Cinco preguntas a Francisco Brines

Luis Antonio de Villena

Extracto de la entrevista realizada por Luis Antonio de Villena en Olvidos de Granada, nº 13, 1986

—¿Cuál es la tradición que reconoces como tuya?

—El creador, o al menos yo me veo así, es sobre todo tradición; pero en la obra es muy importante la propia experiencia humana, el qué se es, y la existencia de un cierto poder de invención nueva, aunque reconozco que si la hay en mí es más fatal y oscura que voluntaria. La tradición es toda la literatura, incluso la no leída, y ese viento sopla en uno a su antojo, pero hay unas ciertas afinidades con ciertos autores que el propio temperamento las hace electivas. Me ha interesado siempre la poesía que interroga el misterio del ser, o la que recrea la emoción de la vida, en su belleza o en su perplejidad, y he preferido siempre una comunicación expresiva clara, pero de ninguna manera obvia; de ahí la turbación que puede alcanzar en mí una poesía que a la vez sea honda, compleja y clara.

—¿Dentro de esta tradición que dices, qué poetas te han interesado más en función de tu propia poesía?

—La riqueza de la poesía en castellano es tan grande que me pesa tener que responder con avaricia. El poeta más prodigioso para mí es Quevedo, y si alguna vez ha existido un milagro poético es el de San Juan. Pero los fundamentos de nuestra lírica ya estaban en Manrique y Garcilaso. También hemos tenido la suerte de contar con una muy buena poesía en este siglo, y servirse de una tradición reciente tan rica es partir, para los que escribimos, con una ventaja impagable. También aquí los fundamentos son muy poderosos, Juan Ramón Jiménez y Antonio Machado. Y como hablo ahora desde mis afinidades elijo también a Cernuda y a Borges. Me ha interesado siempre especialmente la poesía griega y latina, y Shakespeare. Creo que la poesía europea nunca había brillado en su conjunto con tanto esplendor como en el siglo XX, aún más que en la época romántica, y aquí mis preferencias van por Eliot, la mirada que con más hondura ha desvelado nuestra época, y Rilke, por su grandeza. Para mí no hay intimidad más emocionante que la de Cavafis, y está también ese misterioso Pessoa, que al tiempo que lo extraño me encama. No quiero olvidarme de mi paisano Ausias March, aunque tampoco me olvido de los muchos que callo.

—Hablar de tradición presupone el tema de lo original ¿Qué es para ti la originalidad en poesía?

—En poesía más que la originalidad me interesa la personalidad. Por ella se nos comunica una visión del mundo que se nos aparece individualizada mediante un tono expresivo distinto y suficiente. Puede darse, desde este punto de vista, una honda poesía sin rupturas. Hay poetas, sin embargo, en los que su personalidad está en función de una radical originalidad, pero por ella misma no son mejores poetas que los otros. Y hablo de verdadera originalidad, no de esos simulacros, cuando no plagios, de que está llena la literatura y la plástica del siglo XX. La llamada vanguardia lleva ya demasiado tiempo, salvo algunas excepciones, hurtando liebre y dando gato.

—Dos poetas – entre muchos- pueden considerarse tus hermanos mayores. Tuyos y de otros varios en nuestra lírica. ¿Cuál ha sido más importante para ti, la poesía de Cavafis o la de Cernuda?

La de Cernuda, por dos evidentes razones. La primera es que descubrí su poesía en edad aún temprana y formativa, de gran porosidad espiritual, y aprendí en ella cosas que yo buscaba y que me eran necesarias. Si antes, en la adolescencia, mi aprendizaje estético y sentimental lo hice con Juan Ramón, mí aprendizaje moral lo ejercité en Cernuda. La otra razón es que, siendo grandes poesías las dos, la de Cernuda está escrita en el idioma en el que escribo.

—Existe la idea -a mi saber falaz, malintencionada- de un movimiento cernudianocavafiano actual, ¿crees tú que es cierto? Creo que se parte de una idea equivocada, ya que la poesía de Cernuda es no sólo independiente sino distinta de la de Cavafis. La identificación está hecha perezosamente desde postulados extrapoéticos, ya que los dos escribieron sobre el amor desde experiencias humanas semejantes, marginales a la sociedad. Al ser en esto pioneros, lo accesorio ha parecido fundamental. Después de ellos tal testimonio se ha multiplicado y hasta trivializado, y algunos de estos poetas lo han hecho copiando miméticamente estrategias y expresiones de ellos. Creo que se trata de una especie de sarampión más enfadoso que de graves consecuencias. Hay, sin embargo, algo que acerca a ambos, y que para mí alcanza gran importancia. Tanto Cernuda como Cavafis, y éste con más fuerza, escriben una poesía en la que sus personas se nos muestran con tanto vigor que parece que los hemos conocido realmente y en profundidad. No se trata sólo de la aparición de sus personales visiones del mundo, cosa común a todos los buenos poetas, sino de sus propias personas; creemos conocerles mejor que a algunos amigos cercanos, y tal vez por eso llegan a importamos tanto. No es sólo su poesía, sino ellos como protagonistas poemáticos. No es fácil encontrar esta novedad en la poesía anterior, y desde luego que no en la española, aunque sí con evidencia en ciertos poetas griegos y latinos; basta como muestra algunos nombres de la Antología Palatina o nuestro querido Catulo. Esa lección, y estoy refiriéndome ahora a mi poesía, me ha importado mucho, y creo que en algunos de mis poemas puede percibirse. Una poesía muy lograda desde esta perspectiva es la de Jaime Gil de Biedma.

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