sea la salubridad el motor del cambio.

En este contexto de pandemia, el sector de la producción cultural de las artes escénicas tiene poco referentes: los eventos deportivos alcanzan aforos muy superiores y su eco económico resuena en los medios; la industria del entretenimiento cuenta con un poder económico que supera con creces los empeños culturales; la hostelería y el comercio no es comparable: en las artes escénicas el público, generalmente, está quieto, no habla, no vocifera (como sí sucede en la industria del entretenimiento, de los macro conciertos): el espectador puede disfrutar en solitario de la función teatral, de una sinfonía, de la escucha en directo de un concierto de jazz. La ventilación, higiene, limpieza y desinfección de los espacios, el uso de mascarilla y gel hidroalcohólico, la compatibilidad del distanciamiento y la reducción del aforo, la observación de los planes laborales y de contingencia, parece que deberían ser elementos suficientes para la seguridad del sector ante la pandemia actual.

El presente y futuro inmediato de tres escenarios, de tres contextos, obliga a repensar más allá, reinventar el proyecto cultural de las artes escénicas. A corto plazo, en el contexto de Nueva Normalidad hay un importante impacto de reducción de aforos que debe mitigarse con la emisión en directo, la ampliación de la base de espectadores a través del ‘streaming’. Hay que investigar en las sensaciones del espectador casero ofrecerle un producto que no sea solamente televisivo, sino acercarle a la sensación de lo vivo e irrepetible, la convivencia en directo con otros espectadores, con artistas y con técnicos, un dominio de ‘libre sensación’. Cuando un usuario acude a una función en vivo de artes escénicas goza, como gran diferencia respecto al disfrute online tradicional, de su libertad de visión: puede mirar adonde quiera cuando quiera, a una parte de la escena, al techo si quiere, puede fijarse en un solo aspecto de la escenografía… En la producción online tradicional el usuario tiene la sensación de asistir a una producción audiovisual, pues la actividad está mediatizada por el ojo del realizador. Sin embargo, si en el propio patio de butacas se ubican cámaras que sean controladas por el usuario desde su hogar, el usuario online se convierte en controlador de su propia mirada y adquiere de esta manera una ‘libre sensación’. Estas cámaras pueden ubicarse en los asientos que quedan inutilizados por el distanciamiento social.

Precisa para el contexto de Nueva Normalidad será la ‘hemipresencialidad’: la estamos experimentando continua y recientemente. Hay ya actividades que compatibilizan público online y público en vivo en una misma función. Hay reuniones donde personas, unas sentadas junto a otras, comparten ideas con otras personas a través de videoconferencia. Vemos también cómo en televisión y en eventos deportivos se ha incorporado la idea del ‘público-plasma’, un público en su casa, reproducida su imagen en las gradas, que forma parte del espectáculo, pues no hay espectáculo sin espectadores.

Los proveedores de venta de entradas deberán actualizar sus sistemas para poder vender por grupos familiares y que sea aprovechable el limitado aforo permitido. Hay un planteamiento de 17 normativas diferentes al respecto en el país, una por Comunidad Autónoma, y la especificidad de espacios y circunstancias es exigua. Estos sistemas de venta de entradas deben crear un concepto nacional ante una atomización de normativas. A priori, el promotor desconoce cómo comprará el público, en qué grupos de convivientes, en qué número y en qué volumen. De tal manera, no puede diseñar un patio de butacas a priori, sino que el patio, como un ser vivo, irá tomando forma conforme los grupos de convivientes adquieren los grupos de entradas. Es necesario un apoyo de los conceptos logísticos que permitan aprovechar los aforos hasta el máximo legal permitido.

El papel de la Administración será aún más primordial. Sabemos que (como en muchos otros sectores) la pandemia va a terminar con muchos negocios, compañías, proyectos, pero debe mantenerse y protegerse un mínimo entorno cultural sano y productivo. La recuperación de este sector, delicado por sus características duales de creación y negocio, es difícil. No debe quedar al albur de los gigantes del entretenimiento, que terminarían por uniformar, hacia el discurso único.

A medio plazo quizá hay que repensar el diseño de los espacios escénicos, lo que conllevará repensar las producciones. Quizá los escenarios circulares puedan aprovechar mejor los aforos; quizá la duración sea una variable que contemplar, que reduzca tiempos de trabajo (salarios) y, mantenga el precio, aumentando la rentabilidad. Quizá haya que incluir elementos tecnológicos en escena que reduzcan costes salariales, es decir, cierta y limitada robotización de la representación. Son cuestiones que condicionarán la creación inmediata. Quizá haya que pensar en ‘otros’ espacios, en espacios de aforos más verticales; en una actualización, como en los autocines, como ‘parking-concert’, que permita la asistencia en grupos-burbuja o haga compatible la asistencia en vehículo y la asistencia en butaca; pensar en espacios donde el público se mueva, ‘pase’ a través de distintos boxes en grupos reducidos para ver el total de la representación. Todo es conjetura y ‘cultura-ficción’.

La batalla va a estar en los aforos, cumplir los distanciamientos, a los que quizá cada vez nos acostumbremos más y el público termine por exigir. Mayor comodidad, mayor salubridad, mayor precio, parece el axioma. La salubridad para todos, es un concepto poco productivo. Sí lo es la exclusivista comodidad para unos pocos, el signo de la distinción: los asientos de primera clase donde poder estirar las piernas son más caros; las habitaciones para un solo enfermo cuestan dinero; el palco privado, la autopista, la atención privilegiada por parte de un médico tiene un coste. Estamos camino de una ‘primera clase’, de la comodidad, de la salubridad. Superada la pandemia los defensores de los antiguos conceptos exigirán volver al uso intensivo del espacio. Pero ¿no es más cómodo así? Hace unos meses el mundo era de una manera, atravesamos ahora un rumbo hacia lo desconocido. Nos salva que cada día conocemos algo más y trazamos ese futuro inmediato conforme a la experiencia del pasado inmediato, paso a paso. Tiene mucho que ver con el futuro y con el pasado, como si el presente no existiese, ese espacio temporal de la reflexión. Una reflexión y un ingenio que ahora hacen más falta que nunca.


[1] (…) la cultura da al hombre la capacidad de reflexionar sobre sí mismo. Es ella la que hace de nosotros seres específicamente humanos, racionales, críticos y éticamente comprometidos. A través de ella discernimos los valores y efectuamos opciones. A través de ella el hombre se expresa, toma conciencia de sí mismo, se reconoce como un proyecto inacabado, pone en cuestión sus propias realizaciones, busca incansablemente nuevas significaciones, y crea obras que lo trascienden.(Declaración de México, 1982, UNESCO)

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