Dos autores ejemplifican en España máximamente el triunfo del objetivismo: Rafael Sánchez Ferlosio y Juan García Hortelano. Sánchez Ferlosio había escrito dos volúmenes y unos pocos cuentos sueltos. El primero de sus volúmenes narrativos es Alfanhuí (Destino), extraño relato que no llega a novela, más largo que un cuento normal, a medias entre el cuento para niños y una prosa poética de tipo fantástico. Entre los cuentos destaca Dientes, pólvora, febrero, sobre una cacería de lobos. Son cuentos tradicionales y no suponen ningún tipo de innovación técnica. [Algunos están en la Antología de cuentistas españoles contemporáneos, de García Pavón (Gredos) y en la Antología de narrativa contemporánea (Taurus)]. Después de Alfanhuí no era imaginable que fuera a escribir otra obra, la que revolucionó todo el panorama de la literatura española de los años 50: El Jarama.
García Hortelano ha escrito cinco libros y algunos relatos sueltos. Es más conscientemente objetivista que Ferlosio porque aparece a final de los 50 y principios de los 60, cuando el objetivismo, además de una práctica, es una teoría que en España se concreta en las Conversaciones de Formentor. Los cinco libros son: Nuevas amistades, Tormenta de verano (propiamente objetivistas), Gente de Madrid (cuentos publicados a mediados de los 60, pero escritos mucho antes) El gran momento de Mary Tribune y Gramática Parda, la bella fábula sobre la chica que quería ser Flaubert.
El problema de una novela como El Jarama resultó desconcertante no sólo para la crítica de su tiempo, sino para la posterior. De hecho, los mejores trabajos sobre la novela española contemporánea (Corrales Egea, Gonzalo Sobejano, Sanz Villanueva, Eugenio de Nora, Ramón Buckley) coinciden en considerar a El Jarama como una obra maestra, insólita, tremendamente revolucionaria dentro del contexto literario de su época, pero apenas nos dan una explicación del porqué de esta calificación de obra maestra de los procedimientos narrativos, de la estructura interna de El Jarama.
Es cierto que esta novela posee un mecanismo un tanto enigmático, puesto que es aparentemente sencilla y sin embargo en la práctica resulta tremendamente compleja. Esta novela, que ganó el Nadal del año 55, tiene una estructuración muy peculiar. Si habláramos de tema o argumento, nos llevaríamos una sorpresa: a lo largo de casi cuatrocientas páginas Ferlosio no desarrolla ninguna trama ni ningún argumento novelístico en sentido tradicional. Se trata, al parecer, de relatar lo sucedido en un día festivo en que una serie de personajes múltiples pertenecientes a las capas populares, a los diversos estratos de la pequeña burguesía urbana y del proletariado acuden a una zona del río Jarama a bañarse, comer… y por la noche retoman a la ciudad. Este es el argumento de El Jarama, si es que así es posible resumirlo.
Quizá la clave del libro, que no vamos a analizar exhaustivamente, radique en dos signos que el propio Ferlosio coloca al principio de su novela:
-Una cita de un manual de geografía.
-El epígrafe con que comienza el texto, que es una frase de Da Vinci parafraseando a Heráclito.
La cita de geografía es una larga descripción del río Jarama, de las aguas que recibe, de su recorrido… Y esta cita queda cortada por la mitad al principio de la novela para reaparecer en la última página del libro, donde figura como conclusión de la novela, diciéndonos el trayecto del Jarama, su desembocadura, etc.
La cita de Leonardo se refiere al famoso παντα ρει (panta rhei) heraclitiano, el viejo tópico de que las aguas de un río nunca son las mismas en cada momento, igual que las vidas humanas.
Esta descripción geográfica del río no es algo accidental dentro de la novela. Al contrario, la novela aparece como un paréntesis entre el comienzo y el final de la descripción y este paréntesis no es gratuito: la novela narra lo que en la descripción geográfica no se dice, o sea, el encuentro entre el río y los hombres, entre la naturaleza y la historia, con una conclusión doble:
-Una vez bañados los hombres en el río, desaparecen, pero el río sigue su marcha continua, como siempre.
– Segunda conclusión, que se nos revela en la cita de Leonardo, en la vida de los hombres hay una realidad permanente que los hace similares a la realidad del río, aunque esta realidad permanente sea el cambio, la transformación. El agua que tomarnos en los ríos, dice Leonardo, no es la misma que ha pasado ni la misma que pasará.
Entonces nos encontramos con una serie de niveles muy significativos dentro de la novela:
-Un primer nivel, que es la relación entre el hombre y la naturaleza, entre el hombre y el río, pero esta relación está muy concretada en el texto: no son hombres cualquiera los que van a bañarse al río, sino miembros de unos estratos sociales muy específicos, muy populares, es decir, bajo el primer nivel de la relación entre la historia y la naturaleza nos encontramos con el hecho curioso de que los hombres que van a bañarse, que representan a la historia, no son dueños de su historia, sino que son las capas más alienadas dentro de la historia real del país en ese momento.
– Segundo nivel: la relación entre la historia y la naturaleza se vuelve compleja en El Jarama desde el momento en que esa relación no es establecida por Ferlosio en términos abstractos, sino en términos muy directos: los que representan a la historia no poseen a su historia. Y este sentido de realidad concreta es lo que nos explica igualmente el hecho de que Ferlosio no hable de un río en abstracto, sino de un río concreto y real, y que para hacerlo más concreto y más real, sea definido en todos sus detalles por la descripción de un manual geográfico.
-Tercer nivel: es evidente que lo mismo que el río es definido objetivamente en todos sus detalles por ese manual de geografía, Ferlosio procurará descubrir objetivamente en todos sus detalles a esas capas populares que acuden a bañarse al río, sobre todo a partir de su lenguaje y sus actitudes. Ferlosio en esto practica indudablemente procedimientos objetivistas, pero ya vemos cómo su novela es mucho más compleja de lo que resultan ser los textos de la escuela del nouveau roman francés: aunque con una base estructural análoga. Si Robbe-Grillet utiliza el molde del melodrama o la novela policiaca, Ferlosio utiliza, para distorsionarlo, el molde de la novela de costumbres, toda la tradición descriptiva del costumbrismo español.
-Cuarto nivel, que nos obliga a dar un paso más allá; paso que relaciona de nuevo a la novela con la realidad histórica del momento español en que se escribe. Esa realidad histórica -los años 50 del franquismo- se presenta como la verdad misma del país, como el espíritu mismo de la nación, sin posibilidad de que jamás nada se cambie ni se transforme. Ferlosio utiliza el río para decir lo contrario: no hay verdad histórica que sea eterna e inmutable. La verdad histórica se estrella contra la permanencia, la realidad de la naturaleza, que es la única verdad de fondo. Pero además esta realidad natural es todo lo contrario de algo estático; muy al contrario, la realidad natural se define por el cambio y la transformación continuos. Resulta grotesco pensar que un régimen histórico pretenda no sólo ser la verdad esencial de la vida, sino que además pretenda que esa verdad sea inmutable y estática.
-Así podemos llegar a un quinto y último nivel: El Jarama no plantea jamás estos temas en abstracto; por el contrario, los plantea a través de un minucioso despliegue de descripciones y diálogos totalmente cotidianos, impregnados de realidad. Diríamos que todos los planteamientos de Ferlosio se condensan en un solo eje-motor de la novela: no hay historia ni naturaleza aparte de la realidad concreta de cada detalle, de cada palabra, de cada gesto, de cada movimiento del agua o del árbol.
Entonces se puede entender mejor en qué consiste el famoso, y tan mal explicado, objetivismo de El Jarama. Decíamos que hay a través de estos cinco niveles dos planteamientos narrativos básicos: uno primero, que es la relación entre la superficie y la profundidad, por tomar términos que correspondan a esta gran metáfora del río en que consiste la novela. En efecto, se enfrentan dos narraciones: una superficial, la más visible, la más aparente, que es la narración de las actitudes y los diálogos de la gente que llega desde la ciudad al río. Otra narración pasa por debajo de ésta, en profundidad, por decirlo así, y tiene dos elementos fundamentales: las descripciones del río y del paso del tiempo, de las horas del día. Pero también descripción de los hombres del propio pueblo, que siempre están junto al río y que curiosamente durante toda la novela permanecen en un sitio único, en una venta, sin moverse de allí, mientras que los visitantes cambian continuamente de un lado a otro.
Estos dos procedimientos superpuestos -el de la superficie y el de la profundidad se corresponden de hecho con el ritmo de la historia y con el de la naturaleza, pues incluso esos hombres del propio pueblo del río son descritos como parte del mismo ámbito natural.
A estos dos procedimientos les corresponden dos tratamientos distintos del cambio, o sea, del tiempo. Es curioso que de nuevo nos encontremos en una novela objetivista con la necesidad de enfrentarse cara a cara con lo que había sido el gran problema del existencialismo: el problema del tiempo.
Para Ferlosio existe un tiempo oculto, el tiempo natural, el de la narración en profundidad, que es el que corresponde al paso de las horas o a la marcha del río, mientras que hay un tiempo de la superficie, el de los visitantes, que corresponde al procedimiento narrativo que hemos llamado de la superficie: sus baños, su siesta, sus comidas, sus enfrentamientos leves, los mínimos incidentes que surgen a lo largo de la novela. Y finalmente los dos procedimientos narrativos se enfrentan: en el momento del anochecer, en que está terminando el asueto de los visitantes, el tiempo profundo -el del río y de la naturaleza- imponen su dominio, demuestran su fuerza sobre el tiempo histórico, sobre el de los hombres, y entonces una joven se ahoga en el río. Es el único incidente fuerte que existe en todo el relato. Todo el tiempo de los hombres parece romperse en ese momento: es el momento del desconcierto, de la impotencia, pero inmediatamente aparecen las fuerzas del orden, al contrario, son los hombres los que con esa muerte han sentido de nuevo el poder y la fuerza de la naturaleza sobre su historia. Como decíamos, el libro acaba con la descripción geográfica del Jarama, descripción imperturbable, como la propia marcha del río hacia su desembocadura.