(Razón del idioma empleado. Método para la difusión y exportación de la literatura catalana. La Marca Hispánica).
Mi familia, por vía paterna, es vasco-cubana de origen, pero mis
hermanos y yo nacimos en Cataluña. En mi casa el idioma empleado usualmente era el castellano, y en castellano escribimos los tres hermanos. Lo que ocurre es que yo me interesé luego, por mi cuenta, en aprender catalán cuando este idioma estaba prohibido por la dictadura, y pronto empecá a traducir a poetas y prosistas catalanes al castellano, idioma en el que pienso y en el que me sé expresar sin traducirme. Me gusta mucho la literatura catalana, y con mis versiones bilingües en la colección Marca Hispánica pienso que ayudo a su difusión.
La mejor manera de dar a conocer la literatura catalana es proporcionando a los estudiantes de otras nacionalidades del Estado español y a los hispanistas de todo el mundo ediciones bilingües, tal como lo hicieron los portugueses y los brasileños en su día. Esa es la intención de esta colección de poesía y si escogí tal nombre para ella es porque este me parece muy próximo a ambas lenguas. Poca gente sabe, o no se acuerda ya, que la Marca Hispánica es establecida por Carlomagno en el siglo VIII en Gerona. Por lo tanto, es Cataluña, precisamente, la que vuelve a emplear el nombre de Hispania, pues ya Cneo Escipión, el año 218 AC, al desembarcar en Ampurias y dominar luego toda la franja del litoral, hasta Valencia, llamó a ese territorio Hispania, cuya capital fue Tarraco. Años después, ulteriormente, el resto de la Península fue la Hispania Ulterior cuya capital, fue Mérida (Emerita Augusta), que
posteriormente se segregó en dos: la emeritense y la bética.
(Acerca de los niños y los cuentos).
Yo no tenía intención alguna de escribir los cuatro cuentos. Un día Juan Ballesta, el ilustrador de los libros, me dijo: «Fíjate qué cuatro personajes tienes ahí para cuatro historias». Yo le respondí que no había escrito
nada sobre ellos, que simplemente los utilicé para decir que el mundo debiera de ser al revés. Ballesta insistió: «Pues cuenta quienes son el Lobito Bueno, el Príncipe Malo, la Bruja Hermosa y el Pirata Honrado». Y puesto que ya tenía más o menos una idea de cada cual, pues Julia solía preguntarme por ellos, me puse a inventar sus historias, y así surgieron, poco a poco, los cuentos.
Los niños siempre preguntan con tino, preguntan cosas que sospechan o
conocen, pero quieren saber si se lo confirmas o por si, al contrario, les
engañas. Y esto lo notan enseguida. Por ejemplo, no hay que cambiar el tono de voz al hablar con un niño, ni abusar de los diminutivos, pues cuando ellos constatan que normalmente no te diriges así a otras personas, piensan que cuando estás con ellos les estás tomando el pelo. El niño sabe inmediatamente que existe un mundo que le está vedado: el mundo de los mayores, y le duele no poder penetrar en ese mundo al que se acerca una y otra vez para averiguar cosas, y en el que no solamente no averigua nada, sino que, además, es engañado.
(Hablamos de Serrat, de su «niño deja ya de joder con la pelota», de Paco Ibáñez; de cuando el padre, el maestro, los amigos, «la muchacha que amé», le decían: «no sirves para nada»)
No servir para nada es servir para todo, pues lo contrario de no servir para nada es servir para notario, por ejemplo. Quiero decir que uno es mucho más libre no sirviendo para nada que estando desde pequeño predestinado para ser algo o con la obcecada obsesión de deber serlo.
Le dediqué Palabras para Julia a Paco lbáñez que musicó algunos poemas, entre ellos el cuento Érase una vez un Lobito Bueno, pero conste que yo nunca he escrito un poema para una canción, entre otras cosas porque no sé hacerlo. Paco estuvo hace ya mucho tiempo en Barcelona. Ahora ha construido una carpa portátil en cuyo interior cabrán unas mil quinientas personas o así. Su intención viene a ser la misma que la de Federico García Lorca con La Barraca: ir de pueblo en pueblo presentando y cantando canciones, también canciones y poemas de gente del lugar en cuestión, haciendo que cada cual cante o recite sus obras.
(A través de los niños, los cuentos, los primeros jardines, el río y la hora del pan con chocolate, aparece el tema de su infancia y con él, la madre y la elegía).
En las elegías no canto sólo a la muerte como pueda pensarse. Yo, como algunos poetas, canto a la vida, aunque sea por puro contraste con la nada. Los materialistas no distinguimos entre hombre y mundo. El Retorno está escrito en un tono resignado y cabreado a la vez, pero lo importante es que recreo la nada a la persona desaparecida, la hago un poco mortal, alargando su recuerdo para que viva en el de los otros; en todos aquellos que nunca la conocieron, y hasta intento fotografiarla.
En Final de un adiós escribí un poema que lo resume todo (José Agustín encuentra El campo de arriba y lo lee). Probablemente yo haya mitificado mi niñez. Mi madre fue para mí, como dice Jaime Gil, un reino afortunado; un paraíso donde, sin ella, no me era posible ser absolutamente nada. Ese poema es la explicación de todos los cuentos. Es el inicio de lo que pudo ser. Esta era para mí la libertad, una libertad que me fue violentamente arrebatada.
(Sobre la crueldad de algunos cuentos y refranes populares).
En mis cuentos tuvo una importancia decisiva mi madre. Ella me contaba los cuentos al revés. Odio aquellos cuentos infantiles que fabulan, que idealizan y presentan al niño una situación que, por muy paradisíaca que sea, él no entiende…
Además, estos suelen ser cuentos muy crueles, cuentos casi de terror. Quiero decir que al niño se le educa sobre la maldad de los mayores. Cuentos como Blancanieves, Los Tres Cerditos, y tantos otros, son cuentos bárbaros y alevosos; revestidos de azúcar.
Me ocurre algo parecido al leer el refranero castellano. Siento cierto malestar al recordar algunos de esos refranes: «Fíate de la Virgen y no corras»; figúrate, si además eres creyente, la que te espera. Y eso de ser «un muerto de hambre», un miserable. Otros arrastran amenazas como «Arrieros somos y en el camino nos encontraremos». Casi en todos hay un fondo de maldad y desconfianza tremenda: «Quien da pan a perro ajeno, pierde pan y pierde perro»… Ya ve, por darle pan a un perro, ni pan, ni perro; un perro que no era mío y que yo no deseaba tener, sino aplacar su hambre.
De todos modos, existe una buena literatura infantil, sería el caso, entre otros, de Ana María Matute, de Carmen Martín Gaite o de Gloria Fuertes, por ejemplo.
El contenido de muchos cuentos es generalmente un desastre. El niño es tratado como un subnormal o como un hombre pequeñito y tonto; y los niños no son ni una cosa ni la otra. Ni hace falta que se les explique aquello que ya saben de sobra, ni se ha de tratar a los personajes infantiles como hombrecillos idiotas.