Siria 2011-2019

Ignacio Gutiérrez de Terán

El colapso de una nación y un territorio

En marzo de este 2019 se cumplían ocho años del alzamiento popular, masivo en determinadas regiones, contra el régimen de los Asad. Y el acontecimiento que, quizás, sirva para definir el grado de descomposición al que ha llegado el estado, la nación y la sociedad sirias ha tenido lugar en dos fases. La primera, a miles de kilómetros de distancia, en Washington. Desde allí, el presidente estadounidense Donald Trump reconocía los Altos del Golán, ocupados en 1967 y anexionados por el régimen de Tel Aviv en 1981, como territorios israelíes. Mientras el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, reaccionaba con gran alborozo ante el regalo de su “amigo” norteamericano, el gobierno sirio emitía tibias condenas y rechazos. Esta última reacción, que constituye la segunda fase del acontecimiento y, sin duda, las más importante, dice muchísimo de la tragedia siria. Para quienes hayan vivido en Siria entre 1970 y 2011 será difícil –o fácil, según su grado de comprensión de lo que el régimen de Damasco es verdaderamente- comprender el aparente sosiego con el que este ha asimilado la enorme bofetada a la legalidad internacional y la soberanía nacional que representa el anuncio estadounidense. Tanto hablar de los “territorios ocupados por la entidad sionista”, el “Golán irrevocablemente sirio”,  la “lucha inquebrantable en pos de la recuperación del territorio” y una larga serie de proclamas nacionalistas, y ahora que se consuma la gran felonía, el portaestandarte de la arabidad y la lucha contra el sionismo se contenta con una sucesión de lánguidas amenazas.

Pero se trata de una reacción muy coherente con el modo de acción habitual de la familia de los Asad y el estrecho círculo de militares y empresarios aliados que la sustentan. Lo mismo cabe decir de la lógica de destrucción y represalia feroz aplicada para aplastar las movilizaciones populares y cualquier atisbo de oposición, antes de que la proliferación de grupos armados yihadistas contribuyese a complicar más aún el conflicto. Durante todo este periodo, el régimen ha luchado por sobrevivir y, a ser posible, mantener en su mano el mayor volumen posible de poder e influencia. Para ello no le ha temblado el pulso a la hora de bombardear a civiles con armas químicas y barriles explosivos, devastar ciudades y aldeas enteras, provocar el éxodo de cinco millones de personas y dejar que sus valedores iraníes y sobre todo rusos, y después una nutrida lista de grupos armados extranjeros, se conviertan en los dirigentes de facto del país. O de una parte de este, porque en determinadas provincias tenemos a formaciones que afirman luchar por su cuenta y disfrutan del respaldo de potencias extranjeras supuestamente hostiles a Damasco, como Turquía, las monarquías del Golfo o los propios Estados Unidos.  Unas veces, con la excusa de combatir a un yihadismo que aparece y desaparece con sospechosa facilidad; otras, para apoyar a grupos locales, árabes y kurdos, o turcomanos, cuyo futuro, asimismo, depende de las prioridades de quienes los financian y se declaran imprescindibles para el mantenimiento de un status quo que en nada favorece a la desdichada población siria. Unos dirigentes así, que desprecian de tal manera a sus súbidtos y aprecian con tanto fervor los intereses de una decena de estados que han convertido la tierra de Bilad al-Sham en el escenario ideal de sus disputas y cambalaches regionales, son capaces de cualquier cosa por seguir manteniendo sus privilegios. Sin estado, sin nación, sin soberanía nacional –los discursos oficiales dirán lo contrario, por supuesto- la oligarquía de Damasco vende ya cualquier cosa. Hasta los Altos del Golán –ya habían vendido Palestina o la causa palestina, si es que estaba justificado que se hubiesen apropiado de ella-, los contornos del lago Tiberiades, que siempre han sido sirios y volverán a serlo. O eso decían y, con gran probabilidad, seguirán diciendo.  Si alguien desea formular el tortuoso “¿cómo hemos llegado hasta aquí?” en Siria, intente reparar en lo que ha venido a decir la diplomacia rusa, la cual también “condena” el reconocimiento estadounidense de la ocupación del Golán al tiempo que estrecha sus vínculos con Tel Aviv y le ofrece garantías de que Damasco y sus aliados iraníes y del libanés Hezbolá no atacará sus dominios. La comunidad internacional ha asumido ya que al-Asad, afirma Moscú, debe permanecer en el poder y comandar la etapa de la reconstrucción nacional. Es decir, el régimen permanece, a cambio de ceder de manera definitiva las tierras que fueron arrebatadas al pueblo y la nación sirias en 1967. Un arreglo. Una manera de decir que los cientos de miles de muertos y las toneladas de dolor y frustración generadas por la campaña de represión gubernamental y los intereses espurios de algunos actores regionales e internacionales no merecen mayor consideración.  ¡Es la sacrosanta geo estrategia, amigos!

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